No sólo es una multiinstrumentista, autora de canciones y productora. Sobre todo, es un personaje que vino a refrescar la escena alternativa con creatividad y osadía. Criada en una familia melómana, Lucy Patané empezó a explorar los instrumentos que abundaban en su casa de Bernal desde el jardín de infantes. La escena punk de Buenos Aires fue su escuela, aunque no necesariamente su destino. Con ese espíritu de libertad, Patané encara tanto su sonido como sus colaboraciones. Su primer disco solista, bautizado con su nombre y ganador del Premio Gardel al Mejor Álbum de Rock Alternativo en 2020, sintetiza de manera personal esa amplísima gama de influencias que incluye varias vertientes del rock y la multiplicidad de géneros que absorbió desde pequeña. Entre otros combos, fue parte de Las Taradas y La Cosa Mostra junto a Paula Maffia; también tocó con Marina Fagés e integró las bandas de Diego Frenkel y Natalia Oreiro. De vuelta de una esperada gira pospandémica por Europa, el próximo 5 de octubre hará su primera presentación, sola, en Niceto.

–¿Así que a los 9 años ya tocabas en una banda?

–Sí, toqué el bajo en Sangre Azul, mi primer grupo; en Bernal, con niños y niñas del colegio, todos más grandes que yo. Toqué desde los 9 hasta los 13.

–¿Eras también de engancharte a jugar en la vereda y andar en bici, o todo era en modo nerd de la música?

–Por suerte tuve una infancia bastante «completa» (risas): estaba mucho en la calle. De chica jugaba con la gomera (pero jamás les tiré a los animales, sólo a los objetos) y los vinilos de mis viejos. Esas eran mis actividades.

–¿Alguien se escandalizaba de que le gustara eso a una nena?

–No, nadie, o al menos nunca me enteré.

Foto: Sofía Martinsen

–Acabás de volver de una gira por Europa, pero sos una quilmeña orgullosa. ¿Qué tiene tu barrio que no tenga París, por ejemplo?

–Ya no vivo más en Bernal, desde hace más de 10 años. Pero lo que tiene Quilmes que no tiene París es el fabuloso olor a galletitas horneadas que viene de la fábrica de alfajores Capitán del Espacio.

–Pongámonos fantasiosas: ¿qué harías si fueras intendenta de Quilmes con superpoderes?

–Creo que le tiraría un hechizo a toda la población, para que enamoren y se interesen por la ribera y los hermosos humedales, que corren peligro.

–¿Cuál es el secreto mejor guardado del conurbano?

–No sé si es un secreto, pero creo que algo que lo distingue son las pandillas de perros callejeros.

–Hay un gesto tuyo bastante reconocible, de seriedad, que se repite en muchas fotos de chica y actuales. ¿Es una señal de alerta?

–La cara seria es simplemente un gesto de concentración. Me encantaría saber si a Lemmy de Motörhead le hacían la misma pregunta.

–Una vez dijiste que ser músico indie es como tener una pyme: ¿Cómo sobrevive hoy el emprendimiento Lucy Patané?

–Trabajando en equipo, con mi manager Carlos Sidoni y unos Excel hermosos que tenemos por ahí (risas). Y porque se invierte, se invierte y se invierte: y hablo de energía, también. Pero hasta ahora, lo que vuelve es un montón, así que lo vamos a seguir haciendo así, con energía, dinero y amor.

–Tenés un look muy reconocible y personal. ¿Cómo surgió?

–Lo que me pongo para tocar es súper importante. Llevar algo que me incomode me anula, me quita «poderes», por eso siempre trato de tener cosas que me empoderen, que me hagan sentir más fuerte. Puede ser un jogging o una remera, no necesariamente algo superproducido. Me gusta la ropa y en el último tiempo empecé a trabajar con Tamara Blanco, una vestuarista.

–¿Y qué cosa no usarías jamás en tu vida?

–Un vestido. Me parecen súper incómodos.

Arnold Schwarzenegger

–¿Tu ídolo menos pensado?

–Mi ídolo es Arnold Schwarzenegger, desde su faceta de fisiculturista en los ’70, pasando –por supuesto– por Terminator (la 2, sobre todo) y por otras películas que me marcaron un montón como El último gran héroe, Un detective en el kinder, y así puedo seguir.

–¿Qué fue lo más loco que te dijeron mientras tocabas?

–Una vez me gritaron desde el público «las manos de Lucy son como las manos de Perón». No se si fue un piropo o qué, pero…

–¿Pasatiempo favorito?

–Me gustan bastante las plantas, aunque ahora vivo en un lugar donde en realidad puedo tener pocas. También tengo muchos lápices y fibras, me gusta colorear cualquier cosa que haya por ahí.

–¿Un placer culposo?

–Ingerir la mayor cantidad de bombones Ferrero Rocher que mi salud pueda soportar.

–¿El mejor descubrimiento de los últimos tiempos?

–El jogging.

–Desmitifiquemos o reforcemos el mito del rock: ¿vivís de día o de noche?

–Me gusta mucho vivir de día, a veces no puedo, porque tengo insomnio, pero no porque quiera. De hecho, me gusta levantarme temprano y soy mucho más productiva a la mañana, así que no soy el ícono rockero (o por lo menos ahora ya no).

–¿Cuál fue el lugar más bizarro en el que hiciste un vivo?

–Fue con Panda Tweak, mi grupo de hardcore punk, tocando en una pizzería en medio de la ruta, en Glew. Había solamente un borracho mostrando la raja de su trasero. Y después, cuando salimos y nos asomamos a ese camino en el medio de la nada, pasó una persona vestida de Batman.

Foto: Sofía Martinsen

–Musicalmente, hacés de todo: tocás la batería, la guitarra, cantás, componés: ¿qué tiene de especial cada cosa?

–Me gusta tocar todos los instrumentos que pueda, me divierte, hace que no me aburra de tocar sólo uno. Tocar el bajo me da ideas para la batería y tocar la batería me da ideas para el bajo, y en realidad, para todo. De hecho, a veces pienso a la guitarra como una batería, las tres primeras cuerdas como el tambor y las otras tres como el bombo. Esa es mi escuela, tocar varias cosas para que se retroalimenten.

–Tuviste muchas bandas y llevaste adelante proyectos simultáneos: ¿no te agota el poliamor artístico?

–Es verdad, ese poliamor por momentos puede cansarme, pero por una cuestión de agenda. Pero –otra vez–, es como los instrumentos, a veces lo necesito para equilibrar y tener la atención y la libido puesta en varias cosas. Es un intercambio también de energía, y me gusta trabajar en los proyectos de otras personas, incluso en el de Lucy Patané (risas). 

–¿Cuál fue el primer trabajo por el que te pagaron?

–Justamente con Sangre Azul, banda con la que nos presentamos en muchos lugares, incluso en el Samovar de Rasputín. Una vez tocamos en el Hard Rock Café y nos pagaron con milk shakes. «