Ojalá me equivoque. Pero estoy bastante segura de que ninguna de nosotres va a ver en su vida una prenda de Vivienne Westwood en persona. Mucho menos poseerla o lucirla en una salida casual a tomar una birra. No importa, no tiene la menor importancia. El arte no es un bien de uso. Se compra y se vende aunque no sirva para nada. Salvo para cambiar la historia.

Vivienne Westwood fue una heroína de la clase obrera que llegó a las pasarelas de la más alta moda. Pero esa no es la historia de meritocracia que nos interesa. Por supuesto que es hermoso saber que se cosía su propia ropa y que diseñó su propio vestido de novia cuando se casó a los 21 años sin siquiera haber estudiado diseño -algo que había empezado pero tuvo que dejar porque no le alcanzaba para pagarlo. Pero Vivianne es nuestra porque cambió la moda desde el feminismo punk. Y porque la palabra moda le queda chica: Westwood inventó una estética.

En la Londres de principios de los años 70, conoció a Malcom McLaren, músico genial y productor de los Sex Pistols, y con él armó una banda de complicidad y creación. Leyeron a Nietzsche, a los situacionistas, y mientras Malcom hacía discos, Vivienne hacía diseños con frases nihilistas, estética bond, crearon el punk. Tenían un localcito, que se llamó Let it rock y después directamente Sex, del cual salieron vestidos con alfileres de gancho Syd Vicious y sus amigues, alfileres de gancho puestos de a miles en filita, franjas con estampados en las remeras, camperas de cuero con tachas y pantalones ajustados de género escocés.

Ahí hangueaban chicas en mini de vinilo, lxs New York Dolls, Chrissie Hynde -que fue cantante de The Pretenders-, y pensaban formas de dar vuelta el mundo. ¿Cómo debería llamarse aquello que cuando la moda es, digamos, los colores pastel, los estampados liberty, las blusas de bambula, propone todo lo contrario? ¿Antimoda? Puede ser. Vivienne Westwood creó un estilo, reescribió el sistema desde los principios del “hazlo tu mismx”, “mata a tus ídolxs”, y “la ropa no tiene género”, entre muchos otros. Su singularidad fue desde la tela rota hasta la imagen del pavo real y los vestidos inflados y volátiles que usó Sarah Jessica Parker en Sex and the City o Pamela Anderson en su campaña.

Una vez, en un canasto de un bazar chino por el Abasto, encontré unas medias can-can de Vivienne Westwood. No me importó si eran truchas, si eran de mi talle, si el color me iba bien. Nunca las usé. Tengo el paquete sin abrir. Y cada vez que abro mi cajón de bombachas un poco gastadas y medias sin su par lo veo: naranja como su pelo, con su letra de Dama inglesa, trayendo un poco de punk y de historia, recordándome esta frase de ella: “Tienes una vida más interesante si usas ropa impresionante”. Y aunque vuelva a ponerme el jean y el suéter negro, algo del glamour impregna. Una biografía autorizada, casi colaborativa de ella, está en camino. Es como bien explicó Oscar Wilde: en ella se habla de lo profundo desde la aparente frivolidad. Westwood era también taoísta y ecofeminista. Decía cosas como: “Comprá menos. Elegí bien. Hacé que dure. Calidad, no cantidad. Todo el mundo está comprando demasiada ropa”. Quienes la conocieron dicen que Vivienne era cándida. Una especie de entusiasta ingenua. Algo pícara. Como quien se pone un collar de perlas y una remera negra con la foto de la reina.

*Este artículo pertenece a Latfem y es reproducido por Tiempo Argentino a partir de un convenio de publicación para difundir periodismo especializado y de calidad.