Fue un escenario habitual de la política de los ’90, transitado por funcionarios en plena “rosca” veraniega, empresarios amigos del poder y la primera generación local de top models, todos congregados alrededor de la pizza y el champán menemistas. CR fue entonces el parador estrella de Pinamar, donde se tomaban decisiones importantes y el periodismo acudía a buscar sonrisas cómplices para la vidriera. Y aunque todo aquello parezca estar de regreso, el neoliberalismo de estos días no frecuenta playas de cabotaje, prefiere Punta o el Caribe, y las coquetas instalaciones de CR pertenecen al pasado. Hoy comenzaron a ser demolidas.

Es que las nuevas normativas municipales sobre el uso del frente marítimo en el partido de Pinamar obligan a tirar abajo las estructuras de cemento, y a los concesionarios de los balnearios, a adaptar sus servicios a una dinámica costera que, erosión mediante, estaba dejando sin playa a los bañistas. De acuerdo a la ordenanza 4442, sancionada por el Concejo Deliberante local en 2014, los balnearios no podrán superar los 325 metros cuadrados de construcción, apenas un tercio de lo que los propietarios de CR habían edificado en estos años, incluyendo sauna, spa, piscina, restaurante y cancha de fútbol.

Los dueños del mítico balneario se resistieron, se les quitó la concesión, apelaron, y tras un año de negociaciones, la gestión del intendente Martín Yeza, de Cambiemos, logró concretar esta mañana la demolición de las estructuras de material, que serán reemplazadas por otras de madera sobre pilotes, lo que permitirá el flujo natural de la arena de los médanos por efecto del viento.

El sonoro trabajo de las topadoras dejó varias reflexiones, entre otras la de Yeza, que dijo a la agencia Télam: “Es algo muy simbólico por lo que representó CR durante mucho tiempo, porque ha sido un balneario muy destacado en el que ha circulado gran parte del poder político en las últimas décadas, y porque es uno de los que más se ha resistido a la renovación del frente marítimo”.

Fundado en 1984, CR debe su nombre a las iniciales de Carlos Riccio, el empresario textil que obtuvo entonces la concesión del predio ubicado en el extremo norte de Pinamar, cuando aún no existían los balnearios más alejados, como La Frontera. El ideólogo del proyecto era Blas Altieri, quien luego sería intendente y hombre fuerte de Pinamar durante años.

Ya a fines de los ’80 llegaron los primeros dirigente, como Juan Sourrouille, el ex ministro de Economía de Raúl Alfonsín. Pero el poder político se adueño del lugar en los ’90, con el menemismo, que lo eligió como base de operaciones. El entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde, que tenía su residencia de verano a 300 metros de CR, y el ex senador Eduardo Menem pasaban sus tardes de vacaciones allí. Daniel Scioli en plena construcción de su carrera y el empresario de la carne Alberto Samid se contaban también entre los muchos habitué de la política.

La sombra de Alfredo Yabrán, habitué de Pinamar -aunque no de CR sino del balneario Marbella-, sobrevolaba las charlas. Poco después, el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas ensombrecería a toda la ciudad y al país.

Con la crisis económica y el cambio de siglo, cambiaron los rostros. Durante los primeros años del kirchnerismo, en La Gitana, el restaurante de CR, podía verse a Sergio Massa, Francisco De Narváez o al empresario de medios Daniel Vila. El líder del Frente Renovador lo convirtió en su búnker.

Hoy, buena parte del balneario que acogió a las figuras de la política y la farándula vernáculas, quedó reducido a escombros. Volverá con infraestructura renovada y un criterio más sustentable, seguramente igual de exclusivo. Añorando aquellos años en los que, entre mates y cartas de truco, un puñado de dirigentes hacían y deshacían los castillos de arena de la política nacional.