“En el Día del Perro, Juliana Awada saludó a la mascota que la familia Macri adoptó en cuarentena.” No es una frase sacada del programa de Diego Capusotto. Tampoco de la revista Barcelona. El titular pertenece al centenario medio de los Mitre, el que siempre se jactó de tener las mejores “plumas” del periodismo gráfico argentino. La nota -que es recomendable leer con un antihistamínico a mano porque hay plumas que producen alergia- no consigna si el perro, como hubiera correspondido a un animal educado, devolvió los saludos. Tal vez averiguarlo excedería el alcance de la sección Lifestyle y sería materia para el periodismo de investigación. La noticia es de este año que se va, 2020, más precisamente del 2 de junio, Día Nacional del Perro, y es un ejemplo elocuente del periodismo de efemérides.

Pero esta es solo una de las decenas de notas de La Nación que aluden a la ex primera dama. De un tiempo a esta parte, se han multiplicado de manera exponencial y prácticamente día por medio o cada dos o tres días, aparece una que la tiene como protagonista. Aunque todas ostentan el mismo grado de profundidad y de agudeza periodística, los temas son variados: “los beneficios del jugo de cúrcuma que toma por la mañana”, “Las recomendaciones de J.A. para equilibrar el cuerpo y la mente” y otros tópicos del mismo tenor.  

Al mejor estilo de la revista Hola y su versión nacional, Caras, a falta de una nobleza argentina, La Nación parece empeñada en reemplazar a reyes, reinas, príncipes y princesas por una aristocracia vernácula que no se base en los supuestos privilegios de sangre, sino en el dinero turbio y los valores tradicionales de la familia y la propiedad. Dios, en este caso particular, queda excluido, no porque Nietzche haya comunicado su muerte, sino porque el esposo de Juliana no se lleva muy bien con su representante en la Tierra, el Papa Francisco.

El proyecto de restaurar la monarquía en suelo americano no suena descabellado, si se toma en cuenta que el propio Mauricio añora la aristocracia española avasallada por la Revolución de Mayo de 1810 y la Declaración de la Independencia de 1816, momento en que los patriotas, según su versión de la historia, se sintieron angustiados por decidir dejar de depender de la Corona española. Es por eso que Juliana se muestra como la “reina del hogar”, expresión monárquica utilizada demagógicamente durante mucho tiempo para que las mujeres no salieran de las cuatro paredes de su casa.

Claro que J|uliana no lava platos ni friega pisos, sino que es la versión vip de esa Cenicienta que, por siglos, trataron de convencernos de que toda mujer debía ser. Y aquí, la Cenicienta sí que viene a cuento, aunque parezca una digresión. Hace poco, la conductora Viviana Canosa, (afortunadamente, solo conductora televisiva), contó casi como si revelara un secreto de Estado que Cristina Kirchner, calzaba 40 y que ese era uno de los “defectos” mejor guardados de la vicepresidenta, quizá porque la medida de su zapato constituía un rasgo poco femenino. ¿Qué príncipe buscaría a la dueña de un zapatazo de cristal de semejante magnitud? Su proverbial coquetería femenina se ve desmentida así no sólo por su inteligencia y su carácter combativo, sino también por el largo de sus pies. Juliana, en cambio, según informa La Nación el 8 de diciembre, “Descalza y relajada, mostró cómo pasa su fin de semana largo en las redes”. Como resulta evidente, no tiene problema en dejar ver sus pies, quizá porque no calce 40 o porque los tenga limpios, cosa que quizá no pueda decirse de sus manos, ya que todo el día trabaja en la huerta. El diario de los Mitre dice siempre que está “rodeada de verde”, aunque no aclara si se refiere a las plantas o a los dólares.

Hay que reconocer que a las virtudes domésticas de Juliana se suma su amor por la naturaleza y que su huerta, del mismo modo que su preferencia por los productos no industrializados, parecen casi una metáfora de un modelo de país agrícola-ganadero que no debe producir nada que no tenga que ver con la tierra, ni científicos ni satélites, porque nos salen demasiado parecidos a una heladera.

Tan modesta es, que ha renunciado a su condición de empresaria para darle el lugar de empresario a su marido, como corresponde a toda mujer del siglo XIX. La Nación la llama “la diseñadora”, lo que quizá sea una suerte de eufemismo poético para dejar atrás las malintencionadas denuncias que se hicieron en su contra argumentando que los trabajadores de su taller textil estaban reducidos a la condición de esclavos.

Realmente es una reina, al punto que también sale en la revista Hola. En la edición del 27 de febrero de 2020 es ella la protagonista de la tapa que dice: “La cartera trendy de Juliana Awada”. La nota informa que “no se separó de ella (de su cartera) en todo el fin de semana extralargo”, no aclara si por amor a la cartera misma hecha de fibras naturales o a su contenido. Es que hay mucho ladrón suelto.

Lo que resulta inexplicable es que, siendo tan amante del verde, no se haya sumado a la marea verde. Seguramente tampoco lo hará el 29, cuando se discuta la legalización del aborto en el Senado. Hay que decir en su descargo que está demasiado ocupada cosechando higos y ayudando a retrasar el reloj de la Historia.