Mientras la investigación por el intento de magnicidio de la vicepresidenta Cristina Kirchner busca desesperadamente dar una respuesta convincente sobre lo que ocurrió aquel 1 de setiembre, la realidad la cachetea día a día con respuestas de la nada misma.

Todas las pistas y los indicios que la jueza María Eugenia Capuchetti y el fiscal Carlos Rívolo obtuvieron hasta ahora se basan casi exclusivamente en lo que surge de los teléfonos secuestrados. Las líneas propuestas por la querella (la actuación de la Policía de la Ciudad y el rol de la Federal) por la custodia de Cristina Fernández de Kirchner (la extraña presencia de inspectores municipales en La Recoleta) y del senador Oscar Parrilli (la línea que une a la ultraderechista Revolución Federal con las amenazas en el Instituto Patria y a ese episodio con el atentado fallido) hasta ahora prácticamente no han avanzado.

Con todo, hay un dato surgido de la relación (hasta donde se sabe sólo sexual y ocasional) entre la detenida Brenda Uliarte y el youtuber Eduardo Prestofelippo que puede ser una punta de la cual tirar. Un día antes de que Fernando Sabag Montiel disparara a la cabeza de la vicepresidenta, Brenda Uliarte le envió un enigmático mensaje: «el Presto sabe». Sabag Montiel le respondió: «No sé, muy raro que sepa». La conversación viró luego con un rumbo confuso y se diluyó. ¿Qué es lo que sabía Prestofelippo? Según se desprende del diálogo, esa noche «el Presto» estaba en el barrio de La Boca, subió una foto desde allí a las redes sociales y Uliarte –quien admite su presencia en un galpón de Barracas donde se fabricaban los copos de nieve– formuló un comentario que fue interpretado como una expresión de autovaloración positiva: Prestofelippo vio una foto de ella y quiso mostrar que él estaba cerca, tal vez persiguiéndola.

¿Y si fue otra cosa? ¿Si Uliarte sospechaba, acaso sin fundamento alguno, que Prestofelippo sabía que al día siguiente intentarían asesinar a la vicepresidenta? Más aún: ¿y si El Presto es más de lo que parecen indicar sus chats con Uliarte? Esa hipótesis, que probaría que había una planificación previa rodeada de secretismo y un temor de que ese secretismo se hubiera roto, aún no fue explorada.

Pero sí parece confirmado que el atentado no fue un arresto de locura repentina sino que fue planificado con anterioridad. Un amigo del jefe de «los copitos», Gabriel Carrizo (que también vendió algodón de azúcar y hoy trabaja en un Mc Donald’s), declaró como testigo que una amiga de Uliarte identificada como «Mara» reconoció en un grupo de WhatsApp que esta la había anticipado lo que iba a pasar. «Mandó captura del chat que mantuvieron ellas dos. La mandó al grupo; en ella Mara decía que Brenda la había llamado y le había contado lo que iban a hacer. Fue exactamente lo que dijo. Que ella sabía porque Brenda le contó y que se sentía culpable por no haber hablado. Esto se lo mandó Mara a Joa. Y Joana lo republicó en el grupo». «Joa» es Joana Colman, a quien Capuchetti había convocado como testigo y horas antes de tomarle declaración suspendió el trámite sin explicar por qué.

Prestofelippo no está por ahora bajo investigación. Su aparición en escena ni siquiera fue un globo de ensayo proveniente del juzgado.

Tiempo deslizó en ediciones anteriores la posibilidad de que otros «copitos» aparecieran en el radar de la investigación: Leonardo Volpintesta, Sergio Orozco, Miguel Ángel Castro Riglos y Lucas Acevedo. Todos declararon ya como testigos,  los peritajes sobre sus celulares están concluidos y pese a que la defensa de Carrizo pidió que depusieran nuevamente, la jueza resolvió no convocarlos.

El abogado Gastón Marano insiste en que sus testimonios desvincularían a Carrizo, pero el fiscal pidió que no se los citara a la espera de los análisis de sus celulares. Capuchetti tardó 25 minutos en aceptar la sugerencia de Rívolo, pero cuando recibió los peritajes de sus teléfonos (es decir que el motivo por el cual no los llamaba había desaparecido) igualmente prefirió no citarlos. Es obvio que están en la mira.

La Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), con su singular selectividad para decidir por dónde trasciende la información, festejó la recuperación parcial de material del celular de Sabag Montiel, el autor material del disparo fallido contra CFK. Pero hay algunos puntos negativos en esa recuperación. La PSA reportó que el «intento de extracción de la información alojada en la nube» del teléfono fue realizado «con la presencia de peritos de la Dirección General de Investigaciones y Apoyo Tecnológico a la Investigación Penal (DATIP) y la querella». ¿Y los peritos de la defensa de Sabag Montiel?, ¿No estuvieron allí para controlar la prueba? La defensa podría objetar la validez de esa prueba, pero atento a que ni siquiera apelaron el procesamiento nada indica que vaya a hacerlo. La causa ya tiene un culpable, ¿para qué detenerse en esas nimiedades de las garantías constitucionales?

Conocida la importancia de los WhatsApp en esta causa, sobre los de Sabag Montiel «no se encontraron copias de seguridad en las cuentas de Google obtenidas. No obstante, se descargaron todos los datos existentes en la nube del servidor de la aplicación». O sea, de los WhatsApp del principal acusado, casi nada.

¿Entonces qué es lo que hay hasta ahora?

Cuatro detenidos, de los cuales dos son considerados partícipes «secundarios» del intento de magnicidio. Una, Agustina Díaz, a quien Uliarte tenía registrada en su agenda telefónica como «amor de mi vida», parece más una confidente precaria que una mente capaz de colaborar en la planificación de un magnicidio. El otro, Carrizo, aparece vinculado por dos chats: uno en el que asegura que le proveyó a Sabag Montiel un arma calibre 22 y otro en el que se queja porque el ataque debía cometerse una semana más tarde. El arma calibre 22 nunca apareció y su existencia no tiene confirmación. La utilizada por Sabag Montiel fue otra, calibre 32. Y si efectivamente el ataque estaba planeado para una semana después y Sabag se adelantó, Carrizo no intervino en ese ataque sino en uno que nunca se concretó.   «