De la mano del presidente Lenín Moreno, EE UU logró poner en práctica su viejo proyecto de instalar una base de operaciones en las islas Galápagos, para desde allí monitorear el latido de Sudamérica. Los marines vuelven así, 72 años después, a plantar bandera en ese enclave estratégico en el que ya habían estado durante la II Guerra Mundial y hasta 1948. La noticia que revelaba que Moreno burló el resguardo exigido por la ONU cuando en 1978 declaró a Galápagos como Patrimonio de la Humanidad se filtró en mayo de 2019, pero se mantuvo guardada bajo siete llaves, hasta que el 24 de marzo se supo que, junto con los marines, desembarcó el coronavirus en ese suelo aislado e incontaminado del Pacífico americano, 972 km al oeste del territorio continental.

En medio de un verdadero torneo para servir mejor al interés estadounidense, el ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, anunció que se ampliaría el aeropuerto de San Cristóbal, la mayor de las 234 islas e islotes del archipiélago, para permitir el aterrizaje de las aeronaves de control y vigilancia Orión P-3 y AWACS, las mismas que espían el Medio Oriente para Israel y Arabia Saudita. En su entusiasmo, Jarrín cometió la torpeza de calificar al Patrimonio de la Humanidad como un “portaaviones natural”. El canciller José Valencia quiso apagar el incendio:  “En San Cristóbal no se instalará una base militar propiamente dicha, sino un observatorio para combatir el narcotráfico”. Moreno también se vistió de bombero: “La vigilancia aérea es una actividad conjunta para cuidar este patrimonio mundial”.

El 24 de marzo, el gobernador del archipiélago, Normal Wray, arruinó la fiesta. Anunció que se habían confirmado cuatro casos de coronavirus en San Cristóbal, justo donde están los marines, que previamente hicieron escala en Guayaquil. En esa actitud de emparchar las cosas, sin nombrarlos Wray exculpó a los marines: «Están para acompañar una postura regional ante este tipo de amenazas (el narcotráfico)».

Con Moreno se acabó la política exterior independiente desarrollada por el expresidente Rafael Correa, que rompió todos los acuerdos militares con EE UU. Con Moreno, volvieron los militares ecuatorianos a la Escuela de las Américas de Georgia, y volvieron los militares norteamericanos a ocupar la Oficina de Cooperación de Seguridad enclavada en el centro histórico de Quito. Ecuador volvió a participar de las maniobras UNITAS, dirigidas por el Comando Sur. Es más: organizó las UNITAS, que en julio de este año se harían en sus aguas jurisdiccionales. La violación de la soberanía en Galápagos y el ingreso de la peste coronaron la política entreguista de quien traicionó a Correa, su mentor, a su propio pasado y a los 5 millones que lo votaron para que siguiera desarrollando la Revolución Ciudadana