Los Estados Unidos nunca han sido imparciales en la cuestión israelo-palestina. Hablo de cuestión y no de conflicto. El conflicto se establece cuando hay algo para disputar, con fundados derechos de ambas partes. Aquí los únicos con derechos inalienables y fundamentales son los palestinos, el resto es ocupación.

Israel existe de facto, pero hasta ahora y a pesar del favoritismo norteamericano, los funcionarios de ese país han intentado mantenerse, más bien en los bordes, en la resolución 181 (ilegalmente) impuesta por las Naciones Unidas en 1947, a la cual se apegan la mayoría de los países del mundo, incluso la Argentina.

Trump, como al principio de su mandato, rompe con todo statu quo que tenga por delante. Ha resuelto reconocer a Jerusalén como capital del estado de Israel, con proyecto de traslado de la embajada estadounidense incluida.

Por ahora son declaraciones, pero las consecuencias hasta la materialización de esta proclama ya se hacen sentir.

Jerusalén es un tema sensible por varios aspectos, considerando en primer lugar los intereses religiosos que allí se hallan: el Muro de los Lamentos para los judíos, El Santo Sepulcro para los cristianos y la Mezquita Al Aqsa para los musulmanes. El aspecto religioso judío es el más problemático, porque detrás del reconocimiento estadounidense se está alentando el sempiterno deseo del estado sionista de judaizar toda Jerusalén. No en vano proclaman desde su implantación que es la “capital eterna del judaísmo” en un mensaje claro de exclusión a las dos restantes religiones monoteístas.

Por ahora son declaraciones, pero las consecuencias hasta la materialización de esta proclama ya se hacen sentir.

De inmediato los palestinos han llamado a un “Día de la Furia”, que ha dejado un saldo de un muerto y 200 heridos palestinos a manos de la represión israelí, y ya se está llamando a una nueva intifada. No conformes con la represión, Israel bombardea Gaza.

Con esta decisión, Trump ha recibido el repudio de países europeos y del propio Papa Francisco, que llamó a respetar el statu quo de Jerusalén.

En el estado de ebullición en que se encuentra la zona, existe la posibilidad de un levantamiento masivo de los pueblos musulmanes vecinos a Palestina, como Egipto, Líbano, Turquía, Siria, por ejemplo, con lo que se podría desencadenar un escenario bélico de grandes proporciones.

Algunas declaraciones de funcionarios palestinos afirman lo que nunca quisieron ver, que EE UU ha roto con la imparcialidad demostrada en los cuantiosos y fracasados procesos de paz. La paz propuesta por Estados Unidos siempre ha sido escurridiza y engañosa, y cada uno de esos procesos ha resultado en mayor territorio ocupado y anexado por Israel, al margen de la cuota de limpieza étnica palestina que la usurpación conlleva.

La irresolución de esta cuestión se llama sionismo, pero de desaparecer esa idea política exclusivista y racista, la solución está al alcance de la mano y la razón.

Un solo Estado para los que allí habitan, cualquiera sea su credo, una persona igual a un voto, y un sincero espíritu de convivencia democrática para salvar muchas vidas presentes y futuras. «