Dos, tres, muchos Pablo Ramos. El escritor y guionista parece haber vivido mil y una vidas. La infancia turbulenta en Sarandí, un padre ausente, una madre agobiada, la escritura como refugio, la muerte, las adicciones, la cárcel, los amores, la literatura, más muertes, los hijos, más adicciones, la televisión, el cine y muchísimo más. Su obra se alimenta de su vida y viceversa, hasta límites casi imposibles de discernir. Pablo Ramos es ese creador de mundos ominosos y desesperados. El autor de la vibrante trilogía El origen de la tristeza (2004), La ley de la ferocidad (2007) y En cinco minutos levántate María (2010). El narrador de historias cruzadas por el dolor y los abandonos que, sin embargo, siempre encuentran una sensibilidad y luz vital que se niega a entregarse. «Para civilizar el dolor»: para eso y por eso explica Ramos que escribe. Su flamante proyecto es la versión cinematográfica de su novela El origen de la tristeza, la película dirigida por Oscar Frenkel que se estrena este jueves. Ramos le puso voz, cuerpo y alma a una película que retrata su niñez y mucho más.

El origen de la tristeza es la historia de los Pibes: el Chino, Marisa, Tumbeta, Alejandro y Gabriel. De sus aventuras, de sus sueños y de sus confusiones. Se desarrolla en el barrio El Viaducto (una suerte de alterego de Sarandí) durante lo que se adivina como los primeros ’80. Pero también es mucho más. Es un retrato de búsquedas y pérdidas, de realidades y mitologías, y del fin de la inocencia. Cuando ciertos sectores de la Argentina cantan el no va más, algunas fichas se reacomodan y otras se pierden para siempre. El odio se impone y sólo queda resistir.

Nada garantiza que una novela exitosa conquiste los mismos logros en su versión cinematográfica. El paso del texto original a un guión puede resultar un camino ríspido y de resultados inciertos. «Es un trabajo complejo, sí. Y mucho más difícil si lo hace la misma persona que escribió la novela –señala Ramos en diálogo con Tiempo–. Las preguntas se hacen inagotables. ¿Qué dejo afuera? ¿Con qué me quedo? Decidí alinearme con el tipo de cine que más me gusta. Soy muy fanático de Las aventuras del barón Munchausen (Terry Gilliam) y de Piratas (Roman Polanski), entre otras. Por eso le di prioridad a la aventura física. La historia de los chicos que van a debutar, los vinos y el recorrido por la costa. Tuve que recortar personajes y muchos hechos. Pero ese es el núcleo. Aunque claro, después aparece la historia de las pastillas y de la muerte, que son dos puntos de no retorno en la novela, la película y mi vida. Esas cosas crearon al chico que necesitaba refugiarse en la escritura. Esta historia es un retrato de la pérdida de la inocencia y el final de la niñez».

–Esta película no tiene una megaproductora atrás. ¿Fue muy difícil hacerla realidad?

–Sufrimos dificultades, sobre todo económicas. Pero con Oscar Frenkel (director), Eduardo Pinto (fotografía) y Javier Leoz (producción) le pusimos todo contra muchas adversidades y burocracia. Afortunadamente, tuvimos desde el primer momento una muy buena recepción de la historia. Le llevamos el primer guión a Leonardo Favio y le gustó mucho. Nos escribió una carta de recomendación que resultó un apoyo increíble. Primero hicimos un trailer bastante largo y completo. Me gusta trabajar así. Cuando escribo una novela primero hago el cuento. Es una forma de trabajo similar. Ese trailer se lo llevamos a Don Julio Grondona y nos ayudó con 20 mil dólares. «Hacé una linda película, nene», me dijo. Fueron cuatro años de laburo. A veces la guita no alcanzaba y tuvimos problemas, llegué a vender un auto. Pero yo dejo todo en cada cosa que hago. En la escritura por supuesto y también en esta película. Fue mi autotaller de guión. Con Historia de un clan (Telefe) había empezado a agarrarle la mano. Siento que ahora aprendí más.

–¿Cómo encontraron a los chicos que protagonizan la película?

–Son todos pibes de Sarandí/Avellaneda. No son actores. Trabajamos mucho con ellos y hay un gran mérito de Oscar (Frenkel) por cómo los guió. A mí se me ocurrió una idea y la pudimos concretar gracias, entre otras cosas, a la ayuda de la municipalidad de Avellaneda: organizamos un montón de actividades para que estuvieran juntos y tuvieran la oportunidad de hacerse amigos. Jugaron al fútbol, al ping pong, salieron y se divirtieron, y bastante más. Queríamos que esa relación traspasara la pantalla. Empezamos con un elenco de chicos, pero crecieron mientras se demoraba la filmación y eso nos obligó a convocar a otros. 

–¿Por qué decidieron utilizar el recurso de la voz en off y en qué momento optaron porque fuera la tuya?

–Me gustan las películas con una voz que va y viene. Me encanta el relato. Eso lo teníamos claro. Pero no habíamos decidido quién iba a hacer los relatos. La idea partió de una iniciativa de Oscar: «Tenés que ser vos. Es tu vida, tu infancia. No juguemos a la ficcioncita». Me dijo eso, me pareció razonable y lo hice. Fui a una fonoaudióloga porque sé que seseo. Creo que mejoré. Aunque ahora me olvidé todo lo que aprendí (risas). Siempre pienso en la moral del lenguaje literario y creo que la voz en off le da una autoridad moral extra a la película. Un peso específico mayor. La dedicamos la película a Verónica, mi hermanita menor que murió antes de que termináramos la película.

