«Si se me preguntara: ‘¿Qué podría hacerse para mejorar el régimen penitenciario?’ ¡Nada! –respondería– porque no es posible mejorar una prisión. Salvo algunas pequeñas mejoras sin importancia, no hay absolutamente nada que hacer sino demolerlas». Cuánta razón tenía Bakunin. La reflexión del ácrata puede leerse en el libro decimonónico Las prisiones, una obra avant la lettre del abolicionismo penal, movimiento que da pelea por el cambio del sistema punitivo tal cual lo conocemos. El final de las cárceles, ese sitio inmundo donde reina la tristeza.

Prisión, penal, presidio, penitenciaría, correccional, mazmorra, gayola, tumba a secas. ¿Se imaginan el día en que las instituciones de encierro sean tan solo un mal recuerdo? O mejor, cuando se conviertan en museos que echen luz sobre las tinieblas de los calabozos. Sitios de la memoria, con las historias de los hombres y mujeres que los padecieron hasta que se abrió la última reja.

Al futuro se anticipa el Museo Penitenciario Argentino Antonio Ballvé. Encajado en el casco histórico del barrio porteño de San Telmo, sobre la empedrada arteria Humberto Primo, a pasitos de plaza Dorrego, el espacio donde funcionó el Asilo Correccional de Mujeres durante casi un siglo resguarda el gordísimo archivo del Servicio Penitenciario Federal (SPF). Andanzas y desandanzas –»historias criminalísticas» las llaman los estudiosos– de más de 16 mil personas privadas de su libertad, objetos e imágenes de época que construyen las memorias de la Argentina encerrada.

El patio histórico y las rejas.
Oscar González, director del museo carcelario.
Foto: Pedro Pérez

Jesuitas, ingleses y prostitutas

El sol de mayo asomó hace rato por el patio de aires coloniales del museo. Oscar González, su director, sabe mares sobre el devenir del predio. Periodista, abogado, exdiputado y actual asesor del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, debería sumar a su currículum el oficio de historiador. En su despacho del primer piso, traza el árbol genealógico del edificio construido en el siglo XVIII: «Esta zona, los Altos de San Pedro Telmo, era puro arroyo, piedras y basura, como ahora con Larreta. Llegar a la actual Plaza de Mayo era una odisea. Esta era la calle Belén y en la esquina estaba el lugar donde llegaban las carretas. Llegaron también los jesuitas y en 1734 empezaron a construir el edificio. Pero usted sabe, los sacerdotes conspiraban, como en la actualidad, y los rajaron de todos los dominios españoles en 1767. Si se quiere, fueron los primeros detenidos que cobijó el lugar. Eran siete: los ataron con sogas, subieron a un barco y fueron derechito al Vaticano». El predio pasó entonces a manos de la Orden de los Hermanos Betlemitas. Albergó una escuela, un asilo y hasta un prostíbulo, instituciones también de encierro.

Durante las invasiones inglesas, las tropas usurpadoras hicieron base en el edificio. Detalle de color penitenciario: Martina Céspedes, dueña de una pulpería del barrio, les vendió tragos a los británicos. Terminaron en curda y la señora detuvo a 12. Cuentan que al virrey Liniers le entregó sólo once: un pirata fue condenado a la cadena perpetua del matrimonio con una hija de la patriota. 

Celda de la Penitenciaria Nacional.
Foto: Pedro Pérez
El traje a rayas usado de Ushuaia.

Correccional de mujeres (ya la vi yo varias veces)

En la recorrida por las salas, González cuenta que en 1890, durante el gobierno de Pellegrini, se creó el Asilo Correccional de Mujeres, también llamado Del Buen Pastor, por la congregación de monjas francesas que oficiaban de carceleras. «Funcionó casi un siglo, hasta 1974, y se cerró a causa de la fuga de presas políticas de junio del ’71, que terminó a los tiros por el barrio, con un muerto».

Presas comunes y políticas pasaron por el penal de San Telmo. Mujeres repudiadas por sus maridos, condenadas por robos menores, empleadas denunciadas por sus patronas por haber robado un par de platos, por alteración del orden público o el ejercicio ilegal de la medicina, como dice en varios legajos, por «prácticas de aborto». Militantes anarquistas, socialistas, comunistas, peronistas y oligarcas también estuvieron guardadas. Un arco ideológico variopinto que va desde Salvadora Medina Onrubia hasta Norah Borges, sin olvidar a Victoria Ocampo, en cuyo prontuario se detalla con deslumbrante caligrafía que es «alfabeta».

