Dos mil millones de personas usan el servicio de WhatsApp en todo el mundo. Cada día se envían en promedio 100 mil millones de mensajes y se realizan mil millones de llamadas, según informaba la app de Facebook a comienzos de 2021. Sobre estas cifras inmensas recayó en abril una nueva transformación: la posibilidad de acelerar la escucha de los mensajes de audio. La conversión de todas las voces en ardillas de habla rápida se sumó a otros cambios que avanzan en el mismo sentido: hacer más en menos tiempo, “ganar” minutos aún a costa de perder elementos esenciales de la comunicación. ¿Hasta dónde estas herramientas están despersonalizando la interacción?

Especialistas en lingüística, psicología, comunicación y nuevas tecnologías analizan el fenómeno, aunque aclaran que aún es pronto para conocer sus implicancias en profundidad. Coinciden en que la aceleración de audios se vincula a la vorágine de estos tiempos y a una cuestión de pragmatismo, pero advierten sobre los efectos de “borrar” entonaciones, pausas, variaciones de la voz, diversidad.

“Esto es algo que ya está presente, y desde hace mucho, en nuestro consumo de medios tradicionales y de streaming, en los que aceleramos, pausamos, retomamos, etc. Lo que quizás llama la atención ahora o nos provoca preguntas es cómo nos sentimos cuando eso que se modifica desde el lugar del consumo es un mensaje no mass-mediático sino interpersonal, de alguien que conocemos o nos es cercano”, dice Mora Matassi, investigadora argentina, coordinadora del Center for Latinx Digital Media de la Universidad de Northwestern, en Illinois (EE UU). “Tendremos que ver cómo la aceleración es apropiada por los usuarios a lo largo del tiempo y qué entendimientos mutuos y normas sociales se van a generar al respecto. Por ejemplo, ¿va a considerarse un gesto de respeto hacia el otro la escucha en «1x»? ¿Cómo diferirá esto a través de distintos tipos de vínculos?”, se pregunta, entre muchos otros interrogantes aún sin respuesta.

A las corridas

Para Roberto Balaguer, psicólogo especializado en tecnologías de la información, “es un tema de urgencias y de necesidad de hacer un montón de cosas en el mismo tiempo de siempre. Eso es lo que nos está complicando: el tiempo sigue siendo finito y las comunicaciones son infinitas”. Considera que acelerar audios tiene que ver con “algo pragmático: vamos al grano, decime exactamente lo que necesitás y no perdamos el tiempo en esa charla”. Pero la utilidad de la herramienta implica también que “se pierde esa posibilidad de generar un espacio donde suceden otras cosas diferentes a las pensadas previamente. Y es más fácil aclarar algo cuando hay un intercambio sincrónico que cuando hay algo diacrónico”.

La diacronía y la posibilidad de sostener una conversación durante todo el día sin que dos personas hablen “en vivo y en directo” en ningún momento ya se daban con los intercambios de audios, ahora acelerados. “Creo que no lo hacemos con todo el mundo, sí con algunas personas. Así como es posible ‘mutear’ a alguien en un Zoom, que en la vida real no se puede hacer sin quedar grosero o tener un costo social, acá lo hacés sin que el otro se entere”, señala el psicólogo. Y apunta sobre otras herramientas disponibles, como las respuestas automáticas de los correos electrónicos: “Van en la misma línea de que hay poco tiempo. Buscamos automatizar todo lo automatizable”.

“La cantidad de vínculos que tenemos se ha ampliado y el tiempo sigue siendo el mismo –analiza Balaguer–. Interactuamos con mucha más gente que hace 10 o 20 años y hay una necesidad de comprimir”. Vincula esto directamente con las redes sociales y la multiplicidad de contactos que producen. “Hay toda una generación de jóvenes que tienen una dificultad importante para sostener conversaciones telefónicas. Le huyen, no les gusta”, dice, y agrega un factor propio de la pandemia: la vuelta a las relaciones interpersonales después de más de un año de contactos en gran medida virtuales no está resultando sencilla. “Estamos viendo una cantidad de adolescentes con enormes problemas para volver a la presencialidad, con crisis de angustia y cuadros de ansiedad”.

A Alejo Zagalsky, periodista especializado en tecnologías, la aceleración de audios le parece “horrible”. Pero analiza que “va de la mano con la necesidad de hacer todo rápido, todo ya. No te importa lo que te dicen o cómo te lo dicen, sino poder consumirlo rápido para pasar a lo siguiente. Lo uso relativamente poco y me pasa que, excepto con personas que hablan muy lento, ya en 1,5 me cuesta entenderlos”. Guste o no, estos dispositivos están cambiando las formas de comunicarse a niveles masivos: “Creo que vamos hacia el fin de la conversación telefónica ‘clásica’. Por algo cuando se cae WhatsApp la gente se siente incomunicada. No saben que pueden llamar por teléfono o mandar un SMS. Sin WhatsApp, parece, no hay comunicación posible”.

