El modus operandi es el mismo desde el comienzo de la pandemia, pero vale la pena enumerar algunos de los argumentos que desde hace más de un año propalan los defensores de la libertad de contagio. La cuarentena más larga del mundo fue impuesta por una infectadura. La vacuna es veneno. Qué linda noche para salir a tomar una cerveza. Las vacunas que llegan no sirven, sólo sirve Pfizer. Quién defiende a los pobres turistas varados. No llegan suficientes vacunas. Los muertos del kirchnerismo triplican a los de la dictadura. Las vacunas llegan pero no se aplican.

La invitación al contagio ha sido un axioma de la derecha en la oposición y de la prensa corporativa. A pocos meses de iniciada la peor crisis sanitaria global, Horacio Rodríguez Larreta abandonó los mohínes condescendientes de aquellas primeras conferencias de prensa conjuntas con Fernández y Kicillof, se puso el traje de candidato e hilvanó una apertura tras otra, siempre un paso adelante, o dos: el campeón de la nueva normalidad. Luego forzó un fallo judicial en contra de un DNU sanitario. Por fin, está dispuesto a sepultar uno de los pilares de la lucha contra el virus, el distanciamiento, en el altar de una presencialidad escolar casi prepandémica.

Despropósitos similares ha permitido su colega cordobés Juan Schiaretti, gobernador de una provincia donde las tasas de inscripción para vacunarse son las más bajas del país.

Los medios concentrados siempre estuvieron a la vanguardia en esta tarea de socavar todas las medidas de cuidado. No pudieron evitar celebrar, obscenamente, cuando los contagios llegaron al millar por día. Y cuando los muertos sumaron la ominosa cifra de cien mil, a pesar de que todas las curvas epidemiológicas evidenciaban un descenso de los fallecimientos, los casos diarios y la ocupación en terapia intensiva, se solazaron en sendas tapas negras, premeditadas para el escarnio de las políticas sanitarias que atacaron desde el primer día.

La estrategia es sencilla. Exigir libertad de contagio. De inmediato, adjudicar todos los males al “manejo de la pandemia”.

La irrupción de Delta ha llevado este juego macabro al paroxismo.

Medios y oposición llevan más de un mes abogando por los derechos de contagio de los viajeros. Un editorialista de Clarín fue el que llegó más lejos, equiparando a los funcionarios de Migraciones que verificaban si los recién llegados del exterior cumplían con los días de aislamiento en sus domicilios con los grupos de tareas de la última dictadura cívico-militar. De hecho, deben hacerlo porque, al revés que en la Provincia, que envía a los viajeros a hoteles, lo cual redunda en un control más eficaz, distritos como Córdoba o la Ciudad de Buenos Aires apelaron a la responsabilidad individual de los ciudadanos. El gesto “libertario” de Schiaretti y Larreta potenció la porosidad de una medida que demoró la llegada de la cepa originada en India, pero que claramente no ha sido  suficiente. En el país federal para algunas cosas pero no para todas, el gobierno nacional no se animó a ajustar las tuercas con mayor firmeza sobre el control de los ingresos, resorte central de la emergencia sanitaria.

Pero todo seguirá como al principio. Ayer mismo, Clarín volvía sobre el “drama” de los varados. ¿Por qué no los dejan volver? ¿Por qué no pueden entrar ellos, si Delta ya entró?  «