El Global Teacher Prize, es considerado el premio Nobel de la Educación, que reconoce a “la mejor docente del mundo”, y es entregado por la Fundación Varkey en alianza con la UNESCO. La ceremonia se celebró desde París en forma virtual. Ana María Stelman desarrolló toda su formación en la educación pública y gratuita, y fue una de las 10 finalistas entre más de 8.000 postulaciones de 121 países de todo el mundo. Enseña prácticas del lenguaje y ciencias naturales en la Escuela Primaria Nº 7 Fragata la Argentina, ubicada en el barrio Hipódromo de La Plata. Ejerce la docencia con chicos y chicas vulnerables que devienen de las zonas más postergadas de la Ciudad. Ana María utiliza herramientas digitales, observar la realidad como forma de aprendizaje, y dirige talleres y cursos sobre educación medioambiental y astronomía. Tiempo dialogó con Stelman: Sus inicios en la docencia, su formación, y la importancia en la educación de las y los pibes como una puerta al mundo.

¿El trabajo docente va más allá de la jornada laboral?

Mi jornada en la escuela es de 8 a 16 horas pero comienzo más temprano y termino sin horario fijo. Pienso en cómo resolver situaciones particulares de los chicos, cuestiones que traen desde sus casas, dificultades, problemas. Después hablar con la gente del equipo de orientación. No son jornadas simples, porque estamos tratando de resolver todas estas situaciones que van más allá de lo pedagógico pero que al mismo tiempo dejan enseñanzas. Y cuando salgo de la escuela soy mamá (se ríe), así que me ocupo de todas las tareas de la casa, pero al mismo tiempo me encargo de generar contactos para resolver situaciones que pasaron durante el día en la escuela, o para llevar adelante proyectos que se me ocurrieron, o continuar los proyectos que están funcionando.

¿Estás pensando todo el tiempo en modo ‘pedagógico’?

Es que una vez que termino de ordenar la casa preparo las clases para el otro día. Cuando no tengo presencialidad entremezclo las clases virtuales a partir de las 18 horas y empiezo a llamar a los chicos por zoom, por videollamadas, por meet. Hay un día a la semana que tenemos encuentros virtuales con la gente del hipódromo para coordinar diferentes tareas que hacemos con los chicos. Y en el tiempo libre hago lecturas en la biblioteca Ateneo del Barrio Hipódromo, donde la bibliotecaria me filma y después las sube a las redes.

¿Tu formación, tu trabajo y dedicación, siempre fue en la educación pública?

Sí, me formé en la escuela pública en primaria, secundaria y en el profesorado. Como maestra trabajé en alguna oportunidad en la educación privada cuando era más joven y no me gustó, así que me volqué totalmente a la pública. De ahí que mis hijos se formaron también en la educación pública; y más tarde en el año 1984 quería trabajar en Educación Ambiental, que por aquel entonces era como querer ser astronauta en la edad media (sonríe), así que empecé a participar en Congresos internacionales y me formé en la tecnicatura de Saneamiento Ambiental. Eso, más mi formación docente, más unos años que hice en Ciencias de la Educación, empecé a enseñar lo que me gustaba que era el desarrollo de proyectos y cuestiones ambientales. Después me capacite en emprendedorismo que lo inicié en el programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, y eso me cerró una formación diferente.

En simples palabras ¿en qué se basan las estrategias que volcás en el aula?

Ver la realidad. Que los chicos tengan la posibilidad de ver otras realidades. A veces viajando, cuando se puede, trato de que ellos vean más allá de la esquina de la escuela, de lo que hay en el barrio, que trabajos se pueden hacer o existen. Hay que escucharlos a los chicos. Una vez los llevé al museo de La Plata y ese día estábamos viendo la sala de los alimentos, y ahí surgió de un chico que preguntó ‘¿qué recetas podemos hacer con esto?’ Y surgieron un montón de ideas que nacieron a partir de ellos. Vimos qué alimentos vendían en los negocios, en la verdulería, fuimos al aula juntamos todas las mesas, invitamos a la familia y empezamos a hacer recetas: aparecieron los números, ingredientes, mezclas; y eso ya no se lo olvidan más. Otro ejemplo: con la profesora de inglés hicimos pizza y dividimos el pizarrón en dos, ella anotaba los ingredientes en inglés y yo lo explicaba en español y después nos comimos las pizzas en la escuela. Es decir, a partir de algo divertido y que les interesaba a los chicos, generamos conocimiento, y la visita al museo terminó siendo algo más que una simple visita.

