Se parece mucho al zumbido de una mosca pero es una máquina que dibuja en la piel historias, frases, personajes. A medida que las agujas se deslizan como pinceles, la tinta se confunde con la sangre dejando el trazo perfecto de una imagen soñada. Todos dicen que un tatuaje hoy puede ser un lujo en medio de la crisis y el dólar, pero una variedad de factores hace que haya cada vez más personas que tatúan y otros miles que eligen sellarse la piel, casi como signo de protesta a lo efímero de los días. Claves de un oficio artesanal que tuvo en el Mundial a su mejor aliado, volviéndolo un boom en chicos y grandes.

“A veces vienen personas con algunas ideas fijas de cómo quieren los tatuajes. Si no funciona estéticamente, con esas personas es difícil trabajar”, comienza Amanda Sandoval, tatuadora en un departamento privado en Núñez. El proceso y precio varían según la experiencia y el estilo del tatuador, «si es tradicional americano, japonés, tribal, si es a color, pero también si hay cierta fama en redes sociales. Eso es un factor que pesa”. Hoy el mundo de internet y las plataformas atraviesan la práctica. Tanto para clientes como para propios tatuadores.

Sandoval prefiere trabajar en blanco y negro. Admite que como tatuadora es “larguera”. Se toma su tiempo para laburar la idea del diseño con sus clientes, para dar las recomendaciones post sesiones, higienizar los espacios, pero sobre todo para entender el porqué de ese tatuaje. “A veces te encontrás con una tremenda historia y saber que contribuís a eso es muy rico. Otras veces la gente tiene una idea fija de un tatuaje en determinado lugar, y el diseño no funciona con ciertas partes del cuerpo, entonces hay que mediar”, cuenta. Prefiere tatuar en dimensiones pequeñas. La sesión, que puede llegar a ser de hasta 4 horas, varía de 5 a 15 mil pesos: “respecto al año pasado hice un aumento del 30%”.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

“Como todos los productos son importados es muy complicado hoy dar un precio, estamos actualizándonos con los materiales e insumos que suben día a día”, cuenta Sole, tatuadora en Bastardos Tatoo, de Palermo.

Recuerda el boom que vivieron durante el mundial donde se multiplicaban los pedidos de la silueta de Messi, las 3 estrellas o la firma de Maradona. “La gente estaba muy alegre y pedían bastante del mundial. También suelo tapar cosas raras o bizarras, cabecitas de aliens en medio de la espalda de hace años o cosas así que la gente se hizo cuando era joven. Una vez hice a un Pikachu como Leo Mattioli”.

El tatuaje y el copy-paste

Otra tendencia es el microrrealismo. Tatuajes con detalles minuciosos. El problema es que el lienzo está vivo. Y la piel envejece. «A los tres años esa cafetera de tres centímetros con todos los detalles que te tatuaste es una mancha negra», enfatiza Oscar, de El Sindicato, salón de tatuajes de Vicente López, que abrió en noviembre. Dice que está bajando la edad de los clientes y se lamenta que hoy muchos llegan con algo que vieron en las redes y quieren un copy–paste: «Pinterest está matando la identidad del tatuaje».

¿Qué es lo que más gusta del oficio? Responde Sole: «contar la historia que la gente quiere, que la gente se vaya con eso en la piel para siempre”.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

Para Gustavo Contente, antes todo era más difícil: si tatuaba letras tenía que calcarlas dos veces porque se hacía con un lápiz copiativo; había que soldar las agujas, armar los diseños o sacarlos de revistas de Estados Unidos. Ahora las letras se hacen con máquinas que las imprimen.

Lleva en este oficio 23 años. “Hoy hay cursos para tatuar, hay máquinas que son mucho más fáciles de regular y de aprender, si bien hay más tatuadores también hay más gente que se tatúa». Y acota que de la gente entre 20 y 45 años, 8 de cada 10 tiene tatuajes: «que existan tatuadores nuevos le sirve a los chicos que se están empezando a tatuar, porque al no tener tanta experiencia cobran menos”.

En su local Ogam, en Flores, recibe al menos un cliente por día. Los meses de marzo a mayo son temporada baja: llegan más cuando cobran el aguinaldo y en primavera–verano. “En general cobro por sesión. Los clientes traen el diseño y, la verdad, se los cambio un montón porque la gente no tiene el criterio que tengo con toda una vida de dibujante y 23 años tatuando”. Los costos de tatuarse varían según la zona y también si es en un local a la calle.

En el caso de Contente, las sesiones tienen un precio de entre $30 mil y $40 mil, dependiendo la complejidad del diseño, y no duran más de 3 o 4 horas: “Más de ese tiempo es difícil que se lo banquen, tendrían que estar re curtidos, tatuados y mentalizados”. Las cremas anestésicas llegaron al mundo del tatuaje hace unos escasos 3 años y son de uso casi obligado para sus clientes.

