Cuando Protágoras decía que «el hombre es la medida de todas las cosas», no hablaba sólo de la humanidad, sino también de la sociedad e incluso de las personas. Es que para Protágoras, la búsqueda de la verdad debía estar basada en criterios deliberativos antes que en revelaciones divinas, incluso según las perspectivas de la persona, de la sociedad o de la humanidad. En nuestros días, existe una gran confusión en una de las formas de la verdad, que es la justicia. Nada menos.

Esta confusión tiene por origen la diversidad de criterios para decidir qué es lo justo y qué lo injusto, y qué medios deben arbitrarse para el cumplimiento de esa función: en síntesis, qué vara ha de aplicarse. A menudo escuchamos hablar de la «doble vara», lo que significa la adopción por la misma persona de dos posiciones morales opuestas aunque sea la misma cuestión, según los intereses en juego. Sin embargo, la realidad internacional muestra la existencia de una multitud de varas, cada una creada con anterioridad para justificar a posteriori una determinada acción, en general reñida con la moral proclamada.

Así existió una vara especial para Irak, sospechoso de acciones de terrorismo, acusado de poseer armas de destrucción masiva, ya devastado por el bloqueo económico, arrasado por la nueva guerra, aunque no se hayan encontrado nunca esas amenazas que sirvieron para legitimar la agresión. Al final, los Estados Unidos dijeron que «el mundo es ahora un lugar más seguro». Los centenares de miles de muertos fueron considerados «daños colaterales», inherentes a cualquier operación militar. Incluso los periodistas asesinados a conciencia por las tropas invasoras.

Eso es una de las cosas que develó Julian Assange a partir de 2010. Gracias a Chelsea Mannig, Assange pudo publicar una infinidad de documentación secreta de los Estados Unidos que mostraban hasta qué punto una gran potencia puede usar su política, su diplomacia y sus fuerzas armadas para cometer crímenes masivos, torturas, desapariciones así en Irak como en otras partes del mundo. Si la vara fue laxa para los delitos, fue estricta para Assange, que por haber develado la barbarie de la civilización está encerrado en la prisión de más alta seguridad del Reino Unido, aislado, y listo para ser extraditado a los Estados Unidos, donde enfrenta 175 años de cárcel. Esta vara dice que no está mal cometer crímenes, lo grave es comunicarlos. Freedom of speech? Te la debo.

Otra vara es aplicada a bin Salman, quien gobierna Arabia Saudita. Parece que Salman ordenó el asesinato de un saudita crítico del régimen, Jamal Kashiggi, periodista del Washington Post, y que los detalles de tortura, asesinato y descuartizamiento llegaron a la opinión pública. Tanto y tan bien que comenzó un juicio en los Estados Unidos acerca del crimen, por lo que el Presidente Biden estableció la inmunidad para bin Salman hace apenas un par de días. «Es un jefe de Estado», adujeron, «no puede ser juzgado». Lo importante, para Biden, es que la relación con Arabia Saudita «sirva los intereses de nuestra seguridad nacional y del pueblo (norte) americano».

Así, más que a una doble vara, nos encontramos frente a miles de varas, que por ser tantas no existen frente a la única vara, que es el hecho del Príncipe como criterio dominante. Esa Razón de Estado es inherente a la función de gobierno, aunque sólo puede ser aplicada en casos excepcionales y con extrema prudencia. De lo contrario, presentar lo aleatorio como divino –diría Protágoras– es sufrir el arbitrario a diario, lo que convierte el ser en devenir, la estabilidad en flujo y la realidad en apariencia. Tales son las consecuencias de la única vara.  «