Gabo Ferro no para nunca. Hacedor de una carrera fértil en la que conjuga con singularidad música, historia, poesía, performance y un trabajo experto de la voz, su obra se expande vertiginosamente. Esta vez, le pondrá el cuerpo a una propuesta única. El próximo sábado presentará el espectáculo Loca en el mítico Torquato Tasso, donde hará un recorrido a través del repertorio de las cancionistas porteñas de las décadas del ’20 y del ’30, junto con un guitarrista del núcleo duro del nuevo tango: Edgardo González, de 34 Puñaladas, lo acompaña en el desafío.

La mirada no es ingenua. Ferro explica que el ingreso de las mujeres en los territorios del tango-canción, a principios del siglo XX, es tan fundacional como el de los hombres. Cantando en masculino, y muchas veces vestidas de varón, tuvieron que pasar algunos años para que pudieran finalmente apropiarse «de su lugar de persona, de su espacio de género, de su identidad histórica», y vestirse y enunciar como mujeres. El objetivo de Loca «es celebrar ese universo femenino que se construye desde las letras y del que emergen cuestiones de género, culturales y de clase». Y, aclara, va a respetar la enunciación original: «Dentro del trabajo de género, que hago desde toda la vida, me interesa exponer, como varón, ese lugar enunciado por las mujeres, el momento en que se asumen como mujeres. Por eso voy a cantar en femenino».

Ferro es historiador, y en ese campo germinaron los disparadores: «Empecé a ver que todos conocíamos alguna canción de Libertad Lamarque, de Ada Falcón, de Tita Merello… Pero no mucho más que eso. Cuando me pongo a revisar, me doy cuenta de que en esas décadas ellas son las que mandan: son las que participan en los programas de radio más exitosos. En la industria del disco ellas grababan cantidad, hacían giras tremendas. Me interesa ver cómo se mostraban, para ver cómo era ese lugar y por qué tuvieron que empezar draggeadas de varón y enunciando en masculino. La pregunta era: ¿cómo puede ser que de estas mujeres, que movían lo que movían, no se conoce el peso que tenían?». Y señala además, que no le interesa «hacer versiones. Yo quiero hacerlo como ellas, como si se pudiera intentar tomar ese ambiente y recrearlo».

«Trata de personas, violencia de género, negación de la identidad femenina y las cuestiones de clase» son algunos de los componentes que resalta Ferro. «La seducción desde ‘lo que te voy a dar si venís conmigo’, cuasi prostibulario, y del otro lado: ‘si me dejás, me muero y si volvés te perdono’. Siempre es una negación de la subjetividad misma. Y cuando la mujer se apropia de una manera más poderosa, es en un gesto de caricaturización. Siempre es con el tono del humor porque la mujer no puede enunciar seriamente su lugar. Lo que aparece es tremendamente doloroso.» Gabo se conmueve ante esas voces y admite que se quiebra en los ensayos: «Esta mujer cantando esto, no pudo haber pasado. Y, sin embargo, son cosas que siguen pasando». En este universo «que da mucha pena», también hay cosas que para él son imposibles: «Hay un tango del ’19 que no pudimos hacer, de Tita, que se llama ‘Papito’, donde pide que la deje ‘de ambulancia’, que si no, no la quiere. Ese tango no se podía hacer, era espantoso».

La sensibilidad de Ferro se entreteje con la rigurosidad de la academia y sus referencias: «Un tomo, el de Estela Dos Santos, de la Historia del Tango está dedicado a ellas: las cancionistas. Ahí hay cantidad de anécdotas… El giro místico de Ada, por ejemplo, que creo que ningún hombre lo tuvo: de ser considerada una mina que tuvo los primeros autos importados acá, que tomaba sus dos horas de baño como una diva de Hollywood, se secaba el pelo yendo a San Isidro… en un momento –de tanto ‘puta, puta, puta’– tuvo ese giro y se hizo monja, se retiró a Córdoba, no quería hablar con hombres».

«Yo creo que esa enunciación fue levemente enmudecida, asordinada, porque si no, nosotros sabríamos que ellas vendían la cantidad de discos que vendían… Y esas mujeres también se plantaron. Ese mismo libro cuenta que Rosita Quiroga le dijo a Yankelevich, cuando recién había comprado Radio Belgrano: ‘pare un poco, acá el único que gana guita es usted’. Y dice que era cantar horas, con los guitarristas, y ella en el estudio de la radio cocinaba y les daba de comer. Es hermoso ver esa anécdota casi como un paradigma: la mujer, que estaba cantando, pelándoles las papas a los guitarristas para hacerles el puchero. Yo creo que, si a estas mujeres se les dejó levantar la voz y dejar la ropa de gaucho y de varón, fue porque eran buenas, y porque fueron un negocio para los hombres, no para las mujeres: no había mujeres empresarias”.«

Un proyecto de ley que apuesta a la equidad

El 16 de octubre se presentó en el Senado el proyecto de ley sobre cupo femenino para garantizar, mediante una cuota del 30%, la participación de artistas mujeres en eventos musicales en todo el país. En ese momento, los colectivos detrás de la iniciativa ya habían hecho estadísticas y puesto las cifras exactas a una realidad evidente: la participación de mujeres en los conciertos es menor al 20%, y la más baja de América Latina. En el rock, los números apenas alcanzan un 5 por ciento. Gabo Ferro acompaña abiertamente el reclamo y apunta: «Está claro de quién es la mano (peluda) que mueve la cosa. Yo no sé cuánto falta. Lo que sé es que todavía la cosa está así barajada y que –sin ponerme muy marxista– todavía la industria sigue moviendo también esos campos. Pero algo hay que hacer. Es horrible esa distinción de género, pero debe hacerse para generar cierta operación. Las primeras que deben estar realmente fastidiadas con esto del cupo deben ser las mujeres, sin duda. Pero algo hay que hacer. No se pueden quedar sentadas esperando. Yo estoy seguro de que no hay ninguna diferencia. Como cuando dicen ‘el rock femenino’ o la ‘literatura femenina’: ¿qué carajo es la literatura femenina? Eso no hace a la literatura, la literatura es literatura». Que sea ley.