«Nuestra tarea es contar historias y recuperar aquello que llevamos en la sangre». La frase es de Antonio Dal Masetto. Ángela Pradelli la reproduce en la primera página de su libro El sol detrás del limonero. La cita no podría ser más adecuada, porque eso es exactamente lo que hace Ángela: recobrar la historia de su origen que está en las montañas de Peli, un pequeño pueblo de la comuna de Coli en la provincia de Piacenza, en Italia. Hacia allí partió en busca de su origen llevando como única guía de viaje el recuerdo de su abuelo José, las canciones que cantaba en su lengua en su casa de Burzaco y las cartas que cruzaban el mar de ida y vuelta, único lazo entre ese inmigrante que había elegido la Argentina como destino y su familia lejana a la que nunca volvería a ver.

«¿Novela en verso o crónica poética? ¿Relato de viaje iniciático o poema de largo aliento que recupera los tropiezos y los destellos de una historia familiar?» se lee en la contratapa. Lo cierto es que el texto, como lo hicieron Ángela y su abuelo, también traspasa fronteras viajando entre el país de la prosa y el territorio del poema con un mismo espíritu.

La edición, sobria y exquisita, estuvo a cargo de  El bien del sauce, la editorial liderada por el escritor y editor Camilo Sánchez. La diagramadora Adriana Llano logró un diseño en absoluta concordancia con el espíritu del texto. Las estampillas de Italia que reproduce en el libro son el emblema del género epistolar, hoy extinguido, y los matasellos de correo escriben en su pentagrama ondulado las notas de la lejanía, el desarraigo y la nostalgia. El limonero dibujado por la artista plástica Silvana Perl, también se ha transformado en una gran estampilla sobre la tapa. Dos datos adicionales: El sol detrás del limonero fue seleccionado para participar de XXII Festival Internazional di Poesia a Genova 2016, uno de los más importantes de Europa, que culmina hoy. Además, a poco tiempo de su aparición, agotó la primera edición y ya se está imprimiendo la segunda. 

-Cómo nació este libro?

–En 2010 viajé a Suiza por una beca. Aproveché entonces para viajar a Italia a conocer el pueblo donde habían nacido mi abuelo y mi padre, que vino muy pequeño a la Argentina. Antes de viajar me había llamado una mujer, Mónica Pradelli ,que vive en Modena. Entonces yo le conté que quería conocer el pueblo de mi abuelo y de mi padre y ella me dijo que fuera a Modena porque el 90% de los Pradelli viven allí. Pero ese no era el pueblo que yo buscaba. De todos modos, tomé un tren y fui a Modena a encontrarme con ella. Fuimos a comer y me estaba esperando una gran mesa de Pradellis. Le pregunté a Mónica quiénes eran mis parientes directos. Me contestó que eran todos parientes. Lo disfruté mucho. Por un lado estaba muy contenta de haber conocido a toda esa gente tan cariñosa pero, por otro, me había quedado con ganas de conocer el pueblo de mis antepasados. Quería saber por lo menos dónde había estado la casa familiar.

-¿Vos no tenías referencias del pueblo?

-Sí, las tenía, pero Mónica me había dicho que todos los Pradelli estaban en Modena y yo la seguí. Volví a Suiza, dejé pasar unos días y volví a la carga. Peli es un pueblo tan pequeño en el que sólo viven 10 personas. El año pasado se produjo allí el primer nacimiento en 40 años. No figura en los mapas ni en los listados de transportes públicos. Entonces fui a Milán desde donde tomé algo a la provincia de Piacenza y allí intenté averiguar dónde estaba Peli, pero no encontré ninguna respuesta. En la estación de ferrocarril nadie conocía el pueblo. Tampoco en el kiosco. Pregunté si había algún lugar cercano y me dijeron que fuera a Bobbio. Llovía mucho. Crucé la plaza y tomé un micro donde volvieron a aclararme que Bobbio no era Peli. Cuando llegé a  Bobbio pregunté en un bar por Peli y la moza me dijo que no lo conocía. Le pregunté también si le sonaba el apellido Pradelli y me contestó «para nada». Había un viejito fumando, envuelto en humo, que se acercó y me dijo: «¿Quién busca a los Pradelli?, ¿De dónde es usted?. Los Pradelli no son de Bobbio, son de Peli. Le contesté que ese era el pueblo que estaba buscando. Me señaló una combi y me dijo que me apurara, que esa combi iba para Peli. Llegamos a las dos menos cuarto y la comuna cerraba a las dos. Allí dije que buscaba a los Pradelli, pero que no tenía ni los nombres de mis familiares porque mi abuelo había muerto cuando yo tenía ocho años y era él el que dominaba la lengua italiana y escribía las cartas. Después se cortó la comunicación. Mi hermano me había dicho que no teníamos los nombres, pero teníamos las historias que contaba el nonno: «Anotalas que te van a salvar». Una de las historias que anoté fue la de la hermana de mi abuelo que se estaba por casar cuando el novio murió en la guerra y todos, incluso sus futuros suegros, querían casarla con otro inmediatamente para que se olvidara. Le llevaron incluso al hermano del novio muerto porque era parecido. Ella decide entonces hacerse monja y cambia su nombre, Delfina, por Iudita. Murió como generala de esa congregación.

