La cumbre de la jerarquía católica que inauguró el papa Francisco el jueves y que él mismo cerrará hoy con una misa y un discurso pone de manifiesto cuánto desvela al Vaticano el escándalo global de los abusos sexuales cometidos por religiosos, que ha sumido a la Iglesia Católica en una profunda crisis de representación. Ante un plenario de 190 obispos y jefes de las distintas congregaciones, se han oído fuertes discursos e historias dolorosísimas. Ayer, en la tercera jornada de deliberaciones, una monja nigeriana, Verónica Openibo instó a los prelados a “reconocer que son nuestra hipocresía y nuestras condescendencia las que nos han conducido a este lugar vergonzoso en el que nos encontramos como Iglesia”. En tanto, el cardenal Reinhard Marx, titular de la Conferencia Episcopal Alemana, aseguró durante su alocución que la Iglesia destruyó archivos sobre los autores de abusos sexuales. «En lugar de castigar a los culpables, se reprendió y silenció a las víctimas», dijo.

El objetivo del Papa argentino pasa por desmantelar de una vez por todas la extendida cultura de protección de los episcopados de cada país a los curas pederastas, que redundó durante décadas en una cruel desprotección de sus víctimas. “El pueblo santo de Dios nos está mirando y no espera de nosotros una simple condena sino medidas concretas y efectivas para poner en práctica. Que la Virgen María nos ilumine para tratar de sanar las terribles heridas que el escándalo de la pederastia ha causado tanto en los creyentes como en los pequeños”, dijo Francisco el jueves al abrir el cónclave.

Un documento con 21 puntos que Jorge Bergoglio hizo distribuir a manera de guía entre los asistentes preanuncia esa medidas que podrían implementarse tras la cumbre. Esos 21 puntos hablan, entre otras cuestiones, de la necesidad de hacer una “revisión periódica de los protocolos para salvaguardar un ambiente protegido para los menores, basados en principios de justicia y caridad”. Juzga imprescindibles los programas de formación inicial y permanente “para consolidar la madurez humana, espiritual y psicosexual” de los seminaristas que aspiran a ser sacerdotes. Habla de precisar las normas que regulan la transferencia de sacerdotes de una diócesis a otra, instrumento habitual utilizado hasta aquí por los obispos para proteger a los acusados de abuso. Y se preocupa, en general, por formular códigos de conducta obligatorios para todos los religiosos y también para el personal de servicio y los voluntarios en la tarea pastoral, inclusive verificando los antecedentes penales de estos últimos.

Lo central, en cualquier caso, es la idea expresada por Francisco en esa guía de “instituir un organismo de fácil acceso para las víctimas que quieren denunciar eventuales delitos”, que además “goce de autonomía respecto a las autoridades eclesiásticas locales, integrado por personas expertas (clérigos y laicos), que sepan expresar la atención de la Iglesia a aquellos que se consideren ofendidos por actitudes inadecuadas por parte de los clérigos”.  «