Fue necesario que pasaran siglos, generaciones de explotados, una tras otra, para que en los últimos años se insinuara en los antiguos imperios una nueva visión sobre la Historia, que en contados casos derivó en la devolución de algunos, apenas algunos, de los tesoros arqueológicos saqueados a los conquistados. Robos de los propios colonizadores o de aventureros que a pura matanza se hicieron de esculturas, grabados, cerámicas, orfebrería y piezas artesanales de los períodos más creativos de la civilización humana. También de cadáveres robados por expertos taxidermistas para ser exhibidos en Europa como rarezas de los territorios ocupados en Asia, África o América Latina, genéricamente el Tercer Mundo. Ahora hay quienes hablan de un nuevo discurso, de una “arrolladora ola revisionista”.

Sin embargo, no se trata más que de una ilusión impulsada desde el mundo de la cultura, básicamente por los museólogos y curadores de obras de arte. Pretenden hablar con el llano lenguaje de la Historia para llamar a las cosas por su nombre, pero el virulento discurso de la creciente ultraderecha europea no soporta que se hable de una hipotética devolución de tesoros robados, que ningún debate incluya la revisión del pasado colonial y la rapiña. “Hablan de descolonizar, de qué descolonización, lo que ocurre es que les estorban hasta los grandes museos que hacen de España una potencia cultural”, saltó Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y del Partido Popular madrileño, luego de que el Museo de Antropología hablara de “armar un grupo de trabajo para la descolonización”.

A poco de cerrarse un año en el que las grandes casas de remate de Francia, Gran Bretaña y Holanda celebraron 17 subastas –más de una por mes– ofertando piezas arqueológicas de las culturas originarias de México, Costa Rica, Ecuador y Perú, el Horniman Museum de Londres sorprendió al devolverle a Nigeria 72 obras producto del saqueo británico de 1897 al reino de Benín, hoy territorio nigeriano. Pero sólo eso, no hubo alusiones a un cambio sustancial en su política. Sigue sosteniendo que lo que guarda en sus depósitos es el producto de transacciones legítimas. Gran Bretaña enfrenta reclamos de todo tipo, y a todos responde con la misma chicana. Desconoce la sustancia de un breve concepto acuñado por las naciones que reclaman lo usurpado: “Una cosa es la legalidad y otra la legitimidad”.

Entre los reclamos que “molestan” a Gran Bretaña están desde la devolución de los mármoles del Partenón hasta el reintegro de “la piedra Rosetta”. Ambos están en el Museo Británico desde 1801. Los primeros son más de la mitad de las esculturas cinceladas por Fidias para el monumental templo de Atenea: son 75 metros de los 160 del friso original, 15 de los 92 paneles que ocupan parte de las molduras del edificio, 17 figuras parciales de los frontones y decenas de otras piezas. El 5/12 pasado el primer ministro griego Kiriakos Mitsotakis logró reabrir el diálogo con el Museo, pero no hubo avances sobre la devolución de los mármoles. El otro tesoro, la piedra Rosetta, es el fragmento de una antigua esquela egipcia con la reproducción sobre una placa de granodiorita de un decreto del año 196 a.C.

Alemania y hasta Francia –donde tanto el gobierno como las casas de remate rechazan todo tipo de diálogo que contenga alguna alusión a sus atroces pasados coloniales, especialmente en África– aceptaron restituir a Nigeria algunas piezas del saqueo de finales del siglo XIX en Benín y prometieron hacer algunas nuevas entregas. Pero el primero rechaza de plano el pedido del gobierno de El Cairo para hablar sobre la devolución del busto de Nefertiti, la

reina egipcia del año 1370 a.C. Allí, la ola revisionista proclamada en algunos círculos minoritarios tampoco hizo su entrada. Los sectores dominantes de ambos países se mantienen tan herméticos como España, que ni siquiera emuló al Vaticano cuando el papa reconoció el daño infligido a los pueblos americanos en los cruentos años de la conquista.

En Alemania, de todas maneras, tuvieron algún gesto que los diferencia del resto de Europa. En el Humboldt Forum de Berlín, donde lucen figuras propias de la rapiña, “pusieron unas cartulinas en las que se admite que las obras expuestas se obtuvieron al final de una guerra en la que las tropas alemanas mataron a mucha gente, un ejercicio de honestidad importante”, señaló el director del Museo Reina Sofía cuando, en el contexto del discurso de la ultraderecha del Partido Popular, se le preguntó para cuándo España tendrá algún gesto de dignidad al abordar el tema de la colonización. “España va tarde, vean el ejemplo de Alemania. En otros países se hace el debate con calma y es de carácter histórico, de producción de conocimiento con dimensión política, y no al revés”.

Los impulsores de la apertura de un debate que lleve a ubicar los grandes episodios de la Historia en un nuevo contexto e incorpore el concepto de la descolonización más allá de los ámbitos académicos, creen que la intención de revisar todo empezó hace 31 años. El disparador, dicen, fue una carta enviada al alcalde de Banyoles, comarca de Girona, en Catalunya. Corría octubre de 1991 y un médico de origen haitiano pidió al gobernante que ordenara el retiro del cadáver disecado de un bechuana –originario de Botswana– llamado desde entonces el Negro de Banyoles. La campaña abierta con la carta del doctor Alphonse Arcelin tuvo repercusión mundial y la figura del Negro de Banyoles fue reivindicada meses después, cuando el cadáver robado en Botswana y tratado por un equipo de taxidermistas franceses para ser exhibido en un museo catalán fue devuelto a su África natal.

«Si Catalunya quiere ser mejor tiene que mirar al pasado»

A los catalanes les ha costado, les cuesta aun, asumir su responsabilidad en el genocidio americano y el tráfico de esclavos, del que fueron actores centrales hasta los últimos días del siglo XIX, como laderos de España. Su elite sigue ignorando que en Europa hay quienes creen llegada la hora de revisar la política criminal implementada por los imperios para asegurarse el saqueo de sus colonias del occidente de Occidente. Hasta hace meses, nada más y al igual que en el Museo de América de Madrid, en la esfera oficial catalana seguía llamándosele “migración” a la esclavitud. Con un torpe cambio de palabras, eran tan brutales como el consejo asesor del gobernador de Texas (Estados Unidos), que sugirió cambiar el término y empezar a hablar de “reubicación involuntaria de personas africanas”.

En estos días, desde su estreno el 6 de diciembre pasado, “América”, una obra teatral de Sergi Pompermayer, copó todos los debates y, como un poderoso revulsivo, ha llevado a que en distintos foros se repita, con el autor, que “si esta Nación (Catalunya) quiere ser mejor tiene que mirar el pasado cara a cara y pedir perdón (…), hay que convivir con un pasado doloroso que no podemos ignorar y no sólo pensar que somos una Nación oprimida, porque también hemos oprimido”. Pompermayer cita, documentadamente, conocidos apellidos de la alta burguesía catalana esclavista –entre ellos los ancestros de los hermanos

Goytisolo y del ex presidente de la Generalitat, Artur Mas–, pero las familias siguen con la boca cerrada. Mientras, en el foyer de La Villarroel un grupo de jóvenes recordó, días atrás, una copla cantada por los mambises (independentistas cubanos). “En el fondo de un barranco / canta un negro con afán: / Ay madre, quién fuera blanco / aunque fuera catalán”, decía.