Se sabe que el fútbol es pasión en todo el planeta y se convierte en una enfermedad cuando el mundial se disputa en la propia tierra. Lo comprenden ahora los rusos desde que se estableció que la copa de la FIFA de 2018 se disputará en esa tierra. Y lo viven con mayor intensidad en San Petersburgo, donde se construyó el estadio más caro, el más impactante y seguramente el que más críticas despertó de los 12 en que rodará la bola el año que viene.

Pero en las calles de esta bella ciudad no se percibe aún todo el marketing que seguramente saldrá a la luz el 1 de diciembre en el Kremlin, de Moscú, cuando se sorteen los equipos que compondrán los distintos grupos y se sepa entonces quiénes serán los que competirán en la antigua capital imperial.

En las calles se ven unos macetones con el dibujo de los gajos de una pelota de futbol y en los locales de ropa deportiva por ahora se vendían solo las camisetas de los que lideran el ranking aspiracional: Barcelona, Paris Saint Germain, y el local Zenit, donde juegan nada menos que cinco argentinos, Matías Kraneviter, Emanuel Mammana, Leandro Paredes, Emiliano Rigoni y Sebastián Driussi. Por supuesto que las miradas están todas puestas en Messi y entre las casacas es la del diez argentino la más requerida, comenta entre señas un vendedor con el que no hay otra forma de comunicarse. Tampoco hacía falta.

Los pocos lugareños que no hablan solo ruso (dato a tener en cuenta para quienes viajen el año que viene, pocos pueden mantener una conversación en inglés y muchísimos menos español), se muestran entusiasmados con el certamen pero los críticos, que no escasean en ningún lado del mundo, deploran los gastos que insumió el estadio Krestovski, internacionalmente conocido como San Petersburgo Arena, o también Gazprom Arena, ya que la empresa de energía de capitales mixtos es dueña del equipo y fue la que aportó para la construcción. Hasta cierto punto…

Porque como dice un joven que atiende en un restaurante de la avenida Nevski, la principal de la ciudad, el estadio es “un monumento a la corrupción”. Parece que la figura no solo es usada en Argentina para reflejar gastos en obra pública con amplios beneficios para bolsillos particulares. Pero en este caso, el escándalo llegó a golpear en el despacho del presidente Vladimir Putin, quien en una conversación con el titular de la FIFA, Gianni Infantino, le reconoció que detrás de lo que ocurría con la construcción del soberbio edificio del Zenit había “una historia triste”.

La historia se refiere a los enormes costos y la demora en terminar de construirlo, diez años. Desde 2007 cuando Gazprom, la principal compañía rusa, decidió convertir al Zenit en un top ten dentro del mundo futbolístico europeo.

En ese lapso, el precio de las obras, construidas bajo el proyecto de un japonés, Kise Kurokawa, quien murió a poco de comenzar los trabajos, se multiplicó por cuatro y llegó un momento en que Gazprom dijo que no iba a poner un rublo más.

Fue allí que Putin tuvo que intervenir para que el estadio de su ciudad natal finalizara en tiempo y forma para el mundial que, espera, consagre su figura en todo el mundo, como líder y organizador.

La mole de cemento y metal se erige en la isla de Krestovsky, de allí su nombre. La ciudad de San Petersburgo está construida en una zona pantanosa del estuario del río Neva, uno de los más caudalosos de Rusia, que desemboca en el mar Báltico. Son meandros y recovecos que conforman una red de canales que convierten a ese escenario en una joya paisajística. Esos canales crean un rosario de islas, unas 40, comunicadas por multitud de puentes. Una de ellas es la de Krestovsky.

Este año, cuando se acercaba la fecha planificada para su inauguración,  en ocasión la apertura de la Copa Confederaciones, el nerviosismo atravesó a la dirigencia del club y de la ciudad: en un amistoso jugado en abril se habían detectado fallas en la estructura. Los inspectores de la FIFA, además,  dijeron que faltaban terminar obras en los baños.

En el partido que abrió el certamen, entre Rusia y Nueva Zelanda, el propio Putin llegó en helicóptero para dar una arenga de mariscal ante una batalla para alentar a los jugadores locales. Esa vez solo hubo problemas con el césped, bastante destruido por las obras reclamadas por la FIFA dos meses antes y hechas a las apuradas.

Nadie se anima a determinar el costo real de las obras. Algunas estimaciones hablan de 800 millones de dólares, otro insinúan que pasó de los 1200 millones. Eso sí, está hecho como para no desentonar con la ciudad. Es una mole con forma de nave espacial, techo retráctil y capacidad para más de 68.000 espectadores sentados.

El Zenit tiene una historia muy relacionada también con San Petersburgo. Formado por la fusión de varios equipos de esa ciudad íntimamente ligada a la industria naval, fijó como fecha de fundación el año 1925. Y no es ocioso decir que “fijó” porque hubo bastante controversia sobre como armar su historia cuando hubo que dar cuenta de su origen, al nacer el mundo de internet y aspirar a estar en ese selecto mercado.

Uno de los equipos que luego pasó a llamarse Zenit es el de los Stalinets. Acá también es difícil saber de donde viene el nombre porque si bien es cierto que este equipo corría en las canchas en los años de Stalin, es bueno recordar que el sobrenombre del controvertido líder soviético deriva de la palabra rusa Stal, acero. Y los muchachos que se calzaban entonces la camiseta azul metálico eran trabajadores de los astilleros, o sea metalúrgicos.

Durante el sitio de Leningrado, como se llamaba entonces la ciudad, algunos jugadores se fueron hacia Moscú o Kazan. Pero otros se quedaron a resistir con sus familias murieron esos trágicos días y perdieron la vida.

Remozado por Gazprom para convertirse en estrella mundial, en poco tiempo se llevó a figuras prominentes del futbol argentino y contrató al italiano Roberto Mancini. No le va tan mal, esta primero en la Liga rusa y primero en el Grupo L de la Europa League.