Una de las características de la poesía es su capacidad de asociar aquello que a la vista simple y al común sentido se le escapa. En ese y otros sentidos sentido -como ciertas partes de su registro fotográfico-, Al centro de la Tierra es un film poético. Y como la poesía, tiene una ambición, la de preguntarse y reflexionar sobre cosas que también puede preguntarse la ciencia -a la que pocas veces le reconoce el aspecto lírico que suele motorizarla-: qué nos hace creer; en la naturaleza, el silencio, lo invisible, en algo, alguien; en nuestro padre.
“Qúe nos lleva a la curiosidad y a su pasión para transmitirla”, intenta sintetizar Daniel Rosenfeld su film, intento fallido, ya que la película tiene una frondosidad algo reacia a la síntesis.

No casualmente fue la curiosidad propia la que lo llevó a su realización. “Son personajes reales que encontré en Salta por otra película -cuenta la génesis-, estaba haciendo un casting para una película que finalmente no pude hacer. En ese casting había una nena que me dijo que tenía que ir a hacer avistamiento de ovnis y estrellas con su papá; a partir de ahí conocí a Antonio (personaje central de la historia) y surgió la posibilidad de hacer una película.”

Antonio es el hombre de 70 años que vive en un pueblito del norte argentino y quiere transmitirle a su hijo Joseì, de 10 años, su pasión por buscar (y encontrar) Ovnis. Pero el legado tiene como un lado B: la enseñanza del oficio de filmar. “Me sentí muy atraído por un hombre que tenía una fe tan grande en lo desconocido y en la intuición”. Dos de las virtudes que siempre conducen al buen cine.

-Muy cinematográfico eso de ir a buscar una película y encontrarse con otra.

-En general así sucede. Cuando no estás poniendo la intención en algo, aparece.

Rosenfeld cuenta que la película se filmó por etapas, algo que no se acostumbra en cine, donde se busca juntar toda el rodaje como para solventar mejor los costos. “Siempre filmo en etapas. Incluso lo hice en Cornelia frente al espejo.” (se refiere a su film con Leonardo Sbaraglia, Eugenia Capizzano, Rafael Spregelburd y Eugenia Alonso, ganador del Cóndor de Plata y el Premio Argentores).

-¿Por qué?

-Es una cuestión narrativa, artística, es como dejar que prevalezca algo artesanal. No es algo novedoso pero me siento cómodo de esa manera. Es darle la importancia de lo artesanal, de algo que está como hecho con las manos. Filmar, editar, reforzar, volver a filmar, ¿no?

“Tratar de transmitir la curiosidad me parece algo muy hermoso -dice sobre aquello que lo movilizó a contar la historia-; tratar de transmitir el fuego de un oficio, de un conocimiento me parece algo que valía la pena que estuviera retratado. Hoy en día hay algo del entusiasmo que es muy frágil, que está muy sublimado por la cantidad de estímulos de entretenimientos que hay. Y algo de esto del hombre buscando los ovnis y haciendo ese viaje a lo desconocido hablaba de una aventura mucho más amplia, que es la transmisión filial.

-¿Le encontrás alguna relación con el cine?

-Me parece que hacer cine también es un acto de fe. No sólo por las circunstancias de producción, que implican mucho costo personal, sino porque te entregás a algo que no sabés, no se puede tener un resultado antes de hacer las cosas. Hay algo como un lanzarse a lo desconocido que tiene que ver con esa búsqueda.

Esa idea de lanzarse a lo desconocido incluye la prevalencia de lo artesanal: entender el cine como oficio antes que como profesión, siempre más proclive a ser mensurada y por lo tanto menos permeable a la sorpresa. “Me parece que los oficios son vistos como esos cactus que vuelven a nacer sobre sí mismos: cuando parecen que van a morir vuelven a salir.”

-¿No creés que el cine sea un oficio en desuso?

-No, lo que me parece que se mueren son algunos mitos. Hay una fuerza de la mitología que va perdiendo peso. Ciertos mitos que tienen que ver con la aventura, incluso con encontrar al Minotauro. Son mitos que se van diluyendo y es difícil encontrar hoy esa fuerza de los mitos en las acciones cotidianas. En al película meterse en esos paisajes extraños para mí era una invitación a meterse en algunos de esos mitos también; hay algo de eso que está en el personaje de Antonio que busca su grial. Y en este sentido también me sentía atraído con eso. Me parece que no pasa mucho esto de enseñar el oficio a otra persona.

-La idea de los padres es mandar a sus hijos a estudiar porque así van a tener una profesión, un conocimiento que los habilite para tener un lugar en el mercado. No los mandan a aprender un oficio.

-Y acá hay algo que le enseña que incluso es más grande que el oficio, y que es esa pasión por la curiosidad. Creo que los mitos van más allá de las palabras, van hasta ese lugar donde las palabras no alcanzan.