Patear las calles. Mostrarse en el espacio público. Ocuparlo. Visibilizar búsquedas, demandas y reclamos incluso en plena dictadura cívico-militar. Convocar a la sociedad en su conjunto detrás de una consigna: Nunca Más al terrorismo de Estado. Convertirlo en bandera. Resistir frente al negacionismo. La presencia como el elemento central de la organización. Entre tantas otras maldiciones, la pandemia interrumpió tal vez la demostración más convocante de ese poner el cuerpo que expresan -y sintetizan- los 45 años de lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: las marchas de los 24 de marzo que empezaron en 1985 encabezadas por Hebe de Bonafini.

Hace dos años, el 20 de marzo de 2020, se instalaba una nueva terminología, la ASPO, cuyo primer impacto masivo y popular era nada menos que la suspensión de la histórica marcha. Eran tiempos de cuidarse, de guardarse como nunca antes habían hecho Madres y Abuelas. Era un nuevo desafío que transformó el dolor de no manifestarse en creatividad: cómo se mantenían activas las búsquedas de los nietos y las nietas que faltan encontrar mientras la población se aislaba en sus casas para que ya nada fuera igual. Las acciones virtuales aparecieron para achicar las distancias con los pañuelazos y el Plantamos Memoria, consigna que quedará en la historia como una de las imágenes de los dos años sin marchas.

Esta etapa acaso también sirvió para profundizar los debates y los modos para continuar el legado que construyeron los distintos organismo de Derechos Humanos desde el final de la dictadura. «Pasar la posta», se titula el suplemento especial de Tiempo que, como este 24, llegará a la Plaza de Mayo. Como ocurrió entre 2016 y 2019, la cooperativa vuelve a la marcha con dos puestos, uno en Avenida de Mayo y 9 de Julio y otro en Florida y Diagonal Norte. «Ese cara a cara que nació en 2016, en pleno vaciamiento del Grupo 23, te recarga de energías, nos encuentra con nuestro público y nos identifica como medio. Si estás bajoneado o bajoneada, el 24 te recupera. Es el día más importante de esta experiencia colectiva. Es el que confirma que estamos en el lugar correcto», arengó un compañero en la asamblea en la que se decidió que Tiempo también despliegue su bandera en el esperado regreso.

«Seremos felices de volver a estar juntos», escribe Ángela Urondo Raboy, hija de Paco Urondo y Alicia Raboy, en la contratapa del suplemento que reúne los principales desafíos para transmitir memoria a las generaciones que están cada vez más alejadas en el tiempo -aunque no en las problemáticas- de 1976.

La pandemia pospuso las marchas de los veinticuatro. También vació las calles de reclamos y protestas del campo popular. Las expresiones de derecha aprovecharon para instalar discursos negacionistas y banalizaciones. Contaron con un respaldo clave: la complicidad de los medios corporativos permitió que esas manifestaciones fueran mostradas como masivas.

En ese recorrido y unos días después de otro multitudinario 8M, este 24 de marzo aparece en el calendario como una fecha bisagra. Un momento que, incluso cuando todavía se desconocía si iba a ser presencial, generó una cuenta regresiva. Un conteo a la esperanza del campo popular. La vuelta incluye una nueva simbología: se usarán barbijos para seguir cuidándose y para decir, una vez más, #Nunca Más, #Son30Mil y #DóndeEstán   «