El intento de magnifemicidio contra Cristina fue interpretado como la ruptura del pacto democrático del NUNCA MÁS a la violencia política en el país. Aquel propósito fue gestado en el final de la dictadura cívico militar, consolidado en el histórico juicio a las juntas en 1985 y reinstituido con un inmenso apoyo popular el 24 de marzo de 2004. Ese día Néstor Kirchner bajó los cuadros de los genocidas protagonizando un hecho simbólico cargado de memorias y a la vez fundante de un nuevo tiempo. 

Cada uno de estos momentos históricos tuvo un devenir mediático propio. La dictadura controlando la comunicación pública en gráfica, radio y tv y construyendo narrativas de legitimación con las que nombraron al “Proceso”, instalaron el “algo habrán hecho”, la afirmación de que “los argentinos somos derechos y humanos” y de que “el silencio es salud”. Mientras tanto las narrativas del campo popular fueron subterráneas. Echaron raíces, tal como la identidad peronista durante la proscripción. Como sabemos, la gran excepción pública del reclamo a la dictadura fueron esas mujeres de pañuelos blancos, que comunicaron al país y al mundo lo que nos estaba pasando.

En la gestación del Nunca Más la cultura y la comunicación expandieron con coraje las fronteras de lo posible con Teatro Abierto, películas emblemáticas como La Historia Oficial y tantas otras, programas de radio y televisión de la reapertura democrática tanto en ficción como en documentales, informativos, humorísticos, etc. La gran raíz de todos esos discursos fueron las voces de los organismos de derechos humanos y sus militancias.

En el 2004 la anulación de las leyes de impunidad, la apertura de los ex centros clandestinos de detención para convertirlos en espacios de memoria, el establecimiento del feriado nacional del 24 de marzo como Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, los planes educativos nacionales de memoria, y un sinnúmero de expresiones de este tipo, no solo se comunicaron por gráfica, radio y televisión, sino que también estuvieron presentes en una incipiente internet que ya se habitaba en el país desde los noventa y hasta en mensajes de texto en dispositivos móviles. No obstante, las reglas de juego de la subjetivación mediática estaban absolutamente regidas por los medios tradicionales. En ese mismo período mediático se inscribe el nacimiento de Canal Encuentro, y la nueva era de la comunicación pública en el país encarnando los mismos valores de Derechos Humanos y no violencia.

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en 2009, hija de una lucha de más de veinte años logra con el apoyo político de Cristina, democráticamente, en el Congreso de la Nación, reemplazar al Decreto-Ley 22.285 que regía la comunicación en el país desde 1980. Ese emerger de la política de la comunicación y la conciencia superlativa del pueblo argentino sobre la dimensión ideológica de lo mediático en esa etapa, fue imperdonable para el establishment económico-político-judicial y mediático que decidió declararle la guerra a aquella conciencia lograda.

En ese mismo tiempo nacen las redes sociales. La revolución de la comunicación digital tiene a nivel global tal vertiginosidad que no existe la posibilidad de que las instituciones de la modernidad, como el mundo académico y de investigación, las organizaciones políticas del campo popular en toda América Latina, los Estados y otras institucionalidades de lo público puedan asir ese proceso de modo estratégico en su propio devenir. La magnitud de las transformaciones es tan inmensa que hay filósofos como Bifo Berardi que la describen como una “mutación antropológica”. 

Los medios hegemónicos y los proyectos políticos neoliberales en la Argentina comprendieron rápidamente la dimensión política de la territorialidad digital, y desembarcaron en ella con todos sus recursos. Los unificó una causa propia de lo que Cristina describió en 2011 como el anarco capitalismo financiero internacional: la deslegitimación de la política.

La guerra simbólica, estética, que incluye emociones y sentimientos, se expandió territorialmente hacia internet y la batalla cultural que se había dado desde el proyecto político que gobernó el país entre 2003 y 2015 no llegó a poder hacerlo de modo estratégico.

¿Por qué? La respuesta a esta pregunta excede las posibilidades de este artículo, pero sí podemos afirmar que esta territorialidad ha sido hegemonizada por una subjetividad individualista propia de las lógicas de mercado, mientras los proyectos políticos del campo popular se constituyen subjetivamente en lo colectivo.

¿Es una cuestión intrínseca de los algoritmos? No.

Las comunidades de desarrollo de software libre son una prueba de que no es intrínseca a este territorio la ponderación de lo individual. Muy por el contrario, lo colaborativo puede resultar muy poderoso en el devenir algorítmico.

En Argentina las lógicas que hegemonizaron este territorio digital abonaron a una estrategia multidimensional que propuso la extrema individualización, el miedo y el odio en todas sus manifestaciones como valores fundamentales. Un asesor comunicacional de Macri, expresaba en 2015 que había que configurar “la arquitectura de los sentimientos”. Explicaba que el miedo era el principal. Y que “el amor social es un sentimiento enfermo, propio de fundamentalistas”. 

Entonces, ¿qué era lo que había que destituir y destruir? Aquella consciencia gestada que tuvo sus hitos históricos en los festejos del Bicentenario de la Patria, en Tecnópolis, en Zamba, en las universidades “por todos lados”. En una sensibilidad amorosa y colectiva. Colectivista, sí.

Y, obviamente, a su conductora.

En la apuesta de Milei, la inversión en pauta digital se suma a su militancia orgánica nacida de esta historia, para que sus videos en sus cuentas no oficiales de Tiktok tengan millones de visualizaciones. Los fondos especulativos desterritorializados que necesitan un país sin normas, sin institucionalidad, sin organizaciones, invierten en función de sus objetivos.  

El desembarco de las políticas que defienden los intereses populares en internet, se ha vivido en estos años de un modo anárquico en todo el continente. Es imperioso constituir también allí una comunidad organizada. Contamos con un inmenso potencial para hacerlo: somos pueblos con palabra propia. Urge arbitrar los mecanismos políticos para expandirla a la territorialidad de disputa simbólica y sensible de esta etapa histórica.

A un año del intento de terminar con la vida de Cristina, entre los muchos Nunca Más que debemos reinventar está el de habitar estratégicamente este espacio de lucha por la apropiación del sentido que es el territorio digital.

*Docente de comunicación e integrante de Mueve Argentina.