En la Argentina, al momento de escribir esta nota, 7722 personas necesitan un trasplante de órganos para salvar sus vidas. Esta ominosa cifra sólo ilustra la urgencia. Si se considera la necesidad, el número de pacientes anotados en la lista de espera supera los 10.700. De ese total, aproximadamente el 15% son niños. El riñón es el órgano más buscado, seguido por las córneas. Para terminar con la desesperación de los enfermos y sus familias –como ejemplo, casi 400 figuran hace más de una década en la lista–, el miércoles a la noche la Cámara de Diputados aprobó, por unanimidad, la nueva Ley de Trasplante de Órganos, Tejidos y Células, más conocida como Ley Justina, en homenaje a la nena de 12 años que murió en noviembre pasado esperando un corazón que nunca llegó.

«Creemos que la ley es muy buena porque moderniza cuestiones de la ley anterior, que data de hace 15 años y había quedado vieja, porque 15 años en medicina es mucho.  Va a permitir agilizar los procesos, sobre todo en los diagnósticos de muerte –explica a Tiempo Alberto Maceira, presidente  del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (Incucai)–. Además, introduce la problemática dentro de los hospitales al regular prácticas del trasplante que antes no se hacían, por ejemplo, la del donante cruzado, y se pone a tono con el nuevo Código Civil. Al ser todos elementos buenos estamos confiados en que la gente va a donar más, sobre todo porque mantiene la figura del donante presunto y le quita a la familia la responsabilidad de decidir, respetando la voluntad de la persona fallecida”.

El punto clave del proyecto, que obtuvo 202 votos a favor y ninguno en contra, dispone que todas las personas mayores de 18 años sean donantes de órganos o tejidos, salvo que en vida dejen constancia expresa de lo contrario. Hasta la sanción de la ley, si no existía manifestación al respecto, la familia debía hacerse responsable de la decisión.

La nueva normativa, además, propone que hospitales públicos y privados cuenten con servicios destinados a la donación de órganos y al tratamiento del paciente, e incorpora la donación cruzada en el caso de trasplante de riñón (con donante vivo). También establece la prioridad en los vuelos para los pacientes que son parte de un operativo de trasplante. 

De acuerdo a los registros del Incucai, 5897 personas están esperando por un riñón (de las cuales 126 son menores de 18 años); 2950 por córneas; 1259 aguardan un trasplante hepático;  218 necesitan pulmones; y 126 esperan por un corazón.

«El riñón es el órgano más afectado por patologías prevalentes como la diabetes y la hipertensión, que producen fallas renales. Hoy tenemos cerca de 30 mil pacientes que se dializan, y todos ellos, o un gran porcentaje, en algún  momento van a necesitar un trasplante», remarca Maceira.

El trasplante es un tratamiento médico indicado cuando toda otra alternativa para recuperar la salud se ha agotado. Se trata del reemplazo de un órgano y/o tejido enfermo, sin posibilidad de recuperación, por otro sano que asume la función del órgano dañado, salvando al receptor o mejorando su calidad de vida. Cuando se confirma que una persona necesita un trasplante se inicia el proceso de inscripción en la lista de espera del Incucai. La demora hasta la llegada del órgano indicado es otro de los inconvenientes importantes que la nueva ley pretende superar.

Según los datos del organismo, actualmente hay 398 personas que llevan más de diez años en lista de espera. De ese total, 174 esperan un trasplante renal, 186 aguardan uno de córneas, 32 un nuevo hígado, cuatro necesitan que llegue un corazón y dos, un trasplante cardiopulmonar.

«El 15% de los que están en lista de espera son niños, porque es mucho menos frecuente que se puedan obtener órganos de esa edad. Esa es una de las problemáticas graves que tenemos», remarca Maceira.

La pequeña Justina Lo Cane y sus padres habían impulsado una campaña de concientización que aumentó el número de donantes voluntarios como nunca antes: de 80 inscriptos por día se pasó a 330 sólo en los últimos cuatro meses. Su historia también inspiró una ley que busca evitar más muertes como la de ella. «

Un año de vida, un corazón urgente

Pietro Fusto cumplió un año el pasado 28 de marzo. La mayor parte de su breve vida la pasó internado en terapia pediátrica por culpa de una extraña dolencia cardíaca: el síndrome de Kawasaki.
Cuando tenía apenas seis meses, sus padres notaron que algo no estaba bien y lo llevaron al médico. Le diagnosticaron una cardiopatía dilatada. Sin embargo, cuando se agravó su estado, lo trasladaron al Hospital Italiano, donde le descubrieron la enfermedad, que afecta los vasos sanguíneos provocando aneurismas que pueden comprometer seriamente su vida. Desde entonces, Pietro está primero en la lista de espera porque necesita con urgencia un trasplante de corazón. Su familia, a través de las redes sociales, actualiza permanentemente su estado de salud. Hace unos días se supo que se encuentra estable y que está a punto de caminar. Y que sigue esperando.