La primera pregunta a Telma Luzzani sobre Crónicas del fin de una era en realidad es un comentario. “Sorprende la actualidad que conservan los textos y cómo ayuda a entender lo que está sucediendo en esa parte del mundo. Como que el tiempo se detuvo hace 30 años y el conflicto Bielorrusia, Ucrania, Rusia sigue en el mismo lugar”. Crónicas… recopila el material publicado en la cobertura realizada sobre el terreno de los últimos estertores de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que hace justo tres décadas iniciaba su última semana de existencia al cabo de 70 años del primer Estado socialista en la historia. Son escritos que mantienen el clima de la época pero tamizado por el paso del tiempo, que permitió decantar los hechos de otra manera.

-Dos cosas me pasaron cuando releí las crónicas después de 30 años. Por un lado, el tema Ucrania y Rusia. Estaba todo ya en germen, se veía. Hay una anécdota de un coronel, que es el que va a organizar el nuevo ejército ucraniano. El tipo es ruso. Le pregunto entonces cómo si es ruso puede jurar fidelidad a otro país. Nosotros no concebimos a un militar argentino que jure por la bandera de Bolivia.

-A lo mejor en 1810, sí.

-Era eso, estaba naciendo el proceso de separación. Y otro tema que me sorprendió fue cómo se estaba sembrando y penetrando el discurso neoliberal. Porque uno podía pensar que llegaba a un país que dejaba de ser soviético y que no había tenido un contacto con el neoliberalismo. Y sin embargo, ya la gente común repetía lo que decía el ministro de Economía de ese momento. Y era la receta que yo escuchaba acá con Carlos Menem.

-El libro tiene un ritmo y una tensión que atrapa. ¿Tuviste que cortar mucho?

-Corté porque había referencias muy puntuales a personajes que ya no los conoce nadie. Y también me parecía que llenar de apellidos que en aquel momento eran importantes y dejaron de serlo no aportaba nada. Incluí mucho más la primera persona, cosa que en las crónicas no somos muy afectos. Pero me pareció que tenía también que transmitir lo que me pasaba. Por ejemplo el cansancio, que tenía que ver con el frío. O lo que me pasaba cuando entendía el sufrimiento de lo que esa gente estaba encarando con una fortaleza impresionante. Me parecía que tenía que aparecer aunque sea moderadamente lo que me estaba pasando.

-¿Había dificultad para conseguir hablar con le gente?

-La verdad que no. Era un momento de verdadera apertura y no había dificultad ninguna. Por supuesto que con muy altos cargos como (Boris) Yeltsin no, pero ministros sí, en las conferencias de prensa se prestaban para responder mientras iban pasando.

-¿Los medios argentinos leían lo que ocurría en clave de política nacional?

-Creo que no, creo que era algo que se presentía que iba a cambiar el mundo. Y era un momento en el que estábamos con la convertibilidad y había una posibilidad de viajar. 

-¿Se sabía que la disolución de la URSS estaba por ocurrir?

-No se sabía el día exacto, se sabía que podía ocurrir en cualquier momento. Creo que incluso estaba la fecha en que se anunciaba que iba a hablar (Mijail) Gorbachov.

-Una cosa que siempre llama la atención cuando se habla con gente que vivió aquella época es la sorpresa y hasta la angustia por la disolución de la URSS. Parecía algo imposible, como si se viera la desaparición del Vaticano.

-Sí, sí, yo creo que esa sensación había en la población soviética. Si bien la mayoría deseaba un cambio, aunque no uno como ese que sucedió después. Pero en aquel momento no se sabía cuán duro iba a ser. Y creo que había una parte, como ocurre con los seres humanos, muy negadora. Yo les decía “miren que yo vengo de un país capitalista y no es todo como parece”. Ellos se visualizaban como Alemania, como EE UU. Probablemente, tenían razón por ser una potencia, no se referenciaban como un país de América Latina. Pero los cambios iban a ser en la vida cotidiana, iban a ser enormes. Al principio no lo veían, salvo algunos funcionarios o académicos que decían que primero debían hacer otros cambios antes de emprender reformas tan drásticas. Ahí jugaron los intereses políticos de Yeltsin, que se quería sacar a Gorbachov de encima y jugó a full sin pensar en las consecuencias. Y una dosis importante de ingenuidad. De pensar que EE UU iba a ser amigo, porque eran todos del Consejo de Seguridad de la ONU, “somos todos hermanos”, y además, recibieron promesas de que la Otan iba a respetar los límites y no iba a avanzar como lo hizo desde entonces.

-¿La llegada de Putin al gobierno de Yeltsin fue una manera de poner un orden a todo ese caos?

-Yeltsin venía de varios derrapes. A veces llegaba el avión presidencial a un aeropuerto y no bajaba porque estaba con copas de más, había tenido problemas graves en el corazón, había casos de corrupción vinculados con su familia, con sus hijas. La situación ya no daba para más. Eso no se decía oficialmente, pero ya no se podía ocultar el tema del alcoholismo. Putin asume el 31 de diciembre de 1999 y en marzo de 2000 hubo elecciones que ganó ampliamente. Y ahí empezó esta nueva etapa de Rusia, que se recuperó tal vez no económicamente pero que recuperó su voz internacional.