Matassi, en cambio, opina que “la creciente virtualización de la sociedad en pandemia y las rutinas generadas alrededor de eso indican que la voz humana sigue teniendo un lugar casi ubicuo en la comunicación cotidiana. Si bien en el llamado ‘entorno digital’ las personas se comunican frecuentemente a partir de texto y de elementos visuales, a través de fotografías, emojis, stickers o memes, la voz ‘en vivo’ sigue estando muy presente en modalidades como las videollamadas”.

Lo que se pierde

La lingüista Mariana Barquin, especializada en el área de la psico y sociolingüística, no usa la aceleración de audios pero sí estudia sus implicancias. “Lo problemático es que se pierden los rasgos prosódicos, que tienen que ver con pausas, entonaciones, silencios. El modo que elegimos para comunicar. Se desdibuja la identidad del hablante. Todos parecemos ardillas”, define en relación a lo similares que suenan los mensajes en modo veloz. “Y lo que hay detrás es que no tengo tiempo para el otro, es para salvar minutos propios”.

Como docente, Barquin observa que la aceleración de audios está muy instalada y aceptada entre la población más joven. “Los jóvenes privilegian el contenido neto por sobre la intención. Lo que importa es extraer la información, y te dicen que ‘si conocés a la persona, te imaginás cómo lo está diciendo’. Entre ellos es válido”. En cambio, entre las y los más grandes muchas veces hay una “censura” vinculada a ciertos “purismos” en relación al lenguaje. Un rechazo comparable al que les produce el lenguaje inclusivo. Ante quienes “se rasgan las vestiduras” por estos cambios, Barquin les recuerda que “la lengua es de los hablantes y la gente define su futuro”.

Homogeneizar formatos –audios que suenan igual, respuestas automáticas– en pos de simplificar o agilizar conlleva, dice Barquin, “algo medio peligroso: si todo es tan parecido, se atenta contra la diversidad, lingüística en este caso. Se puede pensar como un modo de imperialismo o colonialismo lingüístico”. Y agrega que “tener la posibilidad de pensar lo que quiero decir y cómo lo quiero decir es una forma de interiorizar el pensamiento. Y esto tiene una implicancia a nivel cognitivo”.

Para la periodista Martina Rua, especializada en innovación y coautora de Cómo domar tus pantallas, cabe preguntarse “por qué WhatsApp decide, después de tantos años, acelerar los audios y no, por ejemplo, poder programar un envío. Nuestra propuesta es que pensemos cómo están hechas estas plataformas, cuál es la moneda de cambio, que en este caso es nuestra atención”. Y sobre esto cita a Tristan Harris, del Center for Human Technology, un exprogramador de Google que “habla de un fracking de atención y de una economía extractivista de la atención por parte de estas plataformas. Mientras los usuarios sienten que son gratuitas y las usan cada vez más, lo que se está haciendo es alimentar el tiempo dentro de esas plataformas, que encima están cada vez más conectadas y utilizan nuestra información cada vez más”.

Sobre la aceleración de audios, sin considerarla “buena o mala”, Rua señala que eliminar entonaciones y rasgos de la voz puede implicar cambios en el mensaje, así como los emojis o las mayúsculas inciden en el sentido de los mensajes escritos. “¿Qué tipo de comunicaciones requieren de nuestra voz, o de la presencialidad, o de una imagen? ¿Cuáles pueden ir a un chat? Me parece que forman parte de un uso de las tecnologías que tenemos que acordar y no dar por sentado, porque no es natural cómo utilizamos estas plataformas”.

Foto: Issouf Sanogo / AFP

Cómo domar a la tecnología

Martina Rua, coautora junto a Pablo Fernández de Cómo domar tus pantallas, recomienda hacer un uso más crítico de las tecnologías y administrar el uso de las plataformas para contribuir al bienestar. “Somos un país muy adepto a las redes dentro de los rankings globales. Nuestra propuesta es no utilizar las herramientas como vienen construidas, o con todas las notificaciones prendidas, por ejemplo”. Sus sugerencias apuntan a sacar la tilde azul, apagar las notificaciones, chequear un par de veces al día pero no estar pendientes de qué mensaje entra al WhatsApp. También, usar el espacio de “estado” para explicitar cómo se usa personalmente la herramienta: fijar premisas como “puedo tardar en responder”, “si es una urgencia llamame, si no mandame un mail”. “Algo que baje la ansiedad y que uno decida cómo utilizar la herramienta”, propone.

Alejo Zagalsky, también periodista especializado en la materia, apunta que “hay transformaciones muy buenas para respetar a las otras personas en tiempos de hipercomunicación”, como las opciones para programar mensajes (que anhela que WhastApp incorpore), y menciona funciones menos conocidas como la posibilidad de hacer grupos en los que solamente compartan contenido los administradores.