El 1 de julio de 1823 se firmó la independencia definitiva de Centroamérica. Esta fecha ha permanecido oculta, al menos para las mayorías y fue la presidenta Xiomara Castro quien, el 15 de septiembre de 2022, ordenó que la educación hondureña la incorporara al calendario cívico y que se creara la cátedra morazánica, para que se convirtiera en parte de la construcción de patriotismo en todos los hondureños. Hasta la fecha, no se cumplió con la orden de la presidenta, quizá por la agobiante inmediatez en la que siempre estamos inmersos.

Hoy el tema que nos ocupa es el repunte de la violencia terrorista, asociado con la estructura paramilitar que permanece intacta en el país. Aunque normalmente se señala a maras y pandillas sobre el fenómeno de la violencia, en el caso hondureño, vivimos bajo un «Plan Colombia» que paramilitarizó el crimen y las ejecuciones extrajudiciales. La modalidad de las masacres no nos es extraña, ha sucedido muchas veces en nuestra historia, normalmente asociada con momentos políticos trascendentales. La oleada actual se da cuando nos dirigimos a conmemorar el 14° aniversario del golpe de Estado contra el presidente José Manuel Zelaya Rosales, y el gobierno de la presidenta Xiomara Castro libra una batalla seria por derrotar la privatización de la Energía Eléctrica y ha propuesto una Ley que obliga a los ricos a pagar impuestos, después de que han gozado de exoneraciones por más de cinco décadas.

Otra vez, la gusanera

A horas del bicentenario real y a días de la conmemoración más importante en la historia de los últimos cien años, la derecha se ha radicalizado  y todos los días se pronuncia en favor de un nuevo golpe de Estado, esta vez sin más razón que la incapacidad de las elites de tolerar la idea de que las mayorías merecen recobrar la dignidad de vivir en condiciones materiales y espirituales decentes. Como siempre, la gusanera cubanoamericana impulsa a toda la oposición a decantarse por posiciones fascistas.

En un Estado laico, desde hace muchas décadas, la dictadura del narcotraficante impulso una asociación con curas y pastores que han revivido las oscuras épocas de la inquisición. El problema confesional es tan grave que incluso las sesiones del Congreso Nacional se inician con una oración. La cuestión de los símbolos ha sufrido mucho, pues han pasado a un segundo plano y el panteón de los héroes se volvió simplemente intrascendente. Si nos han hecho daño, ha sido en el campo ideológico y cultural.

En muchos casos, como en el de educación, hemos visto cómo el fundamentalismo ha hecho retroceder políticas progresistas aprobadas por la presidenta. La educación sexual es un tabú y sectas como el Opus Dei amenazan con mantener a honduras en las tinieblas. La verdad, no es fácil gobernar un país con una correlación de fuerzas tan desventajosa, en la que la clase dominante el único consenso que acepta es aquel en el que no ceden ni un milímetro sus privilegios. Más frustrante para las masas es aceptar que su gobierno termine cediendo.

La violencia de la clase dominante como instrumento de «persuasión» contra el pueblo hondureño no es nuevo, pero no podemos pasar inadvertido el hecho de que la masacre ejecutada en Choloma el fin de semana anterior incluyó el asesinato de cuatro líderes sindicales de una empresa maquiladora. La maquinaria violenta instalada después del golpe de Estado es el mayor problema que nos toca enfrentar, en medio de un ambiente de mucha desconfianza ciudadana a los militares y la policía.

Luchar, resistir y vencer

Inmediatamente, resurgieron los ataques de voces golpistas, muchos de ellos relacionados con el golpe de estado del 28 de junio de 2009. Incluso el general golpista ha pasado gran parte de este año amenazando con volver a romper el orden constitucional. Igualmente, reapareció en escena la infame figura de Roberto Micheletti. Al mismo tiempo, dirigentes del Partido nacional, el mismo que saqueó el país la ultima década, aparecieron en un evento de la derecha norteamericano, fundidos en un abrazo con Maria Elvira Salazar, quien descaradamente ataca al gobierno de la presidenta Castro.

La derecha se escuda en su narrativa, estilo Milei, de que nosotros pasamos inventando conspiraciones para escudar nuestras ineficiencias. Pero las señales son clarísimas y deberíamos ser muy ingenuos para pensar que lo que tenemos es el desafío de un cubo Rubik y no un plan bien elaborado, que tiene el propósito de terminar con el gobierno del pueblo. Si a algo le tiene miedo la derecha, es que el pueblo se de cuenta de quiénes son sus enemigos y eso es lo que ha estado sucediendo en este país.

Hoy tenemos la obligación de entender que esta es una lucha frontal entre los que siempre nos explotaron y quienes hemos perdido casi todo ante el avance de la codicia de esas elites. La defensa del proceso es responsabilidad de todo el pueblo, incluso militares y policías patriotas que sean capaces de entender su origen de clase y de imponerse a la doctrina criminal del «enemigo interno» que le ha sido impuesta desde hace varias décadas.

Habrá que resistir la andanada de propaganda fascista de todos los días desde las 5 de la mañana, hasta que termina el día. Es necesario derrotar la enajenación permanente. De ahí que sea tan importante recordar este 28 de junio y el 1 de julio como puntos que marcan, no la tragedia, sino el espíritu heroico de este pueblo hondureño.

Luchar, resistir y vencer, mediante la unidad de todos. Que estén listos aquellos que tendrán que bajar de los cerros para ganar su libertad.  «