–¿Estás escribiendo?

–Sí, una novela. Creo que va a ser lo mejor que hice. Tiene la potencia de La ley de la ferocidad. Te voy a dar el título, ojo que no lo tiene nadie: Los nombres sobre mi nombre. Después de salir de la cárcel, durante mucho tiempo cambiaba mi nombre. Hasta que finalmente me quedé con Pablo Ramos, mi apellido materno. Los cambios de nombre implicaban vivir pequeñas múltiples vidas que seguía con rigurosidad. Por ejemplo, si tenía el nombre y la personalidad de un abstemio, no tomaba en todo el día. Así cambiaba de equipo de fútbol, de profesión, de ideas, etcétera. Me mudaba todo el tiempo. La novela va a ser una especie de biografía de esos nombres y también va a estar marcada por la no mirada de mi padre.

–¿Cómo ves este presente de la Argentina?

–Destrozado. Veo a un cínico en la Casa de Gobierno. Veo al enemigo en la Casa de Gobierno. No hay garantías. Padecemos un descrédito de las instituciones. Están destrozando y desamparando al pueblo. Un día vino Néstor (Kirchner) y le devolvió la alegría al pueblo. Este tipo es un cipayo. Más claro no lo puedo decir. Este gobierno es una vergüenza. Pero hay que resistir. Desde que murió mi hermana recibo amenazas. Me dicen que van a denunciar que murió en la calle para que exhumen el cuerpo y muchas otras cosas. Ganó el odio. Lo triste es que son muchos. Hay mucha ebullición en la calle, pero sin una dirigencia política que la guíe bien. Veo a nuestro lado un poco tibio todavía. Pero creo que vamos a seguir luchando. Eso es lo único que sé. Ganar o perder son circunstancias: el peronismo no estuvo siempre en el poder, siempre estuvo peleándola. Para mí el peronismo es el yo convertido en nosotros. «



El origen de la tristeza

Dirección: Oscar Frenkel. Guión: Pablo Ramos. Fotografía y encuadre: Eduardo Pinto. Música: Ernesto Snajer. Producción: Javier Leoz.



Los planes junto a Echarri y Calamaro

Pablo Ramos es inquieto y se reparte en múltiples frentes. El escritor revela que se encuentra trabajando en una serie de ocho capítulos para Netflix llamada El sueño de los murciélagos –como su novela juvenil–, con Carlos Moreno, quien trabajó en El Patrón del Mal; en un documental sobre el Palomo Usuriaga (también con Moreno); y en un proyecto junto a la Universidad de Tres de Febrero.

Pero como si todo esto fuera poco, avanza en dos aventuras con Pablo Echarri y Andrés Calamaro.

–Andrés me invitó a su gira por Colombia. Estamos muy unidos. Es un gran hermano, tenemos una admiración mutua y nos queremos. Todo surgió por el programa de radio que conduzco en FM La Patriada, que ahora se llama La ley de la ferocidad. En Colombia vamos a pasar el rato y ver si componemos. A lo mejor nos volvemos con un disquito –NdeR: Ramos tiene una banda que se llama Los Analfabetos y grabó un disco con Gabo Ferro–.

–¿También tenés un proyecto para otra película?

–Sí. Estoy empezando a esbozar un guión para una película con Pablo Echarri. Recién le pasé el cuento inicial, que funciona como un resumen del guión. Todo sucede en Avellaneda –Echarri también es de esa localidad del sur del Gran Buenos Aires–, en ese gran punto de no retorno que fue el 2001. Incluye a una tribu de motoqueros, el Parque de Domínico, la reconstrucción del tren fantasma y un delito. Es una historia hermosa.



Una ópera prima largamente deseada

Oscar Frenkel es amigo de Pablo Ramos desde hace casi 20 años. Estudió en la Escuela Aquilea de Realización Cinematográfica, trabajó en televisión, grabó más de cien clips y dirigió Negro, un mediometraje en 16 mm basado en un cuento de Abelardo Castillo. Su primer trabajo con Pablo Ramos fue Animal que cuenta, una serie de 16 capítulos sobre literatura, emitida por el Canal Encuentro. Para la misma señal realizó el documental Que no se repita Cromañón. El origen de la tristeza es su primera película.

–¿Cuáles fueron las mayores dificultades para concretar la película?

–Creo que la más grande fue haber trabajado con tantos chicos, muchas veces en la misma escena y con muchos diálogos. El casting fue un proceso complejo también. Pero pusimos mucho esfuerzo para que salga de la mejor manera.

–¿Estás conforme con los resultados?

–Sí, muy contento y orgulloso. De chico tuve el deseo de ser director, de joven creí serlo y ahora siento el verdadero logro de mi ópera prima. Ojalá venga a verla mucha gente. Si vienen todos los que compraron la novela va a ser un éxito. Lo que nos duele es el momento del país. Por eso el estreno no es una felicidad completa. Pero quiero destacar que esta película es una realidad por las políticas del gobierno anterior y muy a pesar de las del actual.