Parecía condenado al ostracismo luego de su última incursión en el gobierno italiano, que terminó abruptamente en noviembre de 2011. Pero Silvio Berlusconi demostró una vez más que es incombustible y que continúa siendo, a los 81 años, el hombre fuerte de Italia. Y si deja pasar esta oportunidad para volver a ser el presidente del Consejo de Ministros, es por cierto toque de elegancia que la hora le exige. 

En resumidas cuentas: cuando todo hacía presagiar que el país se encaminaba a nuevas elecciones por la imposibilidad de formar gobierno, el empresario mediático dio vía libre a negociaciones de la alianza que integra su partido, Forza Italia, y la Liga del Norte, para armar gabinete con el Movimiento Cinco Estrellas (M5S). A cambio de retirar su veto a una coalición que alarma a la Unión Europea –que la considera populista en los términos que se considera al populismo por esas regiones– dijo que daba un paso al costado, pero exigió que se le levantaran las restricciones que pesaban sobre él a raíz de una condena por evasión y fraude fiscal. Dicho y hecho. El jueves se abrió una mesa de diálogo que parece auspiciosa y el viernes un tribunal de Milán levantó la inhabilitación para postularse a cargos públicos que hubiera vencido en 2019. 

Las elecciones del 4 de marzo dejaron un escenario muy trabado para salir del atolladero en que Italia está sumida desde hace décadas. El M5S, formado por el cómico Beppe Grillo en 2009 como reacción a la inoperancia de la dirigencia política para solucionar la decadencia, logró el 32% de los votos, mientras que la coalición de derecha trepó al 37%. El candidato a premier por M5S era Luigi Di Maio y el de la alianza Matteo Salvini. En estos tres meses no hubo forma de poder designar un jefe de gobierno por los desacuerdos entre las agrupaciones más votadas, entorpecidas por Berlusconi, que rechazó en todo momento esa posibilidad. Lo que dejó desguarnecido a Silvani para avanzar ya que su partido sólo consiguió el 17% de los sufragios. 

Viejo zorro de la política, Berlusconi esperó que las brevas estuvieran maduras para ponerse nuevamente en el centro de la escena. Harto y a la vez presionado por la sociedad, el presidente italiano, Sergio Mattarella, reunió a los líderes partidarios y les planteó un ultimátum: o se ponían de acuerdo para elegir gobierno o convocaba a nuevas elecciones. Ahí fue que el exdueño del club Milán vio la oportunidad de imponer sus condiciones.

Los últimos debates pasaban por acordar el nombre del nuevo primer ministro, que deberá votarse en el parlamento y ya se anunció que no será ni Di Maio ni Salvani, sino alguien por fuera de ambas agrupaciones. También deberán establecer el programa de gobierno. O sea, cómo se fusiona la promesa de rebaja de impuestos de la derecha con la eliminación de la ley que aumenta progresivamente la edad jubilatoria, y un salario universal para todos los ciudadanos que prometía M5S. Además, de qué modo se restringirá el ingreso de nuevos inmigrantes.

A esto le teme la UE porque son el tipo de medidas que caratulan como populistas. Para calmar las aguas, Di Maio y Salvani anunciaron que no pondrán en discusión ni la pertenencia a la UE, ni al euro, ni a la OTAN. 

Mientras tanto, Il Cavaliere se restriega las manos en bambalinas. Si no hay acuerdo este fin de semana puede presentarse otra vez como el Salvador de la Patria, al igual que hizo en 1994, en el contexto del proceso que se llamó Manos Limpias y que acabó con la dirigencia política de entonces. «