Su nombre está asociado a uno de los momentos más trágicos de Colombia. Pero María José Pizarro supo convertir esa tragedia en futuro. Su padre Carlos Pizarro fue el histórico comandante del movimiento guerrillero M19 que después de firmar la paz y desmovilizarse lo presentó como candidato presidencial en 1990, pero fue asesinado poco tiempo antes de los comicios. María José tenía entonces 12 años. Hoy acaba de acceder a una banca como diputada de Colombia Humana, el espacio de izquierda del exalcalde de Bogotá y también exmilitante del M19, Gustavo Petro, quien le disputó la presidencia al uribismo en el balotaje de junio. En esa oportunidad se quebró una tendencia histórica: por primera vez los colombianos pudieron salir del esquema de elegir entre un candidato de derecha y otro de extrema derecha.

–¿Qué cambió para salir de ese esquema?

–Hace 28 años estuvimos ante esa posibilidad, pero asesinaron a tres candidatos, entre ellos mi padre. Con la llegada de Santos, no por ponerle muchas flores a Santos, pero sí reconocerle que en el proceso de paz, de apertura en la mentalidad colombiana, se permitió la irrupción de nuevas voces. Eso y después de lo que supuso perder el plebiscito por la paz, creo que la gente se mosqueó en salir a votar y ejercer el derecho a voto como un poder ciudadano. Y vino también lo que significó para las nuevas generaciones, y en lo territorial, ese proceso de empoderamiento de decir: nos sacarán toda posibilidad de esperanza si nosotros no asumimos el proceso de transformación del país. Eso desencadena que un candidato como Gustavo Petro llegue a la segunda vuelta, siendo quien es y representando lo que representa.

–Sin embargo, el símbolo del uribismo fue negarse al acuerdo y fue la fuerza que ganó la elección.

–Yo creo que el país no se podía permitir medias tintas, posiciones más de centro. Tenía realmente que elegir entre dos posturas, dos modelos de país. Uno que había estado silenciado pero allí, latente, y otro que es el proyecto político que hoy tiene una característica más corporativa y ligada a los sectores que poseen la tierra en Colombia. Creo que en Colombia nuevas preguntas llegaron. Lo más importante es haber perdido el miedo a votar a una persona como Petro. Eso ya es un avance inmenso porque nos pone en una posición distinta de cara a las elecciones de 2022.

–¿La política de Colombia Humana es construir hacia 2022 o se espera incidir en la gestión de Duque desde el Parlamento?

–Son tres escalones de cara a ese proyecto mayor que es ganar en 2022. Por un lado realizar un buen ejercicio de oposición, lo que Gustavo llama «alternativa de poder», que a través de alternativas legislativas podamos proponer y llevar ese plan de gobierno que no se pudo materializar por no llegar a la presidencia, en leyes, para lo cual necesitamos una oposición cohesionada con todos los partidos alternativos. Eso nos va a llevar a tener una voz en el Congreso y ojalá, la posibilidad de presentar listas conjuntas de cara a las elecciones locales de 2019.

–¿Hacia dónde se va a dirigir tu trabajo como legisladora?

–Estoy por la circunscripción de Bogotá y mi compromiso con los electores es legislar para la ciudad. En términos de cultura y educación, soy artista plástica, por lo tanto quiero presentar mis propuestas. Iván Duque tiene su joya de la corona que es la ley naranja, que básicamente le da más poder a la industria de la cultura y no a su sentido social, que en países como el nuestro tienen una vocación claramente transformadora. Yo quiero hacerle control político a esa ley porque no permite el empoderamiento de los sectores culturales. Defender los acuerdos de paz, para mí es importantísimo. Soy víctima del conflicto, he trabajado en temas de memoria en los últimos 15 años. Que se logre la implementación de los paquetes legislativos que quedaron pendientes, como el tema de tierras. Obviamente, el tema de género será parte de mis compromisos. Y tener un pie en la calle y un pie en el Congreso. No quiero estar desconectada de la sociedad.

–¿Cómo convive tu vocación por la política, con lo que le costó a tu familia?

–Pues lo primero es cuidarse, tenemos un acuerdo familiar de garantizar la protección. Pero para mí es también la posibilidad de recoger las banderas de mi padre. Esas propuestas se regaron como cenizas al viento y yo tengo la capacidad de recogerlas, he sido una voz disidente, de alguna manera, en la memoria colombiana, que ha recuperado esa memoria insurgente, ese pensamiento político. Es una oportunidad de hacerlo desde una reflexión propia, porque no tomamos como un mimetismo la voz de nuestros padres, sino que la reinterpretamos y proyectamos nuestra propia voz.

–¿Cómo sintetizarías algunas de esas ideas?

–Bueno, pues él hablaba de un nacionalismo democrático, de un capitalismo democrático, que en Colombia suena muy raro. Del gran diálogo nacional que tiene que concretarse desde un espíritu alegre. De generar un proceso de conciencia nacional y crear una nueva identidad cultural colombiana, Y la necesidad de que Colombia fuera un país de propietarios, de generar un mecanismo de composición de las empresas diferente, que los trabajadores pudieran sentirse parte y también ser propietarios de la tierra. Pero no sólo en términos materiales, sino en un sentido de pertenencia. «