“¡Están tocando el manducumán!” gritó el Rey Henri Christophe. Al escuchar esos tambores supo la caída de su imperio, la deserción de sus soldados, la llegada de sus enemigos. Eso escribe Alejo Carpentier. Atrás quedaba la guerra de independencia de Haiti, comenzada en 1791 con un levantamiento generalizado de esclavos negros contra los franceses blancos. Encuadrada luego por generales patriotas como Toussaint Louverture, culminada por Dessalines el primero de enero de 1804, esa gran cimarronada derrota en el campo de batalla a tres imperios: inglés, español y francés. Primer rebelión exitosa de esclavos, fundan una nación negra y libre.

De inmediato, los generales que participaron de esa gesta poco conocida se proclaman emperador, como Dessalines; o rey, como Christophe; o presidente de por vida, como Pétion. Todo el siglo XIX verá una sucesión de presidentes vitalicios, emperadores y reyes, con sendas guerras civiles y tensión permanente entre mulatos y negros. Pero lo que no pudieron los soldados de Napoleón, lo podrán las finanzas.

En 1825, Francia condiciona el reconocimiento de la independencia de Haiti al pago de 100 millones de francos (cerca de veinte mil millones de dólares de hoy), mientras los recursos de la isla son de quince millones de francos por año. En 1838, Francia bajará las pretensiones a 60 millones, que terminaron de pagarse en 1883, aunque los intereses llegaron a 1970. Para principios del siglo XX, Haití había contraído tres empréstitos internacionales: 11 millones en 1875, 38 millones en 1896, 65 millones en 1910. En esas condiciones fue imposible desarrollar las potencialidades del país, aunque presidentes, ministros, comerciantes e intermediarios cobraban su parte en los préstamos. Así, la deuda era manejada por los bancos extranjeros con complicidades locales (¡qué coincidencia!).

Para 1915, varias empresas norteamericanas estaban presentes en Haiti, como la Haitian American Sugar Company (HASCO), entre otras. La inestabilidad política en ese momento (varios presidentes en poco tiempo), el riesgo de incumplimiento en el pago de deudas (insolvencia), fueron razones suficientes para que los Estados Unidos invadieran Haití en 1915. Tomaron las reservas de oro y se adueñaron del Banco Central haitiano. Por veinte años, aduanas, fisco y el resto de la administración estuvieron en manos norteamericanas. También establecieron el trabajo forzado en el campo y reprimieron cuanta sublevación existió. Es el momento en que la hegemonía pasa de Francia a Estados Unidos y queda establecida la modalidad de ejercicio del poder en Haití: un protectorado norteamericano, con milicias locales afines, corrupción, bajos salarios y pobreza, con gobernantes de fachada.

Todo fue más fácil con los Duvalier: Papa Doc el padre, y Bébé Doc el hijo, que oprimieron Haití desde 1957 hasta 1986, mediante los Tonton Macoutes, escuadrones de la muerte entrenados por la CIA: asesinatos, tortura, violaciones. Contra el comunismo todo vale, y siempre sirve de coartada, aunque no siempre es estético. Así fue descartado Bébé Doc en los ochenta, para intentar un duvalierismo sin Duvalier.

Pero el manducumán volvió a sonar en los tambores allá por 1991. Resulta que un cura villero, Jean Bertrand Aristide, resultó ganador en las primeras elecciones libres de Haití con cerca de 70% de los votos. Le ganó al USAid, la agencia de ayuda humanitaria de Estados Unidos, y al NED, National Endowement for Democracy,  que regaron de millones de dólares a su principal opositor, un economista del Banco Mundial que saco menos de 14%. Le ganó al duvalierismo… Para el cura era tiempo de desarrollo, reforma agraria, distribución del ingreso. Y que Francia devuelva la plata. Duró nueve meses, hasta un golpe de Estado auspiciado por los Estados Unidos. Sin embargo, le aseguraron a Aristide su regreso al poder, si aplicaba los mandatos de privatización, precarización y bajos salarios.

Desde entonces, Haití ha sufrido catástrofes naturales, pandemias, invasiones, ¡hasta bloqueos! Nuevos presidentes, otros asesinatos, como el de Jovenel Moise. Nada nuevo, salvo que las Naciones Unidas fracasaron en su intervención de 2004 a 2017. Los problemas políticos no tienen soluciones militares ni técnicas. Hoy en las calles reinan las bandas delictivas, los grupos paramilitares, administraciones sin rumbo a la espera de ayudas internacionales. Haití está bajo la tutela de un “grupo”, compuesto por Alemania, Brasil, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos. Una reunión de consorcio.

Quizás sea momento para que los haitianos decidan su propio destino, sin la intervención de nadie, como lo hicieron en otros momentos. Son los que primero conquistaron la independencia en Nuestra América, que para dejar de ser esclavos supieron tomar el cielo por asalto en el Reino de este Mundo. Haití nos muestra la realidad como es. Manducumán.