En el marco de una iniciativa impulsada en plena pandemia de coronavirus por el químico español José Luis Jimenez, de la Universidad de Colorado (Estados Unidos), el ingeniero químico argentino Luciano Lamaita usó el medidor de dióxido de carbono para evaluar el aire que respiraba en sus habituales viajes en micro entre Saladillo y La Plata. El resultado fue desolador: un promedio a lo largo del recorrido de 1200 ppm (partes por millón). Traducido para legos: “Cada 100 inhalaciones propias, 2 serían respiración boca a boca”.

“Trabajo en La Plata y tengo tres horas de viaje a Saladillo. Se me ocurrió medirlo. Van todos los asientos cubiertos, llenos de gente. En la web dicen que respetan protocolos, pero no fue así. Todos los micros larga distancia tienen ventanas cerradas”, describió Lamaita tras su experimento en una unidad de la empresa Plusmar. “Dice que cumplen con las exigencias y recomendaciones del Ministerio de Salud de la Nación y la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, pero no es así”, advirtió el científico y docente, que no la pasó bien en el viaje de medición. “Estaba pendiente de todo, no dormí, había gente que dormía sin barbijo. Es engorroso viajar con barbijo pero mucha gente viaja como si nada. En la web de la empresa ponen protocolos de limpieza y desinfección, pero no hay nada. Es como antes de la pandemia. Todo ocupado. Hay menos riesgo en un colectivo de línea interno”, contrastó, en relación a los viajes con ventanillas abiertas en colectivos interurbanos.

“A mayor cantidad de dióxido de carbono, el mismo aire es respirado por otras personas y si hay alguien contagiado puede estar el virus dando vueltas. Cuando hay mucho dióxido de carbono tenés más chances de respirar el aire de otro”, explicó Lamaita a Tiempo.

De acuerdo a lo difundido desde la plataforma Aireamos, impulsada por Jimenez, el objetivo de la iniciativa es “desarrollar sensores de CO2 así como guías con el fin de conocer cuando es necesario ventilar y así reducir los niveles de CO2 y el riesgo de contagio en aulas de colegios y en diferentes sectores”. Lamaita  trabaja con uno de esos sensores, con la idea de medir y difundir resultados en distintos ámbitos locales cerrados. En un espacio seguro, la recomendación es que haya por debajo de 700 ppm.

“Hay cuatro o cinco equipos de estos en el país. Y Jorge Aliaga (físico de la Universidad de Hurlingham) empezó a hacer uno. La idea es que se pueda hacer acá. Vale 200 dólares más o menos y ahora está complicado para conseguir componentes, pero es sencillo”, sostiene Lamaita, y planea usar el medidor en aulas tras el retorno de las clases presenciales. Además, destaca que sirve para usar en invierno, cuando haga falta cerrar las ventanas mientras la medición se mantenga segura y saber cuándo reabrir para ventilar.

En aviones y micros de larga distancia sin ventilación posible, la alternativa son los filtros de aire HEPA (del inglés High Efficiency Particle Arresting, o recogedor de partículas de alta eficiencia). Pero según el químico “sirve pero es muy costoso; es más fácil ventilar. La Ciudad de Buenos Aires gastó un montón, millones de pesos. Además con ese filtro el virus está contenido ahí, lo tendría que manipular gente especializada. Es mucho más fácil ventilar. En un avión se justifica, pero una opción rápida para nosotros en escuelas es tener estos medidores de dióxido de carbono. Cuando hay distancia y ventilación, el riesgo es muy bajo”.