En el actual contexto de crisis social, financiera y sanitaria, hablar de las elecciones de 2021 puede lucir como una extravagancia. Pero no es así: en un momento en que se mide el liderazgo al gobierno nacional, y con una oposición política y social que se activó, el Frente de Todos necesita contar con una estrategia política clara y decidida. En nuestro sistema presidencialista, todo oficialismo necesita ganar las elecciones intermedias. Y más todavía cuando hablamos de un primer mandato.

Las que vienen serán singulares, y difíciles para el presidente. Ya sabemos que le toca lidiar con varios frentes complejos, empezando por el socioeconómico, pero es lo que le tocó. A nivel nacional se renueva media Cámara de Diputados y 24 senadores (un tercio del total) en ocho provincias: Catamarca, Chubut, Córdoba, Corrientes, La Pampa, Mendoza, Santa Fe y Tucumán. Como viene sucediendo desde 1997, año en que comenzaron las elecciones intermedias en nuestro país (recordemos que antes de la reforma constitucional de 1994, el mandato presidencial duraba seis años y no había reelección, con lo que todo el ciclo funcionaba distinto), sería raro que el color político del Congreso cambie mucho en esta elección, que es de renovación parcial. Pero se pone en juego el apoyo popular al presidente. Las claves principales para Alberto Fernández son tres: i. que se mantenga unido, ii. que los frentes peronistas provinciales realicen una campaña razonablemente alineada con el gobierno nacional, y iii. que la Casa Rosada gane en la provincia de Buenos Aires (y no le vendría mal hacerlo también en Santa Fe).

Lo de la unidad no es menor. Por una cuestión de matemática electoral, y de identidad de gobierno. El Frente de Todos recordó que una coalición amplia basada en un peronismo unido es una base muy potente para ganar. Pero fue una construcción trabajosa, y su continuidad no está garantizada. Recordemos que en casi todas las elecciones desde 1983, el peronismo experimentó algún tipo de división. Una de las principales marcas de origen de este oficialismo fue su capacidad para lograr esto, y mucho de esa gestión le corresponde al presidente. Sin embargo, con la economía cayendo hay demandas no satisfechas en el propio electorado peronista, y siempre puede haber algún sector que quiera aprovechar esa tensión para dividir la oferta. Hay que mantener a la tropa contenta.

En rigor, ese riesgo lo enfrentan tanto el FdT como Juntos por el Cambio. Venimos de la elección de 2019, que fue una de las más polarizadas de la historia. Entre las dos fuerzas principales se quedaron con casi el 90% de los votos, dejando poco espacio a las “terceras fuerzas”. Pero en toda elección legislativa el voto se divide más, con lo que es probable que ambas coaliciones sufran fugas. En el caso de JxC, debe neutralizar el surgimiento de un frente libertario-conservador que le saque votos por derecha en los distritos grandes, mientras que el FdT debe evitar los microemprendimientos electorales peronistas. Eso se logra con una buena gestión política, y con una actitud receptiva a las críticas y cuestionamientos internos, inevitables en un 2020 que no se priva de nada.

La misma lógica de la fuga también puede darse, más sutilmente, si los peronismos provinciales se deciden a “provincializar” demasiado sus elecciones de distrito. Aquí no se trata de adelantar fechas -más allá de las PASO, la ley establece que las elecciones de diputados nacionales se hacen en fecha única- sino de estrategias de campaña que se abran demasiado del discurso presidencial. Hasta cierto punto, es comprensible que cada distrito haga foco en sus intereses y realidades locales. Pero no demasiado, porque la principal prenda en juego es el apoyo al gobierno nacional.

Finalmente, está la cuestión del “efecto triunfo” en los distritos más grandes, con la provincia de Buenos Aires como batalla principal. En 2019, además de la presidencia, el peronismo recuperó dos gobernaciones grandes que debe defender: además de Buenos Aires, ahora tiene Santa Fe. Y en ambos casos, hoy carece de candidatos fuertes para encabezar las listas, ya que sus dirigentes más fuertes están gestionando. La oposición, en cambio, hoy se caracteriza por tener a sus dirigentes más populares en el banco de suplentes: Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich, Elisa Carrió y otros que están en el llano y a disponibilidad. En el mejor de los casos, el 2021 va a encontrar a la economía empezando a rebotar después de una caída brutal. Y si bien es cierto que una parte del electorado no le echa la culpa al presidente de todas las calamidades que padecemos, va a necesitar buenos candidatos que sepan explicar bien la situación a los votantes, y enfrentar a una oposición que estará a la ofensiva.