Del campo de la cultura popular era otra afamada interna María Esther Duffau. Fana de Boca y de los picados. Su historia llegó al cine. Marilina Ross le puso el cuerpo en un film. Seguro la sacan por el alias: «La Raulito».

Después del golpe de Estado de la Revolución Fusiladora en 1955, 32 legisladoras peronistas fueron encarceladas en el presidio, acusadas de traición a la patria y de asociación ilícita. Una sala del museo reconstruye sus penurias. Detalla González: «Es una historia de la política argentina que ha sido ignorada hasta el presente. Tenemos más de 1000 visitantes todos los domingos, mucho público cautivo que viene a la feria de San Telmo, y ninguno conoce esta parte tapada de nuestra historia».

Grilletes y otros elementos que sufrieron lso detenidos.
El patio histórico del penal de San Telmo.
Foto: Pedro Pérez

Del Petiso Orejudo a Pettinato

Antonio Ballvé, José Ingenieros y Roberto Pettinato (padre) son miembros de la santísima trinidad penitenciaria argenta. El museo cuenta con salas dedicadas a los tres próceres. Ballvé reinó entre 1904 y 1909, creó el Instituto de Criminología y hablaba de «regeneración moral del delincuente». Ingenieros trae las ideas positivistas al gremio local: las cárceles como grandes laboratorios humanos, sobre todo de las clases bajas, los migrantes, los revolucionarios y los «raros». Observar para saber, y saber para vigilar y castigar. Altos estudios lombrosianos: en la sala se aprecian elementos para medir cráneos y miembros de los presos, la criminalidad ligada a causas físicas y biológicas. El prontuario de Cayetano Santos Godino, que se deja ver en una vitrina, es un botón de muestra del método. El Petiso Orejudo, el criminal más opaco, célebre e icónico de la criminología argentina, atravesado por los discursos cientificistas.

Durante el primer peronismo, Pettinato fue el gran reformador de las prisiones de estas pampas y más allá. Creó la Escuela Penitenciaria, cerró el penal de Ushuaia, la Siberia argentina donde se iba a morir, y erradicó los viejos trajes a rayas. Una placa arrancada de los muros de la Penitenciaria Nacional por los golpistas del 55 se conserva en el museo. Reza el artículo 22º de la Constitución Nacional: «Las cárceles serán sanas y limpias. Y adecuadas para la reeducación social de los detenidos en ellas».

Cerca hay una maqueta del desaparecido panóptico nacional del Parque Las Heras, demolido en los años sesenta, y restos arqueológicos que acreditan la barbarie de su existencia. La gata Antonia, mascota y única presa actual de la institución, duerme la siesta junto a una generosa colección de puertas de celdas.

Al final del recorrido, una réplica del primer calabozo patrio, que funcionaba pegado al Cabildo. González reflexiona antes de dejarnos en libertad: «Este es un relato posible del sistema punitivo argentino, las concepciones de cómo se trataba a los detenidos, la historia en las cárceles de todo nuestro país. No sé si dentro de unos años van a dejar de existir las cárceles, porque mientras exista el capitalismo, va a haber cárceles. Pero hay que contar estas historias, para que no se repitan». «

Una muestra sobre las legisladoras encarceladas por la Revolución Fusiladora.
Foto: Pedro Pérez
Presas peronistas

El Museo Penitenciario ofrece la sala dedicada a la muestra Del Congreso a la cárcel: legisladoras peronistas detenidas en 1955, que cuenta el paso de 32 diputadas y senadoras nacionales del Partido Peronista Femenino (PPF) por el Asilo Correccional de Mujeres tras el golpe militar autodenominado Revolución Libertadora. «Al investigar los libros de ingreso, descubrimos estas historias de las legisladoras, muy poco contadas. Algunas estuvieron pocas semanas encerradas, pero otras quedaron detenidas hasta la amnistía de 1958», detalla Graciela Fusco, investigadora a cargo de la puesta, junto a su colega Vivian Elem. Fueron las primeras mujeres elegidas por el sufragio popular.

Habían sido convocadas por Eva Perón para participar en la vida política nacional. Contribuyeron en el empadronamiento femenino, primer registro a nivel nacional para que las mujeres pudieran participar de los comicios tras la sanción de la Ley de Voto Femenino en 1947.


Fueron apresadas, entre otras, Ana Macri, diputada por la Capital Federal; Susana Correché, senadora pampeana; y Delia Parodi, dos veces vicepresidenta de la Cámara de Diputados. Fusco reflexiona: «Fue un doble castigo, por ser mujeres y por ser peronistas».

Visitas y archivo

El museo puede visitarse los domingos de 11 a 15 horas, con entrada libre y gratuita. Humberto Primo 378, CABA. El archivo está abierto para los investigadores.