Mark Zuckerberg quedó otra vez expuesto por sus prácticas comerciales pero, al mismo tiempo, demostró el poder de las redes sociales que controla, como cuando se conoció el “servicio” que Facebook (FB) había prestado para campañas electorales de candidatos derechistas en varios países del mundo a través de datos que utilizó la consultora Cambridge Analytica. Con una gimnasia propia de los gatos, el simpático exalumno de Harvard, que figura como la tercera persona más rica del mundo según Forbes, tuvo siempre habilidad para caer parado. Y por cómo se dieron los acontecimientos, no pocos sospechan que el apagón de WhatsApp, Instagram y FB de este lunes estuvo relacionado íntimamente con las denuncias de Frances Haugen, una exgerente de producto de la empresa, el día anterior en TV y el martes en el Congreso.

Haugen renunció tras dos años en Facebook, el buque insignia de Zuckerberg. Formaba parte de un equipo llamado de Integridad Cívica, que tenía como objetivo asegurarse de que la plataforma no sirviera a intereses y valores contrarios a la democracia y afectara la seguridad de los usuarios.

Fue una consecuencia del escándalo Cambridge Analytica, una consultora que con información provista por FB manipuló a usuarios en elecciones, como el referéndum por el Brexit, comicios en varias naciones -en Argentina, como reconoció el titular de la consultora, Alexander Nix, ante una comisión del Parlamento británico, contra el gobierno de Cristina Kirchner- e incluso fue clave para el triunfo de Donald Trump y Jair Bolsonaro.

En octubre de 2018, FB creó una equipo para combatir las noticias falsas y vigilar la difusión de discursos disruptivos con la democracia. Al frente puso a Samidh Chakrabarti, experto en inteligencia artificial, historia y políticas públicas que trabajaba para FB desde 2015. Un artículo de la revista Time lo describe como “un hombre del Renacimiento”.

Había un “juramento cívico” que planteaba “servir primero a los intereses de la gente, no a los de Facebook”. Según Haugen, eso quedó en la nada luego de que Zuckerberg decidiera desarticular a ese departamento, tras las elecciones de 2020. Para la mujer, FB ya no quería una oficina que tuviera como prioridad el interés de los usuarios.

Semanas atrás, Haugen filtró a Wall Street Journal estudios sobre la influencia maligna de Instagram en adolescentes, que luego de ver fotos en esa plataforma se sentían peor con sus cuerpos. Y, también, investigaciones sobre cómo el cambio en un algoritmo de FB incentivó publicaciones de odio y desinformación.

Haugen envió copias a la Comisión de la Bolsa de Valores (SEC) y al Congreso, donde testificó este martes ante una Comisión del Senado – casualmente, un día después del apagón que dejó sin los servicios a casi la mitad de la población mundial-. “No se trata simplemente de que algunos usuarios de las redes sociales estén enojados o sean inestables, o de que unos se radicalicen contra otros; se trata de que FB elija crecer a toda costa, comprando sus ganancias con nuestra seguridad”.

Y agregó: “la compañía sabe cómo hacer que FB e Instagram -a la que considera la red más peligrosa- sean más seguros, pero no hará los cambios necesarios porque han puesto las ganancias astronómicas antes que a las personas”.

La justificación de FB es que sus ingresos dependen de la publicidad y que no cobran por sus servicios. Pero esas ganancias dependen de los clics que consigan. Y los cliqueos aumentan con discursos extremos.

Zuckerberg y las tecnológicas están en la mira desde hace tiempo en Estados Unidos y Europa. Trump había intentado en 2018 aplicar las leyes antimonopolio, y ahora, que fue cancelado por algunas de ellas, reclama por su libertad de expresión mediante acciones judiciales.

Hace exactamente un año, cuando faltaban unos días para las presidenciales, los CEOs de las principales plataformas de Internet, Jack Dorsey de Twitter, Sundar Pichai de Google y Zuckerberg, debieron comparecer ante el Comité de Comercio de la Cámara Alta. Roger Wicker, republicano por Mississippi, criticó que esas plataformas se hayan convertido “en un poderoso árbitro de la verdad y el contenido al que los usuarios pueden acceder”. La regulación de esos medios fue también eje de la campaña de los demócratas y motivo de debate en la Unión Europea. La cuestión es quién le pondrá el cascabel al gato.