Apenas son las 21:30 de un viernes pero el bar ya está casi vacío, lentamente empiezan a levantar las sillas y pronto ya no quedará nadie. Es que en una hora y media comenzará el toque de queda y cualquier civil que deambule por las calles tendrá suerte si tan sólo pasa la noche preso. A unos seis kilómetros del centro de la ciudad de Donetsk y de todos esos bares vacíos hay misiles surcando el aire. No, eso que a veces se escucha no es el ruido de fuegos artificiales: son las bombas, los tiros, las explosiones. Y a las 23 todos deben estar puertas adentro.

La República Popular de Donetsk (DNR por sus siglas en ruso) fue declarada el 12 de mayo de 2014 en el Donbass, región reconocida internacionalmente como parte del oriente ucraniano, y desde entonces la guerra contra el gobierno central de Kiev, que comenzó como enfrentamientos entre pro europeos y pro rusos, resulta interminable. 

Aunque la peor parte del conflicto parece ya haber terminado, la vida en esta zona tiene poco de normalidad. El centro de Donetsk es bonito, limpio, prolijo, pero no es más que una especie de burbuja en donde los vecinos no ven ni escuchan la guerra. No hay destrucción ni sangre cerca de la Plaza Lenin. Es necesario alejarse algunos kilómetros hacia el norte o el oeste para encontrar edificios afectados o siquiera cinta adhesiva protegiendo ventanas del temblor provocado por las explosiones. En el centro no hay nada de eso. Sí hay teatros, restaurantes, bares y, claro, mucha presencia policial y militar. Pero lo que más hay en la ciudad es propaganda nacionalista, carteles por doquier con los colores azul, rojo y negro de la bandera del autoproclamado país, la palabra «héroes» junto a los rostros de soldados fallecidos durante la guerra, o alguna frase del jefe de Estado Aleksandr Zajarchenko sobrevolando las avenidas de Donetsk.

Sacar fotos en espacios públicos nunca está bien visto por las autoridades pero eso no significa que no haya adolescentes haciéndose selfies como en el resto del planeta. Los antiguos McDonald’s ahora se llaman Don Mak, han mantenido la estética, estructura y precios pero con una impronta más localista, más nacional y popular. Algo parecido ha sucedido con los supermercados: muchos se mantuvieron en manos privadas pero más de 50 han sido nacionalizados y ahora las tiendas «Primer Republicano» tienen los productos más baratos y las bolsas plásticas más patrióticas, decoradas con águilas bicéfalas. No hay escasez y las góndolas están repletas de artículos locales, rusos, bielorrusos o incluso ucranianos. Sí, claro que existe comercio con Ucrania pese a la guerra y al bloqueo económico que ha impuesto Kiev, pero buena parte de los productos ingresan mediante contrabando. El principal socio comercial de la DNR es Rusia, que envía productos, dinero y ayuda humanitaria. La única moneda en circulación en el territorio separatista es el rublo y las tarjetas de crédito internacionales no pueden utilizarse, por lo que todo el efectivo debe ingresar físicamente por las fronteras.

El moderno estadio Donbass Arena, con capacidad para más de 50 mil espectadores, fue una de las sedes de la Eurocopa en 2012 y debía ser la casa del Shakhtar Donetsk. Hoy está vacío y el equipo local juega en Járkiv, a unos 300 kilómetros, bien lejos de todo conflicto. Aun así el recinto deportivo permanece como un símbolo de la ciudad y cada noche está iluminado. Exactamente lo mismo sucede con la estación de trenes, adonde no han llegado pasajeros desde el inicio de la guerra. Como no hay trenes, los locales se contentan con utilizar autobuses, troles y tranvías. Los boletos dentro de la ciudad cuestan apenas tres rublos: cinco centavos de dólar.

Casi la mitad de los coches que circulan por Donetsk tienen patentes ucranianas y no de la república separatista. Sucede que el gobierno de Kiev no reconoce vehículos de la DNR y muchas personas siguen cruzando a territorio ucraniano para visitar amigos, familiares o por trabajo. Como las autoridades de Donetsk lo saben, no insisten demasiado en la necesidad de instalar patentes locales que apenas si sirven para moverse por la región o cruzar a Rusia, el único país que reconoce documentos de la DNR. Los pasos fronterizos desde la tierra de Vladimir Putin son relativamente rápidos, pero al cruzar desde o hacia Ucrania los supuestos controles puedwen demorar hasta un día entero. La pantomima de exhaustivo chequeo tiene que ver con que para el presidente de Ucrania Petro Poroshenko y sus seguidores todos los habitantes de la región del Donbass son (potenciales) terroristas.

Mientras tanto, la ciudad continúa en pie. Muchos vecinos que se habían marchado hasta fines de 2015, durante la peor parte del conflicto, han comenzado a regresar y las calles vuelven a tener vida. Pareciera que el gobierno busca mantener lo más estéril posible aquella burbuja que separa a la ciudad de la guerra, como si la vida diaria se desarrollara en forma curiosamente normal pese a todo. Pero el toque de queda y los bares que cierran sus puertas a las 22 son un recordatorio de que al mismo tiempo, a pocos kilómetros, hay soldados disparándose cada noche. «