-¿Como se te ocurrió publicar las crónicas?

-Tiene que ver con cuestiones personales, porque trabajé menos, no hice radio todos los días como antes. Sabía que se cumplían los 30 años y esa es una cifra que a los periodistas nos atrae mucho. La idea no es nueva, desde que volví de aquel hecho histórico tenía la idea de recopilar el material. Al principio me pareció que no había pasado el tiempo suficiente, que no había corrido suficiente agua debajo del puente. En aquel tiempo se decía que el capitalismo había triunfado para siempre, había ciertas consignas o ideas instaladas que a mí no me convencían y sentía que tenía que pasar un poco más de tiempo para que decantara y ver realmente lo que significa. Después, por una cosa o por la otra fue pasando el tiempo, y ahora se dieron todos los elementos para poder hacerlo. Porque tuve que digitalizar todo y tuve que hacer un trabajo que solo con tiempo podés hacerlo.

Para los más grandes el tema  es muy significativo, ¿pensás que les puede interesar a los más jóvenes, que ven a la URSS como algo ajeno a su realidad?

-Es la gran pregunta. Ojalá los jóvenes lo leyeran, pero no sé si será de interés para una generación más joven. Pero creo, sí, que el mundo de hoy tiene que ver con aquel momento. Lo de Ucrania y en general cómo se ve hoy la decadencia del liderazgo de EE UU. Y uno dice, tal vez ese contrapeso que tenía con la URSS lo mantenía vital, mantenía ese Estado de bienestar que desapareció.

-Para Lula, la caída de la URSS fue una desgracia para la clase trabajadora de Occidente, que vivía mucho mejor incluso que los propios soviéticos.

-Pienso muchas veces en pueblos como el cubano o el ruso, que hicieron su sacrificio pero nosotros nos beneficiamos de ese sacrificio. Porque, por ejemplo, los cubanos han padecido heroicamente ese acoso norteamericano y sin embargo nosotros al principio del siglo XXI tuvimos a Chávez, a Lula, a los Kirchner, y eso no hubiera sido posible si no existía Cuba. «

Los secretos de la KGB

Para Telma Luzzani, gran parte de los últimos dirigentes soviéticos pecaron de ingenuidad en creer que Occidente iba ser amigable con la potencia que se disolvía. Y aporta una crónica del 25 de enero de 1992, cuando el embajador de EE UU en Moscú, Robert Schwartz Strauss, reveló una sorprendente entrevista con el flamante director de la KGB, la agencia de espionaje de la URSS. Según él, Vadim Viktorovich Bakatin lo llamó a su despacho en el edificio Lubianka: “Hay algo que quiero contarle (…) Estos son los planos que revelan cómo su embajada era espiada por nosotros y estos -abriendo un maletín- son los instrumentos que usamos. Quiero entregárselas a su gobierno”.

Luzzani entrevistó al vocero del entonces vice. “El edificio (de la embajada) no tiene un solo micrófono, pero cada uno de los materiales usados en su construcción servía de antena”. Un genio de la ingeniería, Viacheslav Astashin, había desarrollado un sistema para que “los procesos naturales se convirtieran en energía de alimentación, vibración, circulación dentro de las paredes”. En los bloques de hormigón había pequeños puntos negros del tamaño de una cabeza de alfiler que eran un sistema general de escucha.

Ni el Superagente 86 había llegado tan lejos, y fueron secretos entregados a cambio de nada. Según como se mire, una traición o un golpe de inocencia inaceptable…

El último año de una utopía

*El 15 de marzo de 1990 el secretario general del PCUS, Mijail Gorbachov, es elegido presidente y propone enfrentar la crisis política que envuelve a la URSS con la firma de un Nuevo Tratado de la Unión.

*El 17 se lleva a cabo un referéndum en el que el 70% de la población acepta mantenerse con el respeto de su soberanía dentro de una renovada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que había nacido en 1922.

*En junio, se aprueba la Soberanía Estatal de Rusia y en julio, la de Ucrania. Boris Yeltsin gana las elecciones presidenciales de Rusia. Las dos principales repúblicas van alejándose del gobierno central.

*El 8 de diciembre, los presidentes Yeltsin, Leonid Kravchuk, de Ucrania, y Stanislav Shushkévich, de Bielorrusia, firman el Acuerdo de Belavezha, que crea la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

*El 21 de diciembre once de las 15 repúblicas de la URSS se unen a la CEI.

*Asumiendo que gobierna una cáscara vacía, Gorbachov renuncia en 25 de diciembre. El 26 el Soviet Supremo decreta la disolución de la URSS. Rusia asume internacionalmente los atributos de la desaparecida Unión. Ucrania cada vez se distanciará más de Rusia. 

*A fines de 1992 ya no existe tampoco el Ejército Rojo.