Cuando Jorge Sampaoli asome la cabeza por el túnel del Monumental se cerrará el paréntesis abierto en octubre de 2000. Ante Venezuela, el martes, volverá a dirigir en el país después de 880 semanas. El peregrinaje duró 202 meses repartidos entre Perú, Chile, Ecuador y España. El martes a las 21:30 sus días en Argentino de Rosario –dos ciclos como conductor– dejarán de ser el único antecedente en el país. Entre esa experiencia y estas Eliminatorias, uno de sus exdirigidos se volcó a la política y figura como candidato a diputado nacional en la lista bonaerense del Frente de Izquierda. Es Hernán Izurieta. Otro, una vez retirado, estudió Medicina y se especializó en genética: Ramiro Colabianchi. Algo, cuentan, nunca cambió desde esos días en Rosario: la filosofía de Sampaoli. La obsesión por los detalles. La vocación ofensiva con la que imagina sortear el repechaje en el que se ubica la Argentina.

Argentino de Rosario, hoy en la D, fue el club en el que Sampaoli habló por primera vez de su encanto por Marcelo Bielsa y Arrigo Sacchi. Cuando en junio de 2016 llegó al club que estaba en la Primera B, los jugadores se preguntaban de dónde había salido el entrenador. Sólo lo habían visto colgado de un árbol para dirigir a Alumni, de Casilda, en una foto que había salido en el diario. Era una curiosidad. Aunque no la única. Se destacaba por su propuesta de juego y, también, por la rutina de trabajo. Eduardo López lo acercó al club.

La mayoría de las canchas de la tercera categoría estaban en mal estado. Sampaoli igual pedía que salieran del fondo tocando sin levantar la pelota del pasto, acaso uno de los pocos intentos positivos en el empate ante Uruguay. «Tenía una convicción muy fuerte: las canchas eran horribles y él quería marcar un estilo», recuerda Andrés Aibes, histórico goleador de Argentino.

«En los diarios mencionaba a Sacchi y hablaba del juego del Ajax y de Johan Cruyff. Era atípico para un entrenador de la categoría», dice Pablo Pavan, autor de No escucho y sigo, la biografía oficial de Sampaoli. El técnico gestionó la pretemporada, movió sus contactos y consiguió alojamiento para el plantel en la Facultad de Ciencias Veterinarias de Casilda. También llevó tarea para la casa: cada día cargaba la ropa de los jugadores para lavarla. Eran jornadas intensas. Sampaoli atendía en las cajas del Banco Provincia de Santa Fe hasta el mediodía y salía disparado en su Renault Clio gris para conducir las prácticas. Entre tanto, los futbolistas se preparaban para el segundo de los tres entrenamientos diarios. Todos los ejercicios eran con pelota, modalidad que Aibes disfrutó. «Era una metodología innovadora: no corríamos tanto. A mí me vino bárbaro», reconstruye. Las prácticas eran cortas, agotadoras y cada movimiento estaba pensado para poder aplicarlo al juego.

El recuerdo de Izurieta es distinto. Sus días en Rosario fueron complejos, casi sin actividad. Jugó un partido: cero a cero ante Leandro N. Alem. «Sólo había 50 minutos de fútbol por semana. Yo no era titular y no había Reserva», cuenta sobre la etapa previa a la vida gremial. Hoy es delegado de ATE en el Ministerio de Trabajo y candidato a diputado nacional como parte de Poder Popular. Ramiro Colabianchi tampoco estaba entre los titulares, aunque su vivencia fue otra. Todavía se acuerda de los partidos de truco en los que Sampaoli era uno más del plantel. Tenía mucho diálogo y era jodón. «Compartía los momentos libres como si fuera uno más. Me tocó ser suplente y nunca me pareció distante», dice Colabianchi, hoy dedicado a la Medicina genética.

El primer ciclo se terminó el 19 de abril de 1997. Regresó en 2000 y se reencontró con una cara repetida: Aibes. La segunda experiencia duró menos de un mes: Sampaoli cambió Rosario por Perú. «Estuve en las dos etapas y en ningún momento traicionó su visión de juego», señala Aibes. Era el comienzo de la carrera de Damián Akerman, último goleador de la Primera B. «Es un enfermo del fútbol. Lo vive como se lo ve: no se puede quedar quieto, va, viene, todo el tiempo así. En esa época mirábamos videos y no era tan normal», relata Akerman. Espiar al rival era otro aspecto central del trabajo de Sampaoli. Aun cuando el Ascenso no se televisaba demasiado, conocía detalles. Antes de enfrentar a Villa Dálmine, un equipo de mitad de tabla, había contado cómo los iban a atacar en cada córner. Su pesadilla era que los jugadores desatendieran sus alertas. «Cuando no se hacía algo que había pedido, se ponía mal y nos exigía mucho», dice Colabianchi.

Los días de Sampaoli en Argentino de Rosario se terminaron en Jáuregui, ante Flandria. Se despidió en el Carlos V, una cancha con una sola tribuna, cercada por árboles y con caballos y vacas detrás de los arcos. Volverá a dirigir en el país 17 años después en el Monumental, con las entradas agotadas y el camino al Mundial algo atascado.

En la Selección cambian nombres, pero no la esencia

Para Jorge Sampaoli, el pulso del equipo lo marca el volante central. En su incipiente ciclo ese puesto tiene un intérprete predilecto: Ever Banega que se perdió el empate ante Uruguay por una suspensión. El martes, en el Monumental, desplazará a Guido Pizarro y estará de entrada ante Venezuela. Así lo dejó entrever en la práctica en la que ensayó dos cambios más.

Sampaoli también dio señales con lo que no tocó. Si bien restan tres prácticas antes del partido en el por las Elimnatorias sudamericanas, le daría confianza a los mismos tres acompañantes que eligió para rodear a Lionel Messi, una tarea aún sin resolver. Ángel Di María, Paulo Dybala y Mauro Icardi tendrían otra chance para intentar que el 10 no sea el único responsable de generar peligro. En la derecha, habría una variante que Sampaoli ya probó contra Uruguay: Lautaro Acosta por Marcos Acuña. Después de haber visto el partido desde el banco, Javier Mascherano estará en el fondo en lugar de Gabriel Mercado, suspendido por acumular dos amarillas. Hoy por la tarde, Sampaoli dará otras señales en la práctica. Aunque la esencia del estreno oficial no variaría.