El golpe parlamentario de 2016, marcó la formación de un bloque conservador y reaccionario, totalmente inescrupuloso cuando se trata de sostener su poder político. La reacción conservadora del gobierno de Temer, reafirmada en la gestión de Bolsonaro, dejó a las claras dos perspectivas de Brasil. Así es que Lula comprendió que la propuesta programática debe ir acompañada de un marco de relaciones de fuerza que permita sostenidas bajo su hegemonía para dejar atrás al bolsonarismo. En tal sentido, su regreso se articula bajo un diverso y complejo tejido de alianzas convergentes en un esquema claro de desarrollo que propicie la inclusión y ampliación de la ciudadanía.

Pasos firmes pueden generar grandes cambios, y las gestiones petistas lo demostraron. Si analizamos la brecha distributiva, quizás puede ser poca la reducción del 2% del PBI en los ingresos del 10% de los sectores más acaudalados. Sin embargo, que el 10% de menores ingresos pase del 1 al 2% implica duplicar su participación en la riqueza, con el consecuente impacto de sacar a 40 millones de la indigencia y la pobreza.

No se trata sólo de cambiar el esquema distributivo, sino que además implica potenciar la inclusión social y política. En tal sentido, el reconocimiento de movimientos y organizaciones representantes de la sociedad civil, en especial sectores que fueron claramente excluidos durante la gestión anterior, vuelven a tomar protagonismo en la orientación del gobierno de Brasil.

Multilateralismo estratégico

Además, la impronta de Lula vuelve a colocar a Brasil en la política global, propiciando un multilateralismo estratégico, que se contrapone al seguidismo realista de Jair Bolsonaro, inconducente en tanto que no encontró reciprocidad de parte de su alter ego Trump. Así, Lula apuesta a reconstruir vínculos sólidos en la región, buscando reconstituir el Mercosur y la UNASUR, y alternativos a escala global, restableciendo la alianza de los BRICS, comprendiendo el nuevo rol de Chino en el mundo. Sin confrontar con EE UU o la UE, pero contraponiendo esquemas de negociación diferentes.Incluso, Brasil se proyecta internacionalmente proponiendo una lucha contra la pobreza y promoviendo la paz mundial como base del desarrollo humano. Un claro contrapunto frente a quienes rechazan la guerra de Rusia y Ucrania pero financian las partes. Apostar a un marco de diálogo como resolución de los conflictos es una estrategia decisiva para la nueva dinámica global.

Si bien el contexto regional y mundial es bien diferente al 2003 del primer gobierno de Lula, no obstante los dos pasos atrás que vivió la sociedad brasileña quizás le permita comprender que hay que seguir caminando, dando pasos de aprendices que quieren construir su futuro.