Una vez, en cierto tiempo y lugar del mundo, un grupo de científicos empezó a recibir un trabajo que antes no recibía. Fue de a poco, de manera progresiva, pero no se detuvo durante muchos años, incluso hasta nuestros días. La misión para los científicos era difícil: a veces les llevaban semillas de árboles desconocidos, que no podían vincular con ninguna especie de las registradas. Los científicos tenían que investigar, observar y recopilar toda la información que pudieran para obtener los precedentes de aquella semilla y cómo se había conformado, ya fuera con una o dos especies diferentes. Era un completo desafío, ya que en la mayoría de los casos no había antecedentes ni tenían con qué comparar para identificar a las especies. Sabían que alguna igualdad genética debería haber, pero el trabajo era encontrar dónde estaba aquella otra especie. Hubo muchos científicos que tomaron el pedido como algo realmente personal, de vida o muerte, de razón de vivir, que asumieron el compromiso y su destino que había cambiado para siempre. Claro, uno nunca espera recibir semejante tarea, pero cuando la recibe, debe responder al llamado de la ciencia, de la patria y de la investigación y estar a la altura de tal desafío de vida.

Otras veces sucedía lo contrario y los científicos recibían una planta y debían identificar dónde estaban sus semillas, dónde podrían encontrarse y qué nuevas especies podrían haber formado. Había ocasiones en las que había información genética de una y hasta de dos especies progenitoras, lo que ampliaba aún más la posibilidad de encuentro, pero en ningún momento era tarea fácil. Además de las complicaciones naturales, había sociedades no-ciencia que buscaban evitar la investigación y la divulgación de información, como si hubiera que defender la confusión y la ignorancia para estar de cierto lado. Los científicos no detenían su marcha ni sus intenciones de buscar los resultados a través del estudio, pero los grupos no-ciencia ponían trabas a las investigaciones y no brindaban los datos que sabían sobre las semillas y la genética, sino que la ocultaban para seguir sosteniendo una idea limitante. Doble tarea para los científicos, doble esfuerzo y doble riesgo. Sin embargo, nunca detuvieron su tarea y pudieron ir encontrando, de a poco, algunas semillas, algunos genes, algunas plantas que existían pero no se conocían.

Incluso hasta hoy continúa la tarea de los científicos. Y hay semillas que, aún pasados 46 años, continúan desaparecidas.