Hace dos siglos, en la América hispana los patriotas trataban de sostener la independencia de cada uno de los países ante el embate final de la corona de los Borbones, y en el caso especial del Río de la Plata, se intentaba sostener una guerra en dos frentes: la epopeya de San Martín en Los Andes y la defensa de la Banda Oriental ante la invasión del imperio brasileño.

Mannheim, en el actual estado federado de Baden-Württemberg, era por entonces uno de los distritos más prósperos de la recién formada Confederación Germánica, la organización política creada tres años antes tras la caída de Napoleón Bonaparte. Allí, donde luego nacería la industria automotríz alemana, daba sus primeros pasos -porque así funcionaba- un aparato destinado a cambiar las costumbres y hasta la genética en todo el mundo: la bicicleta.

El inventor de ese nuevo artilugio -que se proponía reemplazar al caballo como medio de locomoción- fue el barón Karl von Drais, heredero de una rica familia de Karlsruhe y maestro forestal empleado por al Gran Ducado de Baden. Dicen las malas lenguas, que nunca faltan a la hora de desmerecer la inventiva humana, que el hombre quería recorrer en soledad las plantaciones que supervisaba y no era ducho sobre una silla de montar.

Ya en 1813, Von Drais había desarrollado un vehículo mecánico de cuatro ruedas, según destaca un viejo artículo del The New York Times, para llevar hasta cuatro pasajeros aplicando la fuerza de dos “pilotos” que movían un eje con sus piernas. La historia cuenta que hubo poco interés en la aún no unificada Alemania, y que el único que se deshizo en elogios fue el zar Alejandro I. Incluso en su ciudad natal no le quisieron aceptar la patente de invención argumentando que “el hombre no está preparado para utilizar su fuerza motriz como no sea por el medio que Dios le dio, que es caminar”.

Pero el barón no se dio por vencido y cuando en el Congreso de Viena los mandamases de Europa se juntaron para recuperar el Antiguo Régimen y dividir el continente luego de la derrota del Gran Corso, tuvo la osadía de mostrarse frente a ellos en ese carro recién fabricado. Los popes estaban en cosas más importantes en ese momento y no le dieron importancia o lo tomaron como un hecho circense.

Si la suerte es de los empecinados, Von Drais tenía esa virtud que lo llevó a presentar a fines de junio de 1817 un aparato de madera que se impulsaba con los pies sobre el piso, como el troncomóvil de los Picapiedras pero más liviano.

Destaca el historiador francés Claude Reynaud en una entrevista con la agencia AFP que «se veía como algo ridículo, hicieron muchas caricaturas”, y añade que no funcionaba como era de esperar y que, por eso mismo, » no llegaba a venderlas, se reían de él”. Reynaud tiene un museo en Domazan, muy cerca de Aviñón, donde expone la historia de las bicicletas y también de las motoos. Un derivado motorizado del invento alemán.

Es que la “draisina” o velocípedo, como se la conoció –o laufmachine, máquina corredora en alemán- se fue imponiendo lentamente, primero, como suele ocurrir, como divertimento, al punto que el poeta John Keats lo llamó “la nada del momento”.

Esos primeros modelos podían alcanzar una velocidad similar a la de un caballo al trote en una pendiente, con las dificultades del caso para el ascenso. Con el tiempo, llegaron aquellas bicicletas que incorporaban el mecanismo de biela en dos pedales, pero todavía necesitaban de una rueda impulsora de un gran diámetro para poder mantener el equilibrio. Así y todo, podían alcanzar los 40 kilómetros por hora.

Para fines del siglo XIX se le adosa un sistema de plato y piñón articulado mediante una cadena, que habilita a que cualquiera pueda subirse a una bicicleta, y no solo un acróbata. Se las llamaba «bicicletas seguras» y sumó al público femenino a sus usuarios.

Esta evolución permitió al profesor Stephen Jones, del University College de Londres, asegurar que la bicicleta fue «el desarrollo más importante en los últimos 100.000 años de la historia de la evolución humana». Una exageración, sin duda, aunque en su momento lo justificó frente a la BBC diciendo que permitió que “los humanos ya no se limitaran a encontrar a su compañera sexual en la puerta de al lado, sino que pudieron trasladarse a aldeas vecinas y mantener relaciones sexuales con la chica del pueblo de al lado».

Otro investigador, en este caso especialista en ecología y biología evolucionaría de la Universidad de Yale en Estados Unidos, Stephen Stearn, estima que la bicicleta amplió en 48 kilómetros la distancia para el cortejo de los hombres en la Inglaterra a finales del siglo XIX. Vaya un cambio genético el que logró el invento del barón de Drais.

Más allá de las oscuras implicancias a que remite el término “pedaleada” – la acusación contra Dilma Rousseff, de haber hecho contabilidad creativa en un presupuesto estatal-, o la “bicicleta financiera” que hoy dia permite pingües ganancias a quienes en Argentina cambien dólares por lebacs, en la actualidad la bicicleta es un medio esencial en todos los países del mundo, donde se lo intenta promover por ser el más ecológico y saludable.

Y los últimos diseños incorporan todos los elementos que la tecnología moderna permite tanto para el confort como para la seguridad. Sin perder nada del atractivo sexual que los científicos le han encontrado y los ciclistas saben aprovechar.