Thierry Frémaux es una de las personalidades más importantes y reconocidas del mundo del cine. Director Artístico del Festival de Cannes desde 2001, ascendido a delegado general en 2007, es el responsable, o al menos la cara visible, de la selección de películas que se hace para ese evento que tiene lugar en la ciudad de la Costa Azul francesa desde 1946. Y las decisiones que toma tienden a marcar el panorama anual del cine que se verá, que circulará por el mundo y ganará premios cada año. No sólo eso. En cierto modo, Frémaux tiene el poder de hacer o deshacer carreras cinematográficas, eligiendo a algunos directores y dejando de lado a otros, transformando a desconocidos realizadores de distintos lugares del mundo (griegos, iraníes, coreanos, suecos, argentinos) en figuras célebres del séptimo arte. Y no sólo en el limitado marco del llamado «cine de autor». Tras pasar por Cannes, muchos directores terminaron luego a cargo de algunas grandes superproducciones del cine mundial.

Frémaux tiene, además, una larga relación con la Argentina. Una que viene de toda su vida –previa al cine, incluyendo viajes de juventud–, pero que se acrecentó cuando su llegada a Cannes coincidió con la fuerte renovación del cine nacional. Desde que está a cargo del festival, por allí pasaron películas de Lucrecia Martel, Pablo Trapero, Santiago Mitre, Lisandro Alonso, Damián Szifron, Adrián Caetano, Ana Katz, Lucía Puenzo, Luis Ortega, Alejandro Fadel, Rodrigo Moreno y muchos otros más. Además de eso, desde que se creó Ventana Sur –el mercado de cine latinoamericano organizado por el INCAA y el Marché du Film del Festival de Cannes– viene casi todos los años en estas mismas fechas para tener reuniones con cineastas que intentan llegar con sus nuevos proyectos al festival del año siguiente y, fundamentalmente, a presentar la Semana de Cine de Cannes, evento que concluye hoy en el Cine Gaumont y en el que se exhiben, siempre con entradas agotadas, algunos de los títulos más importantes que pasaron por la última edición de su festival.

Lucrecia Martel.
Foto: Télam

Es ese rol –y esa larga relación con la industria audiovisual argentina– lo que lo hace un interlocutor más que válido para hablar de la importancia que tiene en el mundo el cine nacional, especialmente en un momento político en el que el partido que acaba de ganar las elecciones ha demostrado su intención de cerrar el Instituto de Cine, con las previsibles consecuencias que eso tendrá: la desaparición de gran parte de la producción cinematográfica, la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo y del lugar como faro creativo que las películas argentinas han tenido en lo que va del siglo. «Yo no puedo hablar de la política argentina porque no soy de acá, pero la razón que me trae aquí cada año es la fuerza del cine argentino, de la creación, de los profesionales y del sistema argentino, con el apoyo del Estado. Y que hay una idea argentina del cine que es tan fuerte como la de países como Estados Unidos, Francia, España, Italia o México. Y eso es el resultado de una política que ya tiene muchos años», comenta.

Thierry Frémaux.

–¿Ves un futuro posible para el cine argentino sin políticas de apoyo públicas?

–No sé nada del nuevo presidente ni de sus políticas, pero hay una cosa que sí puedo decir: sea de derecha, de izquierda, peronista o no peronista, tiene que saber que mantener las políticas públicas argentinas con el cine da sus resultados. Sin ir más lejos este año hemos tenido Los delincuentes, de Rodrigo Moreno, y a Damián Szifron en el jurado. Argentina es un país muy importante en el cine mundial.

–Hay muchos gobiernos de extrema derecha ganando elecciones por el mundo y casi todos ven a la cultura en general, y al cine en particular, como un gasto, como algo que hay que recortar y no como una inversión o una política nacional. ¿Por qué hoy resulta tan difícil que la gente tome conciencia de la importancia de tener una industria cinematográfica propia?

–La idea de que la cultura no da plata si se la compara con las empresas privadas es falsa. De hecho muchas empresas privadas, y algunas ligadas al audiovisual, no ganan plata. Hay plataformas que todavía dan pérdidas. En Francia hemos recibido notificaciones oficiales diciendo que hay que producir películas que ganen plata. Y eso no es fácil porque no se puede saber. Pero también creo que el cine de autor no tiene que perder su conexión con el público. Hay que cuidar eso también. En Francia hace años que la extrema derecha es parte de la vida política, de hecho gobiernan muchas provincias. Y la mayoría ha aprendido que ganan plata haciendo cine, entienden la necesidad de ayudar a la producción. Un rodaje de dos meses en una provincia genera puestos de trabajo en hoteles, restaurantes, técnicos locales, empleados, choferes, un montón de cosas. La cultura es parte de la industria. En Francia es el 6% del producto bruto nacional. Lo decía André Malraux, el ministro de Cultura de Charles De Gaulle: «el cine es un arte pero también una industria».

–Un Festival como el de Cannes siempre tiene que lidiar con ese límite entre lo que se considera artístico y lo que es más comercial. ¿Es muy complejo moverse en esa frontera?

