A diez días de las elecciones, aún sentimos la conmoción en el cuerpo de la contundente victoria de la ultraderecha. No sirve no hacerse cargo de que estamos afectadxs por un estado de ánimo general.

El cuerpo, ese campo de fuerzas que es lugar de la creatividad y no solo de la explotación, como dice Silvia Federici, es un espacio estratégico desde donde informarse de lo que será re-existir en este nuevo ciclo.

Pensamos que no funcionan los automatismos a la hora de llamar a la organización y la resistencia. Automatismo: no registrar ese impacto anímico que arrastra la precarización de las vidas. Desde el resultado de las PASO, cuando el boom Milei se hizo presente, señalamos la necesidad de comprender su popularidad desde la materialidad de una economía cotidiana desfondada, endeudada y agotadora.

La precariedad es una fuerza antidemocrática por excelencia: genera las formas de inseguridad sobre las propias posibilidades de subsistencia que se adhieren a las promesas destructivas con que las derechas logran canalizar el malestar real.

Sostenerse en los legados e historias de lucha de nuestro pueblo es imprescindible. Recordamos, cómo no, que el primer paro a Macri -el político que parece realmente estar a punto de tomar el poder- se lo hicimos desde el movimiento feminista. Desde entonces nos tramamos en asambleas, encuentros, manifestaciones que crearon un movimiento masivo que desbordó las fronteras.

El movimiento feminista de nuestro país fue orientación e inspiración en el mundo entero, inaugurando un ciclo de movilización transnacional. Durante la pandemia, gracias a esa fortaleza, se sostuvieron las calles al punto de conquistar el aborto en 2020. La memoria feminista de las redes que nos sostuvieron entonces son clave. Quienes no tienen una lectura de proceso, solo miran fotos estáticas.

El marcado antifeminismo

No es casual que hoy la ultraderecha siga señalándonos como enemigxs e intente generar un apagón estatal para las miles de mujeres, lesbianas, travestis y trans que llaman a la línea 144 para denunciar violencia.

No son tampoco casuales las amenazas al Ministerio de mujeres, políticas de género y diversidad sexual, atacando una institucionalidad que, aun con todas las críticas que le hicimos durante estos años, fue una forma de jerarquizar nuestra agenda y sobre todo de decir que las violencias no son privadas.

Desde el gobierno recién electo, se legitima una renormalización y reprivatización de las violencias por razones de género. Mientras, se difunde por abajo una frustración devenida fuerza odiante: se ataca a una docente lesbiana a la vista de todxs en el sur del conurbano bonaerense o se viralizan amenazas en redes sociales y en escuelas.

Así queda claro que el proyecto de avanzada neoliberal autoritario es indisociable de una guerra contra las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. No hay proyecto de recolonización financiera autoritaria que no nos ponga en la mira.

Foto: Soledad Quiroga

A ocupar las calles

El movimiento feminista tuvo su mayor momento de efervescencia en simultaneidad al peor proceso de endeudamiento, durante el año 2018. Ahí se incubaba el huevo de la serpiente que está desplegándose hoy. Desde ese momento el poder adquisitivo de salarios y subsidios no para de caer; desde ese momento trabajamos más por menos. No olvidamos que justo cuando más cuerpos ocupábamos las calles, Macri y sus secuaces nos endeudaban por generaciones.

El FMI fue el medio por el cual parasitaron nuestra capacidad de bloquear su proyecto con movilización social. Esa deuda que fue legalizada por el actual gobierno de Alberto Fernández (y fue insuficientemente investigada y cuestionada) hoy aparece en las manos de los mismos endeudadores seriales, tales como Luis Caputo, para ser prenda de nuevas deudas. Los fondos de inversión están por gobernar el país, consolidando un modelo de valorización financiera que requiere más pobreza, más ajuste y más neoextractivismo.

No podemos caer en automatismos, decimos, y al mismo tiempo estos primeros meses serán cruciales. No podemos olvidar la potencia de nuestras luchas y, al mismo tiempo, necesitamos procesar un duelo y un cansancio que es por lo menos generalizado para quienes estuvimos involucradxs activamente en evitar este desastre hasta el último día.

No hay recetas mágicas, ni trucos narrativos, para volver a ocupar las calles con masividad, contundencia y energía. Nos toca reinventar una fuerza que, para que siga siendo transfeminista y popular exige poner tiempo de escucha y de organización; implica hablar de cuestiones concretas y, al mismo tiempo, abrir la imaginación política.

La única tecnología que sigue siendo eficaz contra el poder corporativo son las alianzas transversales en las calles, en las plazas y en las casas.