La Navidad es tradición. Y sobre todo, regalos. Las ofertas, la gente desesperada dejándose llevar por la marea del consumo, sin saber muchas veces qué se está buscando. Pero no da lo mismo cualquier objeto, incluso la cantidad. Y ya se habla del síndrome del niño hiperregalado. ¿Qué regalar? ¿Qué impacto tiene en el proceso de aprendizaje y el desarrollo de las emociones? Preguntas que se intentarán responder en diálogo con Virginia Blaistein, recreóloga, especialista en juego y creatividad, y autodenominada «aprendedora», que acompaña a madres y padres a revisar patrones de crianza desde la psicología social y que propone una mirada diferente hacia el acto de regalar y el desafío de que transformar un objeto de consumo en una experiencia para toda la vida.

–Esta es una época de consumismo extremo. ¿Cómo pensar el regalo para estas fiestas?

–La forma de regalar marca una tendencia en valores, incluso éticos; un patrón de consumo. Es la historia de cómo te regalaron tus padres y vos no te das cuenta. Si entendemos el regalo como un momento de conexión y vínculo con otro, el consumismo a rajatabla es lo opuesto. Es un consumo omnipresente donde cuanto más caro, mejor. Y eso habla más de una necesidad adulta de compensar ciertas ausencias. La necesidad de las infancias pasa por ser reconocidas y el regalo es una forma de reconocimiento. Para que ese regalo sea significativo tenés que pensar cuál es su etapa evolutiva, sus intereses y necesidades. Un obsequio puede ser comprado o fabricado, incluso puede ser una experiencia. Soy mamá y ya hace 40 años que regalo experiencias como ir juntos al teatro, al cine, a un campamento. Hacer algo que le va a quedar en la memoria y que por ahí es la primera vez. Siempre tiene que ir acompañado de una carta, de una caja que diga «acá vas a encontrar una sorpresa», de ese ritual que es muy importante. En algunas escuelas, los padres acostumbran juntar dinero y le dan un sobre para que el niño o la niña se compre lo que quiera. Eso tiene una despersonalización total, y marca más el consumo.

–Está el caso de niños que reciben una enormidad de obsequios, y sin embargo viven insatisfechos o con un vacío que no se termina de llenar. ¿En qué consiste el Síndrome del Niño Hiperregalado?

–Si bien es algo que crece en las fiestas, pasa todo el año, especialmente con el primer hijo, nieto o sobrino, que se usa de pretexto para caer con regalos. El «hiperregalado» es un niñe que no se atiende como lo necesita porque los adultos creen que los objetos regalados van a hacer que los quiera más. Es una necesidad adulta de suplir agujeros. A ese niño, que no tiene capacidad de frustrarse, no se le dice que no. Se vuelve déspota, no porque sea su naturaleza, sino que es lo que le han enseñado, que basta con que señale con el dedo para tenerlo, sin pasarlo por el tamiz de la conciencia. Hay que dejar un espacio para el deseo, para que al momento de adquirir algo le otorgue valor.

-¿Cómo se puede abordar esta situación de infancias ‘hiperregaladas’?

-Hay mamás y papás que están hablando con familiares, pidiéndoles que no les traigan tantos regalos o les pasan una lista de cosas que saben que les gustan y que no son caras. No porque lo caro esté mal sino porque por ahí el adulto espera recompensa, que al niñe le guste, que lo use, que no lo rompa porque le salió caro y ellos están en otra. Hay que reeducar, reconstruir los significados en quienes tomamos decisiones en la vida de los niños y niñas. Hay que saber que se puede marcar pautas de crianza con las novedades de esta generación. La idea es regalar coherencia.

–¿Qué recomendarías regalar en estas fiestas?

–Lo más importante es que el regalo tenga algo de experiencia, que sirva para jugar, que no sea un objeto de culto que no se puede tocar, que no sea para ponerlo en el estante. Que no venga con condiciones como «te regalo pero no se lo prestes a nadie». Cuanto más inestructurado, mejor. Para la primera infancia, se pueden regalar cajas adentro de otras, una búsqueda del tesoro y que el premio sea que nos damos un abrazo familiar. Cuanto más libre para crear sobre él e intervenirlo, mejor. Pueden ser experiencias, desde el arte hasta una brújula, binoculares o una pinza para juntar hojas o bichitos. Si se está iniciando en un deporte o disciplina, algún objeto que contribuya a eso. O ir a la ferretería y comprar un metro, cosas de oficios que muchas veces no les dejamos tocar, salir de la juguetería de consumo masivo. Son regalos que irrumpen, después los ves usando ese objeto y notás cómo les produce felicidad.

-¿Cómo influyen los regalos en los valores que transmitimos a las infancias?

-Te digo un ejemplo: es bastante común que me pregunten en las consultas de crianza cuándo regalar un celular, una compu, una tablet. Por más que el niño llore pidiendo, podés decir que no y poner un limite que aunque no entienda ahora, lo entenderá mas adelante. Decirle que no te regalaré algo que sé que te va a dañar, o porque creo que no es el momento adecuado. Lo digo pensando en que haya un encuadre de vínculo familiar sano y sostenedor, no por un capricho arbitrario. Y si se dice que sí, que sea con conciencia, consultemos cuándo es el mejor momento con las maestras, con los psicólogos, acompañantes en crianza, los pediatras. Hay que pensar que además uno puede darles parte de la tecnología sin necesidad de que eso sea un regalo personal. Puede compartir lo que tienen en casa, comprar uno para todos. Los regalos también tienen que servir para fortalecer valores como el compartir.