-¿Y contaste esa historia para ver si la identificaban?

-Sí y alguien que estaba escuchando en un escritorio me dijo: «Ya sé a quién busca. Llamen a Tilde que la va a llevar». Tilde era la postina, la cartera, que había repartido cartas por todos esos pueblos durante mucho tiempo. La llamaron y Tilde apareció con su autito verde subiendo la montaña y me dijo que me llevaría a la casa de mi familia. Le pregunté si la casa todavía estaba y me contestó que no sólo estaba la casa, sino también mi familia, los primos hermanos de mi padre, los sobrinos de mi abuelo.

-Imagino el encuentro.

-Tilde, muy italiana, bajó a los gritos pidiéndoles a mis parientes que salieran, que había traído a la nieta de Giuseppe. Le contestaron que la nieta de Giuseppe vivía en la Argentina y Tilde les dijo que la mujer que vivía en Argentina era yo. Nos abrazamos como si hubiese crecido con esa gente. Fue como reencontrar a mi padre, como volver a casa. Yo tenía que regresar a Suiza porque al día siguiente tenía que dar una conferencia. A los dos días de llegar, mis familiares me escribieron y me dijeron: «Necesitamos que vuelvas». A la semana siguiente volví, y me prepararon la habitación donde habían nacido mi abuelo y mi padre. Entonces hablamos de las cartas. Le dije a una de mis parientes, Rita: «Pensar que mi abuelo le escribía a tu padre tantas cartas». Ella me miró y me dijo: «Las tengo». Las tenía en Génova, donde vivían, porque en Peli sólo pasaban los veranos. A los dos años me gané una beca en Zúrich, desde allí fui a Italia. Ella me entregó las cartas en una ceremonia hermosa, muy simple y muy doméstica. Estaban todos. Rita me dijo que cada vez que hacía orden en el placard esas cartas iban a la pila de las cosas que quería tirar pero que, por alguna razón, no podía tirarlas. «Nunca supe porqué no podía deshacerme de ellas y ahora entendí que esas cartas las guardaba para vos.» Mi abuelo era un campesino que había ido sólo un año a la escuela, pero cuando leí esas cartas me maravilló la poética, la manera de expresar sus sentimientos.

-¿Las cartas que están en el libro son textualmente las de tu abuelo?

-En las cartas de Italia a la Argentina hay un poco de reconstrucción, pero de las cartas de mi abuelo a Italia hay cosas que tomé tal cual. Él había escrito esas cartas y las había enviado. Rita las había preservado y allí estaban, conmigo. Leer ese libro en Génova, de donde salió mi abuelo hacia Argentina es volver al punto de partida. El destino a veces es maravilloso.

-¿Qué respuestas tuviste del libro?

– Muchas, pero hubo una que me pareció exquisita. Un almacenero copió un poema del libro en una cartulina y la puso en la puerta de su almacén. Camilo, el editor, iba caminando y se topó con eso. Entró al negocio y le dijo que él había editado ese libro. Y el almacenero le contestó: «¿La autora sabe que en ese poema lo puso todo?»

Una crónica de las raíces

Argentina

La Gran Guerra había dejado un país devastado. Muchos ya habían emigrado a América porque en Italia la vida se hacía cada vez más difícil. Los que iban al norte, se embarcaban en el puerto de El Havre; los que venían al sur, partían de Génova. Las noticias que llegaban de la Argentina eran buenas; los que ya habían viajado escribían contando que tenían un buen trabajo y que ganaban bien.
En mayo de 1923 mis abuelos tuvieron el primer hijo, que también nació frente a los Apeninos, en la misma habitación que había nacido su padre. Yo soy hija de ese hijo.

La vuelta
El quería regresar a Peli para abrazar otra vez a su madre, reír otra vez con sus hermanos. / Cuando volviera a Italia, / pensaba  mientras  regaba los tomates de su quinta en la Argentina / no avisaría a nadie. (…)
En la Argentina, por las tardes, mientras regaba los tomates / y pensaba estas cosas, mi abuelo se ponía triste / al mismo tiempo que se veía a sí  mismo feliz  ascendiendo  por el camino de regreso, / como si la felicidad y la tristeza / pudieran ser / una misma cosa, / pudieran desdoblarse y permanecer, una / mientras la otra / se aleja siempre buscando  / los abrazos que quedaron en Italia.

Dos fragmentos de El sol detrás del limonero, Ángela Pradelli, Editorial El bien del sauce.