Por convención, un narcoestado es definido como una territorialidad política donde el narcotráfico es un agente que disputa al Estado el control de las instituciones con cierto éxito. Pero esa es una definición estéril, a todas luces tributaria de ciertas prenociones funcionalistas que ignoran o desnaturalizan el curso de los hechos. Un narcoestado es una construcción histórica, que en algunos países como México, Colombia o Italia llegó a alcanzar un estadio acabado. Es básicamente una forma de Estado, cuya característica fundamental es la de habilitar escenarios de excepcionalidad con altos volúmenes de represión, con el propósito de anular procesos de resistencia organizada en beneficio de negocios que por definición concurren fuera de la ley. En este sentido, el narcoestado está cruzado por dos procesos torales: uno, la configuración de un orden de contrainsurgencia total; y dos, la organización delincuencial de la política y la economía.

Hay dos factores determinantes que propician la formación de un narcoestado: la restauración del poder de clase con base en procesos de expoliación y bandidaje a gran escala; y la instalación del paradigma estadounidense (policiaco-militar) en los dominios de agenda nacional de seguridad, que involucra la militarización de la estrategia antidrogas.

Colombia ya recorrió esos turbios atajos. Y el gobierno de Mauricio Macri da señales de avanzar en esa dirección. Hay tres indicadores que lo sugieren: uno, la presencia de la consigna de «narcotráfico cero» como eje toral de su programa; dos, la desactivación del mando civil sobre las fuerzas armadas; tres, la propaganda «inflacionaria» del fenómeno de la inseguridad que circula hasta la hipertrofia en los medios. Es absurda esa campaña de la prensa. Porque si observamos detenidamente, y especialmente en comparación con otros países latinoamericanos, las últimas administraciones en Argentina fueron más o menos exitosas en la lucha contra el narcotráfico. Por ejemplo, en 2008 la importación de efedrina en la Argentina alcanzó su pico, con un volumen de 15 toneladas. En 2009 se desplomó a 24 kilos. El escándalo de la efedrina es alharaca propagandística.

Y esos tres elementos antes señalados, que objetivamente apuntan a la configuración de una situación de narcoguerra, tienen lugar en el marco de un ciclo de neoliberalización y de restablecimiento del maridaje con la agenda de Estados Unidos. «