Out of Africa fue la película que arrasó con los premios Oscar en 1987. Meryl Streep y Robert Redford protagonizaban una historia de amor en Kenia, durante los primeros decenios del siglo XX. Fue traducida al castellano como África mía o Memorias de Africa. A los fines de esta reflexión, valen las tres acepciones, ya que hablaremos de cómo las potencias occidentales empiezan a estar «Out of Africa».

Hay que recordar que el saqueo del continente africano fue realizado de diferentes maneras por cada potencia europea. Francia invocará la República; el Reino Unido, Bélgica Italia y España, los Reyes; los alemanes, el Reich; todos a la civilización, e incluso la filantropía. Era «la dura tarea del hombre blanco» cantada por Kipling. Las consecuencias son las mismas: exterminio de tribus, esclavitud de poblaciones, destrucción de modos de sentir, pensar, cultivar, asimilación forzada al tiempo, religión y cultura europeos. Nada que envidiar a la conquista española del Nuevo Mundo.

A cambio de disfrutar la inserción en el mercado internacional y los beneficios de la sociedad occidental, los africanos sólo tuvieron que entregar todos los recursos naturales –del oro y diamantes al caucho y cacao– , las mujeres para la cama de los colonos, los hombres para las guerras europeas y los niños para todo. Si bien hubo muchas sublevaciones, también hubo otras tantas represiones, cuyo salvajismo supera toda imaginación.

Recién después de la Segunda Guerra Mundial comienza una primera descolonización, cuya característica es la sublevación popular armada contra el orden colonial. Entre 1950 y 1980 surgen cincuenta países, cuyas fronteras fueron diseñadas por occidente, que no rinden cuenta de las historias y de los territorios. Así en tal país habrá una mayoría de una determinada etnia, y en el país de al lado la proporción será inversa. Una de las consecuencias fue el genocidio de Ruanda (1994). 

En muchos casos la soberanía conseguida fue nominal. El colonialismo adoptó el nombre de cooperación y las empresas de los países que fueron metrópoli tomaron la posta de los colonos en la explotación de los recursos naturales, que además ahora son petróleo, uranio y cobalto. La creación de élites locales favorables a esa nueva dependencia permitió grandes negocios para occidente y para ellos mismos, sin olvidar el financiamiento de las campañas políticas en Europa con capitales africanos.

Apenas surgía algún líder rebelde, no faltaba una intervención militar europea, como fue el caso de Lumumba en el Congo (1961), que fue reemplazado por Mobutu; Sankara en Burkina Faso, que fue reemplazado por Francia (1987); o Khadafi en Libia (2011), que fue reemplazado por el caos. Algunos ejemplos. Esa actitud contrasta con la expedición cubana a Angola (1975-1991), que junto con soldados angoleños y guerrilleros namibios derrotaron militarmente al ejército blanco de Sudáfrica y lograron tanto el fin del Apartheid como la independencia de Namibia.

La aparición de nuevos actores en la escena internacional desde principios de siglo ha cambiado las relaciones de poder en África. En momentos de guerra en Europa, muchos líderes europeos han viajado al continente en busca de apoyo y recursos. La reciente gira del Presidente francés es un ejemplo. Mali y Burkina Faso denunciaron los pactos militares con Francia, cuyos soldados los dominan más que protegen frente al fundamentalismo islámico. Prefieren a los rusos. En Gabón le preguntaron a Macron si sostendría al candidato Alí Bongo, un «amigo de Francia» con todas las letras (como Omar Bongo, el padre), lo que recuerda complicidad y negocios. Oda al neocolonialismo.

Lo peor fue en Congo, cuando Macron intentó darle cátedra al presidente Felix Tshisked, en plena conferencia de prensa. «Deben respetar a África», dijo el congolés, «los esclavos de ayer ya no se callan más frente a sus antiguos amos, el mundo multipolar ya está aquí». Hasta el rey de Marruecos, viejo protectorado francés, tuvo que señalar que las relaciones con Francia no son «ni buenas, ni amistosas».

Hace pocos días, el embajador alemán en Namibia, Herbert Beck, protestó ante el presidente Hage Gaeingob por la presencia de chinos en el territorio. «¿Cuál es tu problema con eso? ¿Por qué esto ahora supone un problema? Europa lo considera un problema, pero no es un problema para nosotros», «¿El problema son los chinos? ¿Por qué no hablamos de Alemania y de cómo nos trata? Los chinos no nos tratan de esa manera», concluyó Gaeingob. En una perspectiva más general, un alto funcionario africano –de las excolonias británicas– señaló que «cuando vienen los occidentales nos dan lecciones, cuando vienen los chinos nos dejan un hospital». Para desesperación de occidente, Sudáfrica realiza maniobras navales con rusos y chinos.

Soplan nuevos aires en África. Otras naciones pueden encarar los acuerdos militares, como Rusia, o los proyectos de desarrollo, como China. La dirigencia local aprecia los países que no los masacraron ni los colonizaron. ¿Occidente está «Out of Africa»? Un éxito de taquilla.   «