–El cine de arte y ensayo tiene una imagen elitista para muchos. Y en el Festival de Cannes, que es el más grande del mundo, hay de todo. No voy a poner en competencia películas muy comerciales que no tienen ninguna calidad artística, pero tenemos películas populares, tanto fuera de competencia como a la medianoche, porque eso también es el cine. Yo creo mucho en la idea de que las grandes películas protegen a las más pequeñas. Necesitamos películas de autor, como las que pasamos esta semana en el Gaumont, que también puedan ser exitosas con el público. Fijate lo que sucedió con Barbie u Oppenheimer: las dos son películas de autor y fueron muy populares. Greta Gerwig y Christopher Nolan son artistas y mis hijos fueron a ver sus películas. Y en el cine comercial estaban viendo historias que les hablaban de la bomba, de la Guerra Fría, de la libertad de conciencia, del feminismo y el humanismo. 

Oppenheimer .

–Además de lo económico, el cine es también la imagen de un país. Aquí en la Argentina sabemos cosas de muchos países distantes o poco conocidos para nosotros gracias a sus películas. Asumo que en Francia saben de la Argentina, además de por el fútbol (risas), por las películas nuestras que se ven allá. ¿No crees que eso es importante también?

–Del fútbol hablamos luego… Pero sí, en Francia y en todo el mundo se conoce mucho de la Argentina por sus grandes autores o por sus grandes actores, como Ricardo Darín. Las películas de Martel, Trapero, Szifron, Mitre o Alonso tuvieron la plataforma de Cannes para hacerse conocidas en Francia. Hay un cine argentino urbano y uno del campo, y gracias a ambos se conoce todo lo que es este país. Además está la historia del cine argentino. Este año en Cannes Classics mostramos Hombre de la esquina rosada (la película de René Mugica de 1962 basada en el cuento de Jorge Luis Borges) y hemos dado películas de Pino Solanas. El cine argentino tiene una gran historia. El otro día fui a conocer Lumiton –el museo ubicado en Vicente López que se dedica a preservar y difundir la historia de los Estudios Lumiton– y fue toda una sorpresa para mí conocer esa historia. Acá hay productores, profesionales, artistas, y yo vengo también a escuchar sus ideas porque creo que para escribir el futuro hay que escribir el presente.

–¿Cómo creés que salió el cine de la pandemia?

–En la pandemia se anunció la muerte del cine. Y no va a morir el cine, eso es seguro. Hay que abrir nuevas salas y seguir apoyándolas. El cine salió muy bien y la taquilla en Francia ya es igual que antes de la pandemia. En España, Italia, Inglaterra o Estados Unidos todavía no llegó a lo que era antes, pero anda bien. Ellos tuvieron además este año las huelgas de guionistas y de actores, y eso complicó un poco más la salida de la pandemia. Pero creo que en 2024 tendremos un regreso del cine de los Estados Unidos. Necesitamos eso, como también del cine chino o del argentino. Mi sensación es que el mundo es fuerte, resiste. Recuerdo que durante la pandemia hablábamos mucho de cómo iba a ser «el mundo después» y ahora no se habla más de eso. Lamento un poco que se haya dejado de hablar de eso porque me parece que hay que pensar más en este mundo que tenemos.

–Se sabe que sos futbolero, ¿algo para decir acerca de la final del Mundial?

–No entiendo por qué Francia jugó tan mal hasta el minuto 70, estábamos como ausentes. Pero luego de eso fue una locura, una de las mejores finales de la historia. Y si Kolo Muani hacía ese gol…

–Pero no lo hizo…

–Sí, lo sé. De todos modos, pese a la frustración, me puso contento que el Mundial lo gane Argentina, que es un país que amo. Eso me consoló. Yo soy maradoniano, pero Messi también merecía ganar su Mundial.   «



Las plataformas de streaming y las salas

Otro tema importante del cine actual, que afecta a Cannes, es el de las plataformas. Hoy, muchas de las grandes películas no se podrían hacer sin ellas, pero eso mismo lleva a que las salas de cine pierdan su peso. Cannes hace años que rechaza programar producciones de plataformas en su competencia pero a la vez van quedando como las únicas capaces de producir películas, como la nueva de Martin Scorsese, entre muchas otras.


–¿Cómo se lidia con esa contradicción?

–El cine atravesó a lo largo de su historia un montón de desafíos, como la llegada de la televisión, el video o la Internet. No son enemigos, son adversarios. Ahora son las plataformas, que hacen un trabajo increíble. Yo no veo muchas series porque no tengo tiempo pero hay un montón de nuevos directores y nuevos actores que surgen gracias a las plataformas. La casa de papel hizo un gran trabajo por la difusión del idioma castellano, por ejemplo, el mejor desde Cervantes. Hoy, sin el dinero de las plataformas, el mundo del cine no sería el mismo. Para mí son una bendición. El tema es que la más famosa de todas, que es Netflix, que tiene un modelo de negocios increíble, no puede venir a la competencia de Cannes porque tenemos la regla de que, para estar en esa sección, una película tiene que estar primero en las salas de cine. Y ellos no quieren eso y quieren competir. Alguna vez veremos juntos qué podemos hacer. Pero este año con Apple y Los asesinos de la luna, de Scorsese, fue perfecto. Hicimos un evento muy importante. Sin el dinero de Apple esa película o Napoleón, de Ridley Scott, no se podrían hacer. Pero Apple aceptó trabajar con distribuidoras, como Paramount o Sony, para estrenar sus películas primero en las salas. A mí me gusta mucho El irlandés, pero es como una película aparte en la historia de Scorsese, una que no pasó por las salas de cine. Nosotros no queremos perder esa cultura física del cine que inventaron nuestros padres. Creo que las plataformas necesitan las salas, son ellas las que le dan otro tipo de peso y de prestigio a las películas. Creo que todos juntos vamos a encontrar una solución.