La suerte de la fea es una pieza escrita por Mauricio Kartun en tiempos de La Madonnita y que iba a escenificar “en algún momento”. A Luciana Dulitzky esa idea de futuro probable le resultó inaceptable. Y por eso mismo, convenció al maestro de que le entregara en enero de este año los derechos de la obra que hoy dirige Paula Ransenberg, quien hace desplegar y crujir con talento incomparable a su amiga “Poli”. Luciana –esta vez como actriz– interpreta a una Yolanda lasciva con toques de porno, una violista que cuenta su “melodrama pringoso” que abarca el papel de las figurantas porteñas de las orquestas de señoritas de 1890 a 1920, época exitosa de “turras y fruncidas” de pensión. Y su final.

La implacable dupla Ransenberg-Dulitzky, después de Sólo lo frágil, potencia en la sala Timbre 4, junto con los toques de cuerda de Federico Berthet, una obra jadeante y mordaz, montada en ahogos que se preguntan sobre el deseo, la mirada y la catástrofe de una mujer que “fea, sola y seca” cuestiona los desmanes de los empresarios y mozos de la época de los bares para hombres. 

El trío Ransenberg-Dulitzky-Berthet pergeñó un plan estratégico para emboscar a Kartun: llevarle la obra a su estudio, “todo menos el final”, preanunciaron. El dramaturgo debió aceptar la omisión en plena puesta y les marcó que clarificaran los cortes de las “seis porciones”. Resultó una composición que no sólo repuso los quiebres, también las bondades de la creación, entre artistas que se admiran para multiplicarse en una intensa tesitura.

–Han girado los roles de un modo muy interesante.

Paula Ransenberg: –Fue un desafío correrse del rol. Pero hay una ductilidad de las dos que cuando actuamos nos encanta y cuando dirigimos nos ponemos con la mirada generosa de aportar y sacar lo que la otra está haciendo. Es algo que fluye. A veces, es imposible y en este caso es muy fácil. 

Luciana Dulitzky: –Me parece que tiene que ver con la bondad que tenemos de saber que hay algo que el otro lo puede hacer más rico. Entonces uno le pone luz y dice por dónde es para que el otro brille y crezca. Es muy saludable entre nosotras y no es muy frecuente.

–Los personajes que construyen son monstruosos. ¿Qué le suma “la fea” a la sucesión?

PR: –Lo monstruoso nos atrae porque en lo monstruoso está lo raro, lo diferente, lo ampliado. Hay una riqueza, está la mirada piadosa y la irónica, el humor negro. Eso nos fascina. Hay algo de época también, una mirada con distancia. En todas las obras hay una fragilidad de personajes que conviven. Poli tiene sensibilidad y humor, ironía y juego, histrionismo.

–El trabajo con la música es clave. ¿El violista funciona como la figuranta de la actriz?

Federico Berthet: –Yo estoy en el foso, de alguna manera, con mi peinado de rulos soy Emilia. Yolanda está ahí y nos comunicamos, dialogamos. Son relevantes los silencios, los espacios y los pies que ella me da, donde yo puedo expresar. La acompaño con climas, efectos y melodías. Es un material vivo que se mueve en cada función.

PR: –Elegimos que haya música en vivo y que se ejecute, en el minuto a minuto, porque promueve ajustes nuevos. Es una maravilla.

LD: –Ninguno de los dos hacemos lo mismo. En esa conversación de silencios y de sonidos se reactualiza Yolanda. Tiene que ver con los dibujos de la música. Paula, al principio, me proponía música de tango electrónico y le preguntaba qué había de porno y erótico. Y todo viraba a lo tétrico. Descubrimos que era más interesante que aquella música a la que refiere como la milagrosa no se escuche y quede ambigua. Todo lo que suena es el pensamiento o la emoción del personaje.

–La escenografía, de algún modo, se repite de la obra anterior. ¿Qué constantes tienen?

PR: –No lo había reparado: la silla, la máquina. Creo que es aprovechar las acciones de que los objetos empiecen a ser multifuncionales. Ciertas cosas que aprendimos de Juan Carlos Genet y Verónica Oddo. Además hay una mirada femenina, que se entrega a la mirada masculina y a veces se rebela, creo que los personajes están ahí, quieren pero no pueden.¿Qué les pasa con eso? En los ojos del hombre, nos atrapa en la creación. «

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Me gusta armar complejidades«.