Todo lo que me viene pasando desde el lunes a la mañana es como una montaña rusa de momentos grandiosos. Empezó en la radio Nacional, desde el preciso instante que en una caja azul llena de papeles celeste y blancos vi un libro que decía Querido Ula y me descubrí dibujado, reinterpretado por un artista,Pablo Lobato. Esa deconstrucción de estirpe picassiana me llevó a parafrasear aquello que el gran maestro Pablo les dijo a los fachos que lo interrogaban sobre el Guernica: «Esto no lo hice yo, lo hicieron ustedes». Después hubo mucho más, como el original de Rep que vino de la mano de Daniel y Lili ayudándome a cruzar la calle de la vida.

Decía, empezó en la radio el lunes 23 dia de mi cumple. Esa hermosa mañana (Francella dixit) visto y considerando lo que había ocurrido el domingo, en uso de mi libertad cambié y en lugar de la torta tradicional llevé las más ricas masas y masitas. Fue en ese recinto histórico de Maipú 555 que se desarrolló una mañana colmada de fantásticas sorpresas. Los compañeros del programa en el que intervengo con boludeces que al final suman bastante, me regalaron una primorosa radio marca Spica mientras los mensajes de oyentes, la familia radial, llegaban unos tras otros. Siguió hasta hoy mismo en ese mundo whatsapp y tuiter, del que soy advenedizo total, con la llegada de montones de anuncios cariñosos y hasta la carta de amor 81 que me mandó la especialista en radioteatros María Mercedes Di Benedetto. La cosa siguió el martes con algo que, seguro, yo venía preparando en el costado fantástico de mi corazón desde que tenía 6 años y mi papá, me hizo socio e hincha de Rácing. El carnet no miente: 6 de marzo de 1950. Con la complicidad necesaria de mis colegas Santiago Lucía, Alfredo Zaiat, su papá Morris Zaiat y acompañado por mi nieto Bruno, la gente de prensa de Racing me invitó a ver el clásico Racing-Boca en uno de mis lugares en el mundo que es el Cilindro de Avellaneda. Y como si fuera poco también tuve el privilegio de ser La voz del estadio, y anuncié la formación del equipo. Luego Víctor Blanco me entregó una plaqueta y una camiseta que dice Ula y lleva estampado el número 10. Parecía que eso era lo máximo para pedirle a la vida, pero sucedió algo más; en el cuarto minuto de descuento Racing metió el gol del triunfo y se quedó con el clásico. Y ahora esto, aquí, en la Biblioteca Nacional…

(…) Voy terminando (así dicen los que saben que necesitan 10′ más). Una cosa es hablar de lo que pasaba en los años 80 y otra cosa es cumplir 80 años sumado a que soy testigo de cómo 80 santas y santos se refieren a mi persona. Son 80. Muchos me estimulan diciendo que no parezco esa edad, pero aquí están, estos son: 23 de octubre de 1943, afirma el DNI. Soy un chico nacido en plena segunda guerra mundial. Eva, mi mamá, y Simón, mi papá, se ve que decidieron pasar por alto ese detalle y dijeron, ma´sí, vamos para adelante, esto también pasará. Crecí en un hogar de clase media en el que a mi viejo y a mi segunda mamá, amorosos los dos, les costó aceptar que el Tito que fui crecía en un país en el que los únicos privilegiados eran los niños.

Y aquí estoy entrando, confiado, y acompañado, en la novena década. Durante años pensé que sería inmortal hasta que la vida misma, con un par de sopapos mediante, me demostró que estaba en un severo error. No todos los años vividos fueron primavera- ¿Qué les voy a contar a ustedes que comparten la insoportable levedad del ser argentino? – y por eso llego a esta instancia con alguna que otra herida, de esas que dejan marcas que ni la mejor estética te la soluciona. Por lo demás, bastante aguante y en razonable forma. Lo cierto es que, de un día para el otro pasé a ser un tipo de 80 años. A este prolongadísimo paso del tiempo lo siento como si hubiera cursado una larga carrera y esta semana, después de algunos aplazos, me dieron el diploma de viejo. Prefiero que me llamen de esa forma, también resisto jovato, pero ruego encarecidamente que eviten octogenario, abuelo (eso es solo para Bruno y Carmela) y muchísimo menos adulto mayor.

El gran interrogante de ahora en más será empezar a leer las páginas aun no escritas del misterioso libro -digno de Alejandro Dolina- que no dice absolutamente nada de lo que está por venir. Si hay un presente puedo afirmar que llego sin deudas, ni simbólicas ni materiales y tampoco afectivas. Desde hace poco uso audífonos, solo tomo una pastilla por día y, eso sí, me olvido de 250 cosas, pero para eso cuento con la colaboración del Lerú-Google. Cuando empecé a trabajar en periodismo tenía 19 años, bien lo recuerda en el libro mi compañero de la secundaria y amigo hasta hoy Rodolfo Terragno. Desde aquél entonces hice de todo, no todas bien, aunque tengo la seguridad y la tranquilidad de haber dicho muchas más veces NO que SÏ y tal vez por eso hoy puedo elegir. Sigo trabajando. Mis ganas y mis deseos se llevan bastante bien. Cada mañana el despertador suena a las 7 y 10 y arranco pensando, como hace décadas, que un mundo mejor del que tenemos no solo es posible, sino que también lo merecemos.

 Persiste el interés, continúa el asombro y cada vez que la realidad golpea a mi puerta la atiendo. Sin embargo, la incógnita es hasta cuando dura este estado y quién tiene la potestad de establecer su duración, si uno mismo o a las circunstancias que nos rodean. Final, ahora sí: sepan que solo le temo mucho a la decadencia física y en medida similar a los horribles de la derecha y la ultraderecha que nos acechan y seguirán acechando.

No los molesto más. Espero seguir viéndolos y teniéndolos cerca, observandolos y reconociéndolos. Seguir honrando a mis maestros y maestras que fueron una bocha, siguiendo a viejas ejemplares como Taty Almeida, Stella Caloni o Nora Lafon o viejos fenomenales como Adolfo Pérez Esquivel, Abrasha Rottenberg o Norberto Galasso que son vanguardia y cada día enseñan que hay un camino.

Todos los días, en Nacional, una de las fábricas de radio en la que soy jornalero, digo en el saludo de despedida: «Gracias por sacarme a pasear». Así lo siento: cada hora de programa es un paseo diferente. Ahora les digo muchas gracias por haberme sacado a pasear el lunes 23 de octubre, el martes 24 y miércoles 25. Fueron unos paseos únicos, maravillosos e inolvidables. «

(*) Extracto de su discurso en la Biblioteca Nacional.