Las crisis son episodios en los que todo se exagera y la exageración es el microscopio de los hechos, dijo Chesterton. Por esa misma razón, las crisis muestran verdades que en los tiempos “normales” son ocultadas tras el manto de la ideología, la rutina o la costumbre.

La crisis en desarrollo por la pandemia del coronavirus opera como un termómetro del capitalismo contemporáneo. En unas pocas semanas ha hecho una cruda radiografía de un régimen social, económico y político. Puso en evidencia sus contradicciones salvajes. En primer lugar, dejó al desnudo la vulnerabilidad de los sistemas de salud que colapsaron en varios países y así como no fueron capaces de prevenir, tampoco pudieron contener. Por eso terminaron optando por “soluciones” punitivas y medidas de “estado de excepción” para enfrentar un acontecimiento que pertenece al ámbito de la salud pública. Los neoliberales que exigen desde hace décadas la privatización de todos los aspectos de la vida, fueron los primeros en reclamar la intervención enérgica y punitiva del Estado para combatir al virus. Sociedades enteras quedaron sometidas a una férrea vigilancia y a un control policial excesivo.

El sistema financiero internacional también mostró que se asienta sobre pies de barro. El peligro de la expansión del virus provocó el desplome en picada de gran parte de las bolsas del mundo y la desvalorización generalizada de activos. Culpar al coronavirus de un problema estructural es un insulto a la inteligencia.

La crisis también reveló la fragilidad de los sistemas laborales que son el modelo del neoliberalismo. Un solo ejemplo vale como muestra: las exigencias de la cuarentena son prácticamente incumplibles para cada vez más amplios sectores de la clase trabajadora sin protección social, que vive al día, sin cobertura de salud y en grandes hacinamientos urbanos. Hasta la cuarentena se convierte en un “lujo” que gran parte de la población pobre y trabajadora se ve impedida de respetar. Si se acepta por un momento que todos somos iguales ante la ley o el protocolo, eso no es sinónimo de que todos seamos iguales ante la vida o el coronavirus.

Este acontecimiento también dejó al desnudo la decadencia de los medios y de parte del periodismo empresarial. Infunden el virus del miedo, nos muestran una realidad aumentada en las pantallas y un mundo distópico, bélico y apocalíptico. Incentivan la irrupción desmesurada de la población para conseguir víveres y matar extranjeros para salvar el propio pellejo. Inyectan el pánico en una sociedad que vive en la incertidumbre, alimentan el individualismo, la intolerancia y la irracionalidad.

Todo este engendro tiene, paradójicamente, un motor “racional”: el lucro. Los sistemas de salud públicos fueron destruidos para ajustar los presupuestos de los Estados y beneficiar a los monopolios privados. No hay investigación en vacunas porque la propagación de “virus” genera más ganancia, un ejemplo brutal de la famosa “contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción” que es constitutiva del capitalismo. La hipertrofia financiera crece de manera abismal como respuesta a la crisis estructural de sobreproducción y sobreacumulación que está en la base de todo. La “uberización” y esclavización creciente de cada vez más amplias franjas de la clase trabajadora es el método aberrante utilizado para liquidar derechos laborales y extraer mayor plusvalor con formas de trabajo que recuerdan a la explotación sufrida por la clase obrera en sus orígenes. La espectacularización de la industria cultural utiliza al periodismo para esos mismos fines, sin importar los medios.

Es difícil en momentos en los que la crisis está en desarrollo afirmar que “en toda crisis hay una oportunidad” (aunque indudablemente hay muchos grandes oportunistas sacando rédito de esta crisis). Pero sí se puede aprovechar para sacar algunas conclusiones, entre ellas, la más importante: sobrevivimos bajo un sistema que merece perecer. «