Ante la sorpresa del público y la de sus propios músicos, el 3 de julio de 1973 durante el show de cierre de una gira en el mítico Hammersmith Odeon de Londres, David Bowie decretó la «muerte» de Ziggy Stardust, su más recordado alter-ego, con el cual se había convertido en el principal referente del glam-rock, pero fundamentalmente había provocado una revolución cultural entre los jóvenes, al inspirarlos para que expresen libremente su sexualidad.

«Este no solo es el último show de la gira, sino que es el último show de nuestras vidas», lanzó el artista antes de cerrar el concierto, ante el estupor de los tres integrantes de The Spiders from Mars, la banda con la que, camuflado en el personaje de alienígena astro de rock andrógino, era referente de una revuelta cultural en la que la diversidad hacía su irrupción pública.

Este momento clave en la historia de la cultura rock originó un mito que afirma que, tras esas declaraciones, fue tal la histeria que se generó entre el público, que mientras Ziggy entregaba su última interpretación con «Rock and Roll Suicide», sus seguidores comenzaron a satisfacer de inmediato sus deseos sexuales sin ningún tipo de inhibiciones.

Aunque la escena es muy poco probable, e incluso muchos testigos desmintieron que se hayan visto imágenes explícitas entre la audiencia, la leyenda aparece como el épico cierre de una etapa en la que la diversidad se evidenció de una manera inédita hasta entonces.



Es que, desde hacía varios meses, la criatura de Bowie venía siendo una invitación a visibilizar las diferencias sexuales, que escapaban del binarismo predominante en la generación Woodstock; y sus conciertos eran el espacio en el que esta tribu de jóvenes lo manifestaban en actitud y vestimenta, con sus ropajes llenos de lentejuelas, pelos en punta de colores fuertes y colorido maquillaje.

En escena, Ziggy Stardust vestía ropa ceñida, se movía de una manera que despertaba una fantasía que desconocía géneros, y era capaz de cruzar los límites, en audaces coreografías que simulaban la práctica de sexo oral a su guitarrista estrella Mick Ronson. Ante la prensa, un Bowie que jugaba con la ambigüedad del personaje declaraba: «Soy gay y siempre lo he sido». Una frase de la que se arrepentiría públicamente diez años más tarde.

En definitiva, los seguidores hacían un culto de Ziggy, quien los llenaba de valentía para vivir, al menos durante los conciertos, a su imagen y semejanza. Y fue tan fuerte la influencia que ejercía, que hasta el propio Bowie tuvo que tomar la decisión de «matarlo», en una ráfaga de cordura que le permitió darse cuenta que estaba absolutamente alienado por el personaje.



«No sabía si era yo el que escribía los personajes, o si los personajes me escribían a mí, o si éramos la misma persona», revelaría años más tarde al recordar su andar en los tiempos de esplendor del glam-rock. El primer gran golpe de efecto fue cuando Ziggy Stardust hizo su presentación a nivel nacional en 1972 en el popular programa «Top of the Pops», que emitía la BBC. Esa noche miles de jóvenes británicos quedaron fascinados cuando vieron a un Bowie con el pelo corto y teñido de rojo, y llamativa ropa que escapaba del binarismo. Más aún, cuando se sintieron envalentonados con la letra de «Changes» o alucinaron que efectivamente se estaba ante un alienígena cuando escucharon «Starman».

Todo ello con una música que recuperaba la simpleza, la musicalidad y el vigor que el rock había cedido en manos de la psicodelia; de la cual, en gran parte, era responsable The Spiders from Mars, la brillante banda en la que descollaba Ronson y completaban el bajista Trevor Bolden y el baterista «Woody» Woodmansey.

La aparición de este personaje finalmente llevó al estrellato a Bowie, quien venía probando suerte desde 1967 con distintas producciones, y que apenas había saboreado las mieles del éxito fugazmente en 1969 con «Space Oddity».

La fantasía aeroespacial iba a ser retomada para crear un personaje que era una estrella de rock andrógina que venía desde otro planeta, para anunciar que a la Tierra le quedaban apenas cinco años de vida antes de que estallara; pero que una vez aquí comenzaba a alienarse como producto de la fama, hasta sufrir la traición de su banda y quedar solo y abandonado.


El concepto lo desarrolló en el disco «The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars», editado en junio de 1972, que contenía clásicos como el que da nombre a la placa, la mencionada «Starman», «Moonage Daydream» y «Suffragette City». Sin embargo, su antecesor «Hunky Dory», con temas como «Changes» y «Life on Mars?», ya preanunciaba la atmósfera sobre la que estaba creando Bowie.

Entre la segunda mitad de 1972 y el primer semestre de 1973, en medio del furor del glam-rock, que reconocía estrellas como Marc Bolan e iba a dar lugar a apariciones como las de Roxy Music o Gary Glitter, la gira de Ziggy Stardust iba a poner al rock «patas para arriba», con su fiel séquito de seguidores que finalmente encontraba un lugar de pertenencia.

Miles de jóvenes con lentejuelas y purpurina se trasladaban y tomaban por asalto con su sexualidad a flor de piel las ciudades en donde se presentaba la creación de Bowie. Por su parte, el alienígena líder los empoderaba desde sus líricas y los conducía literalmente al éxtasis.

La fascinante atracción que resultaba para la prensa el fenómeno Bowie con sus escandalosas declaraciones y lo que se generaba en el público en cada una de sus actuaciones impulsó al cineasta D.A. Pennebaker a proyectar un documental con el registro de un recital que retratara el fenómeno, y la fecha elegida para su filmación fue el show de cierre de la gira previsto para el 3 de julio de 1973.

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En tanto, el carácter mesiánico que Ziggy Stardust tenía para sus seguidores estaba comenzando a afectar mentalmente a Bowie, para quien las fronteras entre realidad y ficción se iban diluyendo poco a poco. En distintos documentales, incluso, los músicos que formaban The Spiders from Mars contaron que el artista se había replegado en sí mismo de tal manera que prácticamente no hablaba ni compartía momentos con ellos fuera del escenario.

«Ziggy Stardust and The Spiders from Mars», el documental filmado en la última noche en el Hammersmith Odeon por D.A. Pennebaker estuvo lejos de otros acamados trabajos de este realizador, como «Dont Look Back», su famoso registro de Bob Dylan, señalada como una de las mejores películas en este campo.

En el filme, la imagen no puede verse con nitidez debido a que la iluminación no fue la correcta, el sonido también es deficiente y escasean imágenes del backstage. Sin embargo, se impone como un fuerte testimonio de época y adquiere un mayor valor aún por registrar las palabras con las que Bowie firmó el epitafio de Ziggy Stardust, la creación más influyente de su trayectoria.

Acaso por eso, para este 50º aniversario del concierto final, la película se restrena en cines europeos, con algunas mejoras en su calidad y el agregado de escenas que no estaban en su versión original, como la presencia como invitado de Jeff Beck y la visita de Ringo Starr a camarines. No hay tampoco allí imágenes de sexo explícito en el público cuando Ziggy canta la última canción de su vida, pero también podemos optar por creer que el realizador se las guardó para seguir alimentando el mito.

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* Télam