Si se calla el cantor, calla la vida, porque la vida misma es toda un canto. Si se calla el cantor, muere de espanto, la esperanza, la luz y la alegría. Si se calla el cantor, se quedan solos los humildes gorriones de los diarios. Así, Doña Soledad, nos sentimos en la mañana de martes techado por este cielo triste plomo. Color heavy metal.

No creo más en dios. Murió Ricardo Iorio. Escribo estas líneas a las apuradas en mi casa de Barracas. Frente al río poluído, que evidencia el sistema acabado. La concha de dios.

Los obituarios fríos dirán que fue bajista, cantante, letrista y artista popular a tiempo completo. En caliente agrego: padre fundador del metal en estas pampas del diablo; hijo bastardo del folklore y el rock sucio y desprolijo; poeta del parnaso maldito abrazado a Almafuerte, Discépolo, Yupanqui y Larralde; cráneo candente de V8, Hermética, Almafuerte. Heavy, chacarera, tango, milonga, rock duro. Cuero, tacha, Mercado Central, destrucción, no se rindan, cervezas en la esquina, carnes asadas, barrio bajo, la ruta, campo adentro, fábrica, peón, gaucho, indio, Malvinas argentinas, proletario, rebeldía, polemista sin filtro, pueblo y poesía. También contradicciones. Cubre el cuerpo cualquier capa, el placer también demacra. Todo ser busca una tapa, cada cual cubre su lacra. Cada cual, su lacra oculta.

Iorio, ácido y argentino

Hermética, otra de las grandes bandas lideradas por Iorio.

Ácido argentino. En cuatro décadas de carrera su filosa pluma denunció el sepulcro civil de la asesina dictadura, el menemato pizza y champán que mataba por otros medios, el caretaje y vaya uno a saber cuántos infiernos más de nuestra historia. Memoria de siglos. Pelear y aguantar. Ya sé, dirás, muy duro es aguantar. Mas quien aguanta es el que existe.

Iorio en los ’90

En los años noventa, sus canciones fueron nuestra banda de sonido cuando se hundía el Titanic neoliberal. Versos repletos de verdades pestilentes que te ayudaban a dar un paso más en la batalla. Recuerdo un walkman, los cortes del 2001 en Ruta 3, Matanza profunda, policía, piquete, cacerola, víctimas del vaciamiento. En la zona hay aguante, por eso estoy resistiéndole al imperio de la desolación.

“Escucharlo me cambió la vida para siempre. Me ayudó a pensar diferente, a ser libre”, me escribió hace un rato por WhatsApp un excompañero del colegio de curas represores donde nos desformaban. La libertad, esa palabra tan bastardeada en el presente. Polisémica. Si hasta Victoria Villacruel, candidata a vice de Milei, despidió a Iorio en Twitter. Libertad y sus vestigios, más vale ponerse a salvo. Muchos calzan gorro frigio, solamente por ser calvos.

Iorio en V8.

Desde hace unos años, los sábados cuando cerramos la edición papel de Tiempo tengo un ritual de lo habitual. Prendo el último pucho de la noche, subo el volumen del parlante y me dejo llevar por las sabias palabras de Iorio. No vendo mi sangre al antojo de un patrón por un mísero sueldo. A veces miro a mis compañeros agotados pero felices. Ajenos al tiempo, mil voces a veces nos ahogan para formar parte del seguro porvenir. Pero escapamos, en esas horas sin sol… Ellos son mi seguridad. En el fondo de pantalla de la computadora me ilumina una foto de V8. Cuatro mocosos posan furiosos contra una pared grafiteada a las apuradas. El mensaje de la pintada es clarito: “No se rindan”.

Que en paz descanses, Ricardo. Si se calla el cantor, calla la vida.