El emérito Juan Carlos I siempre da mucha tela para cortar, para desgracia de la familia Borbón y de su hijo Felipe VI, que lo sucedió a las apuradas en 2014 cuando los escándalos del rey designado por el dictador Francisco Franco en 1969 ponían en riesgo a la propia continuidad de la monarquía. Ahora, y mientras trata de convencer a la justicia británica de que sigue en actividad -cosa de que se le mantenga la inmunidad y no pueda ser procesado por acoso en una denuncia que presentó su ex amante Corinna Larsen- el diario El País publicó que en su exilio dorado de Abu Dabi recuperó la amistad con el traficante de armas Abdul Rahman El Assir, con pedido de captura internacional por fraude fiscal.

El comerciante de doble nacionalidad libanesa y española no quiso presentarse a un juzgado madrileño donde está procesado por evadir el pago de 14,7 millones de euros a la agencia recaudadora, que ahora pide una multa de casi 74 millones como castigo. El Assir -que entre otras amistades se lo vinculó alguna vez a nuestro conocido Monzer al Kassar- demuestra a cada paso los rasgos comunes que lo ligan a Juan Carlos, que entre las razones para huir al país árabe se cuenta una deuda con Hacienda de 678.000 euros.

Según los registros oficiales, el vendedor de armas mantenía una estrecha amistad con la familia real y la dirigencia del Partido Popular al punto que asistió a la boda de la hija del ex presidente del Gobierno José María Aznar en los 90. Pero cuando los vientos comenzaron a soplarle en contra -fundamentalmente en los medios de comunicación- el Borbón eligió dejar de invitarlo para no “quedar pegado” a las tropelías del hispano-libanés.

Juan Carlos entró en desgracia en abril de 2012, cuando se quebró la cadera en Botsuana. La noticia podía haber figurado como un accidente menor en una persona de 74 años como tenía entonces (nació en 1938). Pero la trama escondía algo más: Fue durante una cacería de elefantes y en el viaje estaba su “amiga íntima” Corinna Larsen, una muy atractiva danesa que se hacía llamar Princesa Corinna zu Sayn Wittgenstein. Apellido y título de un exmarido que terminó demandándola para que deje de usufructuarlo para su beneficio.

Corinna aparece como testaferro de Juan Carlos en cuentas de dudoso origen por unos 100 millones de euros. Gran parte de ese dinero serían comisiones por negocios facilitados por el monarca, entre ellos la construcción de un tren de alta velocidad entre Medina y La Meca a cargo de una empresa española. Una causa abierta en Suiza para investigar ese voluminoso patrimonio en 2018 fue cerrada a mediados de este mes por la fiscalía de Ginebra, que no encontró, dijo, el vínculo entre el dinero girado por el gobierno saudita, la cuenta en un banco suizo y el rey español.

Corinna, mientras tanto, denunció por acoso al rey en Londres. Sus abogados ahora intentan demostrar que a pesar de haber abdicado en 2014 Juan Carlos es un activo integrante de la familia real que no se jubiló ni piensa hacerlo. Al menos hasta volver a España en febrero, como es un deseo. Hay que ver si el hijo está de acuerdo o lo prefiere lo más lejos posible. Y si los magistrados británicos le creen. «

Iglesias y la orden de Carlos III

El gobierno de Pedro Sánchez condecoró este fin de año a 23 exministros del Ejecutivo con la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Se trata de una distinción que en su origen, 1771, premiaba a los más leales al rey, que históricamente fue el segundo Borbón en la corona española. Con el tiempo, fue teniendo cada vez más carácter civil y desde 2002 «tiene por objeto recompensar a los ciudadanos que, con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos, hayan prestado servicios eminentes y extraordinarios a la nación».

Los galardonados esta vez fueron José Manuel García-Margallo, ministro de Exteriores con Mariano Rajoy; la exministra de Educación Isabel Celaá; la actual presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet; el exministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón; y el exministro de Cultura y escritor Màxim Huerta. Y también el ex vicepresidente Pablo Iglesias. Quizás, el que resultó más incómodamente premiado ya que es representante de un sector que quisiera terminar con la monarquía e instaurar una república.