La traducción literal de la palabra japonesa Senjutsu que titula el disco doble que lanzó Iron Maiden este viernes es “táctica” y, en una acepción más amplia, “arte de la guerra”. No se trata de una nomenclatura azarosa: a esta altura se puede afirmar que existe una “táctica Iron Maiden” y que sus integrantes, además de músicos, son artistas que guerrean década tras década para seguir conquistando terreno en el campo de batalla de la música, llevando siempre adelante la bandera del heavy metal. Se trata del décimo séptimo álbum de estudio de la banda británica y una gran noticia para los amantes del género: la obra está a la altura de la trayectoria del grupo.

El sexteto juega de memoria: todos tienen “su” momento en el larga duración pero, como siempre, lo colectivo prima por sobre lo individual. El director y  padre de la criatura es Steve Harris, que además de tocar el bajo como pocos, en esta ocasión se encargó de los teclados, la producción (junto al sudafricano Kevin Shirley, quien ya trabajó con el grupo y con otros músicos de la talla de Rush, Jimmy Page, Aerosmith y Joe Satriani) y la composición de la mayoría de las canciones. Esta tarea la compartió con el cantante Bruce Dickinson y los guitarristas Adrian Smith y Janick Gers. Como ya es costumbre, la formación la completan Dave Murray –también en guitarra– y Nico McBrain –en batería–.

Senjutsu expresa una continuidad en relación a la placa anterior del sexteto, The Book of Souls (2015), por ser un disco doble y, también, en la construcción estética de su arte de tapa en la que Eddie, la mascota característica del grupo, emerge de un fondo despojado y oscuro, esta vez enfundado en un uniforme samurái bañado de sangre y sosteniendo una enorme espada con un dragón tallado. El álbum dura más de una hora veinte minutos y se compone de diez tracks: seis en la primera placa y cuatro en la segunda. Fiel al estilo de la banda, casi todos exceden los seis minutos y hasta algunos duplican dicha extensión. En un mercado musical que pareciera desechar todo lo que no sea breve, de consumo inmediato y -en la mayoría de los casos- olvidable, Iron Maiden sigue haciendo su propio camino.

El disco abre con el tema homónimo, que inaugura la obra con una sucesión de golpes de tambor a los que se suman las distorsiones de las guitarras, el metálico golpe de las cuerdas de bajo y la privilegiada voz de Dickinson que se multiplica en diversas capas. Esa entrada automáticamente confirma que la “táctica Iron Maiden” calienta motores, pero todavía no está al máximo de su capacidad. Es con “Stratego”, la siguiente canción, que el grupo saca a relucir la catarata de recursos que tiene a disposición, uno tras otro: las conversaciones instrumentales, los solos épicos y, muy especialmente en este tema, los estribillos pegadizos a caballo de -perdón por el juego de palabras- las cabalgatas de las tantas cuerdas que envuelven a la potencia de la banda.

“The Writing on the Wall” es la tercera canción y, también, la prueba cabal de la vigencia de la Doncella de Hierro: se trata de una pieza lanzada en 2021 que podría haber visto la luz en los ‘80, los ‘90, los 00 y hasta en los ‘10. Alcanzar un estilo propio, un lugar seguro pero que nunca aburre, es uno de los mayores méritos de Iron Maiden, una medalla que muy pocas agrupaciones musicales en actividad pueden lucir. Y, como si fuera poco, cuenta con un videoclip animado realizado por ex integrantes de Pixar, en el que la banda se ríe de la decadencia estadounidense y, para sorpresa de muchos, también de la británica.

La placa continúa con “Lost in a Lost World”, que comienza con un lamento de Dickinson en eco sobre un colchón de teclados, guitarras acústicas y coros que, claro, son interrumpidos con distorsiones y golpes de batería para finalizar, otra vez, con una pausada cadencia pero esta vez con el bajo como protagonista. Las dos últimas canciones del primer disco son “Days of Future Past” -la más breve- y “The Time Machine”, declaraciones de principios frente a la mercantilización extrema del concepto de nostalgia.

El disco dos, por su parte, abre con “Darkest Hour”, una balada a la Maiden, con un estribillo épico y sonidos de mar al principio y final del tema. Acto seguido comienza una sucesión con las canciones más extensas del trabajo: “Death of the Celts” (con un Dickinson que suma pasajes de vos rasposa poco habituales en su registro), las mayoritariamente instrumental “The Parchment” (¡de casi trece minutos!) y “Hell on Earth” (imposible escucharla sin imaginársela siendo ejecutada en vivo, después de tantos meses en los que el infierno parece estar, efectivamente, en la Tierra).

Senjutsu es la demostración de que no siempre todo tiempo pasado fue mejor para las bandas de la magnitud de Iron Maiden: el presente puede ser tan bueno y, hasta por qué no soñarlo, el escenario adecuado para esperar todavía más en un futuro que imaginamos cada vez más próximo.