¿Incluís mucho a la familia en la educación?

Sí, siempre. Desde antes de la pandemia comparto algunas cosas que hacen los chicos en el aula con los padres por WhatsApp. Les mando videos para que vean cómo están leyendo, fotos para que sepan cómo prestan atención en clases. Es una forma de compartir con las mamás y los papás algo que solo ve el maestro en el aula y de comprometer a las familias con el proceso de educación de los chicos.

Y durante el confinamiento ¿Cómo te vinculaste con tus alumnos y alumnas?

Para esto no estaba preparado nadie. Cuando estudiaba magisterio el profesor de salud una vez dijo que si había una pandemia lo primero que se suspendía era la presencialidad en las escuelas, y en ese momento nadie pensaba que esto podía ocurrir. Primero pasé por un momento de mucha frustración porque no sabía cómo resolverlo. Y justo yo era nueva en esta escuela y no tenía el grupo de WhatsApp de los padres, así que comencé a rastrearlos por Facebook y otras redes. Y empecé a hacer los cuadernillos de manera personalizada, para cada chico, individualizados. Pero desde lo virtual fue complicado porque de los 37 chicos que yo tuve el año pasado, uno solo tenía computadora. Lo que me propuse en todo ese tiempo es que los chicos tengan una relación con la escuela, que se sintieran escuchados y contenidos. Debemos aprovechar todos los aprendizajes que nos dejó la pandemia. Una forma diferente de enseñar, que sea entretenido para ellos, que el aprendizaje vaya más allá de la escuela y el aula, afuera hay mucho conocimiento.

Durante la pandemia muchos funcionarios dijeron abiertamente que las escuelas estuvieron cerradas, que los chicos no aprendieron ¿Alguna reflexión sobre esto?

Los funcionarios deberían poner un poco más los pies sobre la tierra y escuchar más a los maestros y maestras que somos los que estamos todos los días con los chicos. Mi escuela, como muchas, trabajó durante el confinamiento, sábado, domingo, feriado, todos los días. Trabajando con los chicos de manera telefónica. La escuela y el vínculo pedagógico estuvieron presentes y funcionando, lo que no había era presencialidad pero como en todo el mundo. Cargarle todas las fichas a la escuela diciendo que no funcionó me parece que es bastante injusto. Se aprendió más o menos, pero es lo que se pudo hacer. Ahora el tema no es lo que pasó sino lo que vamos a hacer de aquí en adelante. Hay que ver chico por chico, individualmente qué es lo que necesita, qué es lo que le pasa.

Los chicos a Tecnópolis

Las y los estudiantes del Barrio Hipódromo tenían un sueño: Viajar por la Ciudad de Buenos Aires y llegar a Tecnópolis. Sus estudiantes en este contexto no pueden pagar el viaje del colectivo. Muchos de ellos ni siquiera han salido del barrio. Ana María, cuando fue a Tecnópolis, le contó esto a Isidoro, uno de los chicos que trabaja en la organización de la feria. Isidoro se emocionó con la historia de Ana María y los chicos, y este viernes a las 8 de la mañana recorrerán durante todo el día el lugar. “Estoy muy contenta, va a viajar toda la escuela. Desayunamos y nos subimos a los micros”, remata Ana María.

¿Quién se quedó con el primer lugar?

Keishia Thorpe, de Estados Unidos, que promueve la educación universitaria en estudiantes que proceden de familias de inmigrantes y refugiados de bajos ingresos. Thorpe da clases de inglés a alumnos de 12° grado en la International High School Langley Park, ubicada en Maryland. Sus alumnos estudian el idioma y la gran mayoría vive en condiciones vulnerables.