Las nuevas generaciones

Lean Frizzera es muralista hace más de 20 años pero desde hace 7 tiene un estudio privado donde solo hace tatuajes de grandes dimensiones y de diseño propio: mujeres gigantes, dragones, criaturas oceánicas, un estilo vinculado con el cómic y del art nouveau.

Cuenta que antes entraban a un estudio como aprendiz, ad honorem al menos cuatro años: “hoy hay mayor autonomía del oficio y tiene que ver con la apertura del mercado, el avance de la tecnología y de las redes sociales; de Youtube, donde hay miles de tutoriales. Hace unos 5 años llegaron al país las máquinas inalámbricas que te dan soltura, son dúctiles. Antes estabas atado a una fuente, a un pedal y a un cable”.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

Para Frizzera, las nuevas generaciones se han visto beneficiadas con un cambio de paradigma. El oficio era un nicho cerrado, celoso de sus conocimientos que se abrió al mundo: “ahora tenés una masterclass con un tatuador con 30 años de experiencia en el mismo lugar donde se venden los insumos”.

Aunque los locales de tatuajes a la calle proliferan, florece otro submundo. “Hay pibes y pibas que dibujan muy bien y pueden tatuar porque es una técnica que aprendés implementándola. Alquilan un departamento donde tatúan, tienen guest, o sea, invitan gente que viene a tatuar a estos lugares privados y se hace más accesible que un local a la calle”. El problema es cómo controlar una actividad con muy poco marco normativo.

Frizzera muestra su trabajo por Instagram. Algunos tatuajes superan los 50 mil pesos. Todos coinciden en pedidos que se repiten: mariposas, frases, figuras geométricas. Otros piden tatuarse Códigos QR que se abren escaneando con el celu. Algunos llegan pidiendo nombres de parejas. Ahí hay tatuadores que se niegan. Es que muchas veces las personas se olvidan que lo que se van a hacer es para toda la vida.

La higiene y el control a los locales

La profesión no tiene una normativa nacional. Cada jurisdicción arma sus regulaciones, que en general pasa por el lado de habilitación comercial de los locales. Los que tatúan en deptos y estudios privados van por fuera. En la Ciudad de Buenos, la ley 1897/05 establece las normas sanitarias básicas. Entre los requisitos, el piso del área destinada a tatuar o perforar debe ser de un material no poroso y de fácil higiene. Todas las superficies en contacto con la piel del cliente deben aislarse similar a los de uso quirúrgico.

También deben implementar un método de esterilización eficaz, con materiales probados por Anmat. El tatuador Gustavo Contente expresa: “la higiene es fundamental, todo lugar donde se apoya la persona, la zona del cuerpo que se trabaja, la sangre, se cubre con material descartable, se usan agujas descartables y una vez por mes se entrega a residuos patogénicos. Esa es la diferencia entre un local a la calle a otro que no, aquí nos controlan”. Amanda Sandoval, tatuadora en estudio privado asegura que “hay centros de recepción de residuos biológicos de todo material de único uso que esté en contacto con contaminación biológica o donde hay fluido de intercambio, como sangre o plasma, hay receptáculos etiquetados que venden en la farmacia y se usan en los hospitales”.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph
El furor por la selección: una generación tatuada

Ganar un Mundial es mucho más que fútbol. Les tatuadores lo saben. “En diciembre abrimos un formulario para que nos manden solicitudes especiales de tatuajes por el Mundial y el primer día explotó de gente, 400 personas de un día para el otro, era imposible atender toda esa demanda. Publicamos un evento, el Flash Day, por orden de llegada, armamos muchos diseños chiquitos que se podían resolver en el momento: las tres estrellitas del escudo, la fecha de la final, el número 10, el 23, la silueta de Messi, de la copa, la carta del 5 de copas… la fila daba vuelta la cuadra”, describe Lucía Franzé, tatuadora de Linnea, en Villa Urquiza. “No sabíamos cuánta gente iba a venir, no esperábamos la explosión que fue, nos sobrepasó. Al final hicimos dos eventos porque quedaba gente afuera, como una forma también de festejar que Argentina salió campeón, vino un amigo a poner música y la cafetería de al lado servía tragos”, contó. El desafío reunió a 10 tatuadoras y tatuadores que no pararon de trabajar. En El Sindicato de Vicente López la mitad de los tatuajes eran sobre el Mundial. “Hay mucha gente que prometió y después de los eventos seguimos tatuando sobre el Mundial, caímos en la cuenta de que esta es la generación que se tatúa realmente, más allá de que viene gente más grande, es distinto en relación a las copas anteriores. En el ’86 no pasó, en el ’78 tampoco, los tatuajes no eran tan masivos como hoy”, acota Lucía.

Foto: AFP / Juan Mabromata