Volando voy, volando vengo por la subida empinada que lleva al Sacromonte. En el camino, yo me entretengo. En el arrabal gitano cosido al barrio Albaicín de Granada, la meca del flamenco luce sus galas plebeyas. La noche del adelantado verano hispánico es tórrida. Más de 30° de térmica cuando se derrumba el sol sobre la gloriosa fortaleza de la Alhambra. Entonces desde el atardecer comienzan a arder las zambras en las alturas. Las cuevas donde bailaoras, cantaores y sultanes de la guitarra le echan leña al milenario arte gitano. Un infierno encantador.

Los gitanillos del Sacromonte, Sevilla, Cádiz y mucho más allá también levantan temperatura cuando hablan del difícil presente de Andalucía. El sur siempre olvidado, pisoteado, relegado de España. Un romancero gitano que tiene como telón de fondo las penas que dejó la miserable pandemia. Inflación de casi dos dígitos el año pasado, desempleo para arriba, actividad económica estancada, crecimiento de la extrema derecha y mil y una penurias más. Si hasta vuelve el fugado rey Juan Carlos para correr una regata y saludar a la parentela. “La monarquía solo sirve para robar”, me dice José María, un chofer de bus que peregrina a las cuevas con su novia. “Ahora volvió el turismo, pero fueron dos años perdidos. Cerraron zambras y restaurantes históricos, difícil todo. La Alhambra es lo que atrae, los turistas vienen apurados ahora para subir. Yo les digo que está ahí arriba hace 700 años. No se va a ir a ninguna parte”.

En la zambra de María La Canastera se van amuchando unos pocos parroquianos. La cueva fundada a principios del siglo XX por la capitana María, ícono granadino del tablao, es ahora piloteada por su nieto Enrique Carmona. La familia lleva más de cien años de tradición flamenca. Canto, baile y goce pese a la malaria. Enrique toma un cafelito y reflexiona: “Se empiezan a ver turistas de nuevo. Tienen ganas de disfrutar, dejar las penas de la pandemia atrás. Para eso estamos, hombre. Los gitanos pasamos peores, pero nos vendría bien una mano, una ayuda del gobierno a las zambras, que somos pura cultura”.

Antes de que empiece la jarana, José Fernández afina la voz, Antonio Heredia calienta los dedos y Juan José Bustamante se prepara para el taconeo potente como un terremoto. Don Carmona da la señal y se mandan al ruedo. Al despedirse, Enrique elige sin dudar un tema para musicalizar la realidad española: “Siempre algo de Camarón de la Isla. Vamo con ‘Como el agua’. Ese que reza ‘Luz del alma mía, divina / Que a mí me alumbra mi corazón / Mi cuerpo alegre camina / Porque de ti lleva ilusión’. Vamo a estar mejor”.

Post Scriptum: hace 110 años, Marino de la Santísima Trinidad García dejó la malaria andaluza con una mano atrás y otra adelante. En Argentina fue peluquero, empleado, laburante, militante anarquista. Esta tarde su bisnieto pudo conocer su Motril natal. Puse las patas en esa fuente marina de aguas celestes. Renací en el Mediterráneo.