Como abrazados a sus penurias políticas particulares, los mandatarios de Estados Unidos e Israel anunciaron el «Acuerdo del Siglo», un plan que llamaron de paz pero que difícilmente pueda ser aceptado por los principales involucrados en ese documento, los palestinos. A poco de andar los días, fue evidente que son pocos los que creen que esa movida espectacular de la Casa Blanca pueda implicar algún cambio duradero. Pero al borde de las definiciones sobre el juicio político a Donald Trump y en el comienzo de las Primarias para elegir los candidatos a las presidenciales del 3 de noviembre, mientras a su vez Israel se prepara para el tercer comicio con un primer ministro, Benjamin Netanyahu, tratando de esquivar un proceso por corrupción, el plan de Trump para el Medio Oriente muestra un perfil de marketing muy adecuado para el momento.

El plan de la administración Trump, pomposamente presentado como un arreglo definitivo al conflicto palestino-israelí, lo viene pergeñando el yerno del presidente, Jared Kushner, desde hace dos años. Y teniendo en cuenta que el joven viene del mundo inmobiliario, tiene algunos toques de propuesta de consorcio, ya que como parte de la solución, ofrece inversiones y perspectivas económicas atractivas para los palestinos.

Sin embargo, los críticos coinciden en que resulta inaceptable ya que legaliza la ocupación de colonos israelíes en tierras que para la comunidad internacional pertenecen al Estado palestino, que desde 1948 no se pudo conformar precisamente por esas diferencias. Al mismo tiempo, cristaliza la situación de los pobladores del escaso territorio, sometidos a control, vigilancia y la provisión de elementos esenciales como el agua de las autoridades israelíes.

«Es el bofetón del siglo y terminará en el basurero de la historia», sentenció Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, único organismo con carácter estatal que los palestinos pudieron conformar. «Es un copy-paste del proyecto del primer ministro y de los colonos israelíes», agregó el negociador palestino Saeb Erekat.

«Es un plan que nace muerto», se sumó el mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, quien al mismo tiempo fustigó la actitud condescendiente que mantuvieron los gobiernos de la región. «Los países árabes que apoyan un plan semejante traicionan a Jerusalén y a su propio pueblo y algo más importante: a toda la humanidad», dijo Erdogan en un encuentro con líderes de su partido, el AKP. «Arabia Saudita está silenciosa. ¿Cuándo harás oír tu voz? Omán, Bahréin, también. El gobierno de Abu Dabi aplaude. ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!», se enardeció. Recién ayer la Liga Árabe emitió un comunicado rechazando el plan de la Casa Blanca.

Las voces críticas se hicieron oír también entre los israelíes. Así, el escritor y periodista Gideon Levy inició su columna para el diario Haaretz, de Tel Aviv, con el recuerdo de Omar Abu Jeriban, un habitante de Gaza que en 2008 fue arrojado al costado de una carretera por efectivos israelíes que lo habían sacado de un hospital «con una bata clínica, herido, débil, descalzo, sin comida ni agua y conectado a un catéter». Un caso horroroso que sólo reflejó en aquel momento el periódico afín a la izquierda de Israel.

«La posición del policía que tiró al hombre herido fue asumida ahora por Donald Trump y Benjamin Netanyahu, el rol del hospital fue asumido por el mundo. En 2008 fue una tragedia humana, (este martes) fue una tragedia nacional», agregó Levy, hijo de inmigrantes alemanes que escaparon de la persecución nazi, quien por sus habituales planteos en contra de la ocupación de Cisjordania y la asfixia a los habitantes de Gaza suele ser acusado de agente de Hamas. «Dejaron a los palestinos sangrando a un costado del camino», concluyó.

Mientras tanto, Netanyahu se reunió en Moscú con Vladimir Putin a la vuelta de su viaje a Washington. Una visita de cortesía para informar personalmente sobre los alcances del acuerdo anunciado en la capital estadounidense. Rusia es un jugador esencial en Medio Oriente desde que tomó las riendas del combate al terrorismo de ISIS y por su ayuda al gobierno de Bashar al Assad. El presidente ruso tiene también su influencia en los cientos de miles de emigrados de esa nacionalidad que, desde las colonias israelíes en Palestina, son claves para la elección del 2 de marzo.

Como parte de esa misma gira, Netanyahu logró otro guiño de Putin, que indultó a Naama Issachar, una joven que había sido detenida un año atrás en el aeropuerto de Moscú con un paquete que contenía cannabis. Condenada a siete años de prisión por posesión y contrabando de drogas, regresó este jueves a Tel Aviv y apareció en los medios junto al primer ministro, quien se ufanó de sus dotes diplomáticas en un caso que conmovió a la opinión pública, alertada desde abril pasado por la madre de la mujer, Yama, que inicio la campaña por su liberación.

Que el acuerdo pega fuerte en la campaña electoral israelí lo demuestra no sólo el fervor con que Netanyahu se subió a ese carro de cara a su intención de que esta tercera vez logre la diferencia que le permita un nuevo mandato. Como el escenario político en Israel es tan intrincado Trump no tuvo más remedio que invitar también al candidato que le viene peleando cabeza a cabeza las urnas a Netanyahu, el general retirado Benny Glantz.

Hábil, el exjefe de las fuerzas armadas fue a Washington pero pidió una entrevista privada con Trump. No quería quedar pegado a su contrincante, al que espera finalmente sacar de la cancha dentro de un mes. Ambos representan a distintos sectores de la derecha israelí. Netanyahu está en el gobierno hace diez años y va por un nuevo período. Su principal enemigo por estos días es el fiscal general Avichai Mandelblit, quien lo acusa de fraude, corrupción y abuso de poder. «